Un problema es un problema porque contiene una paradoja.
El gran pedagogo John Dewey, creador del “método del problema”, consideraba que "se aprende resolviendo problemas". Con suerte, incluso habremos conocido algún profesor (de matemáticas en mi caso, como el Sr. Ayuso, de Escolapios de Bilbao a finales de los años ‘60) que nos adiestró a resolver problemas sucesivos y de dificultad creciente. Se trata del mejor entrenamiento para la vida: Cada vez que resolvemos un problema, allí está el profesor para proporcionarnos el siguiente.
Los problemas son nuestros mejores amigos. Todo problema trae consigo un germen de solución. La vida sólo nos presenta problemas que podemos resolver o en cuya solución podemos colaborar. Un problema dejaría de serlo,… si no tuviese solución. Un problema sin solución sólo sería un problema mal planteado. Claro que un problema es difícil, si no nunca sería un verdadero problema. Soluciones rápidas no resuelven problemas, ni fórmulas sencillas zanjaron nunca problemas complejos.
Los problemas no se olvidan,... se resuelven. La mejor forma de librarse de un problema es solventarlo. La mayoría de las veces empleamos más tiempo en hablar de los problemas que en afrontarlos. Muchos de nuestros problemas duran demasiado o quedan pendientes porque tememos a sus soluciones. A menudo lo que no aceptamos no son los problemas, sino la solución que piden.
Con demasiada frecuencia damos a los alumnos soluciones que recordar, en vez de problemas que resolver. Quienes prefieren enfrentarse y no rehuir a los problemas pronto aprenden algunas claves. 1º Se da con frecuencia la paradoja de que sólo podemos resolver los problemas cuando pensamos que no son tales problemas. 2º Acotar el problema es la única manera de resolverlo. 3º Muchas veces es más importante encontrar la causa de un problema que su solución. 4º El problema más grande del mundo se podía haber solucionado cuando todavía era pequeño.
Los problemas son excusas para los derrotados y desafíos para los trabajadores. Un problema es un reto del que siempre podemos salir exitosos,… o habiendo aprendido algo. El miedo es siempre un problema, el esfuerzo siempre es una solución. En esta vida seamos solución, y no problema.
Veloz el tiempo corre y queda sólo el pesar de haberlo mal perdido.
Un día perdido es un día irrecuperable. De todo lo que hemos perdido, lo que más añoramos es el tiempo perdido. Napoleón creía que “Podemos recuperar el terreno perdido. El tiempo perdido, no”. Otros matizan más: Dinero perdido, nada perdido; tiempo perdido, algo perdido; corazón perdido, todo perdido.
Un día perdido es un día sin pasear, sin jugar, sin pintar, sin estudiar, sin aprender, sin leer, sin escribir,… pero sobre todo es un día sin amar. El día más irremediablemente perdido es aquel en que no nos hemos reído, o ni siquiera sonreído. Peor aún es el día que no hemos logrado que otros sonrían, o rían, o lean, o aprendan,… con nosotros.
Esos son los días más perdidos. Aquéllos en que no hemos amado o ayudado a nadie. Cayo Suetonio atribuyó al Emperador Tito la siguiente frase: “¡Amigos, he aquí un día perdido para mí!”. Palabras pronunciadas cierta noche, cuando advirtió que no había realizado ninguna buena obra. Lo no hecho cada día, es lo irremisiblemente perdido. También lo diferido, es medio perdido.
Hemos perdido demasiado tiempo, pero no sabemos cuál exactamente. La sabiduría considera que no es tiempo perdido el dedicado al trabajo, aunque éste parezca modesto e intrascendente. Tampoco es tiempo perdido el empleado en escuchar con humildad. Menos perdido aún es el día en el que hayamos fallado; al contrario, es enriquecedor pues el fracaso siempre acaece preñado de enseñanza.
Los verdaderos paraísos son los que hemos perdido, y esos paraísos perdidos sólo están en nosotros mismos. Luego están a nuestro alcance los paraísos genuinos. Recuperemos el tiempo perdido. Que no sea hoy un día perdido. Todavía estamos a tiempo de sonreír y de lograr que otros sonrían.
A final de curso procede compartir algunas vivencias y lecciones educativas.
Todos los educadores añoramos los finales de curso, donde se combinan agridulces las tristes despedidas de los grupos de alumnos y la expectativa de unas merecidas vacaciones. En estos días se están produciendo por doquier estos adioses, aparentemente felices por darse un recíproco descanso entre docentes y discentes, pero que entrañan un sentimiento de pérdida por alejamiento, quizá sentido inmediatamente por el profesorado y pasados días o años por el alumnado.
Entre las numerosas fiestas de finalización del curso académico hay una que muchos valoramos de modo singular: la que premia al alumnado vasco gitano que logra su graduación en las diferentes etapas educativas. En Bizkaia, la asociación Kale dor Kayikó (“Gitanos del mañana”) ha celebrado su 7ª convocatoria del Premio “Oprè Rromà” (Ánimo, gitan@) en el auditórium de la Universidad de Deusto. Fue especialmente meritoria la concurrencia de muchas madres y padres en pleno horario laboral, reconociendo la trascendencia y la prioridad que otorgan a la educación de sus hijos e hijas.
En tan solemne escenario se escucharon admirables palabras por parte de las autoridades institucionales y académicas presentes, encabezadas por el Consejero de Educación Tontxu Campos. Destacó la emotiva y directa alocución(véase el VÍDEO) que el patriarca “Tío Manuel” (Vizarraga) dirigió a todos los asistentes, alumnos, familias y profesores.
Pero el silencio retumbó por un segundo cuando un veinteañero profesional diplomado en Formación Profesional animó a los más jóvenes a estudiar. Les dio una convincente razón, el argumento máximo, válido para cualquier persona en formación: La educación os dará la libertad, la emancipación personal a cada uno de nosotros y la libertad colectiva para nuestro pueblo. Nada que añadir a este mensaje que sonó verosímil y categórico desde su ejemplo.
Sorpendente web donde cada foto está compuesta por otras fotos, que se pueden ampliar haciendo zoom. A su vez, estas mismas fotos están compuestas por el mismo conjunto de fotos. Difícil de explicar, pero fácil de explorar y de quedar atrapados con la aplicación. Que lo disfrutéis.
Seamos humildes. No con simulada sencillez, ni falsa modestia, que equivaldrían a rebuscada soberbia, sino con genuina humanidad.
La humildad es una escasa virtud al alcance de todos. Es virtud sublime que se predica, pero no se practica. La humildad es hermana de la verdad, porque la verdad se busca con humildad. Para llegar al conocimiento sólo hay el camino de la humildad. Pero cuidado, no hay peor soberbia que pretender ser tenido por humilde. El auténtico humilde no sabe que lo es.
Mientras el orgullo nos separa a las personas, la humildad nos une. Es fácil sentirnos humildes: basta levantar la vista hacia la bóveda celeste cualquier noche estrellada. Así es inmediato deducir: De Dios hablemos con fe; del prójimo, con caridad; y de nosotros, con humildad. Nunca nadie parece tan grande como cuando confiesa su pequeñez, ni para nada se necesita más fuerza que para ser humilde.
Humildad y paciencia, ambas van por la misma senda. La humildad conduce a la grandeza. Cuanto más humildes nos sentimos, tanto más cerca percibimos la grandeza. La humildad es ese tenue hilo con el que nos encadena la gloria. El acto de más insigne humildad es trabajar en la rutina de nuestra existencia. Tratando las cuestiones corrientes con sencillez, las materias humildes con delicadeza y las cosas importantes con solemnidad.
Humildad no significa desvalorización. Tomar conciencia de las capacidades propias es compatible con la humildad. La persona humilde sabe que nunca ha hecho lo suficiente y siente la responsabilidad de hacer más, y por ende de superarse. Manteniendo una saludable autoestima no se necesita la alabanza ajena. La vanidad es un desesperado intento de escapar de una percepción de inferioridad o de vacuidad.
Quien aprende a ser humilde, logra una vida feliz. Con humildad se desarrolla la capacidad de admitir los errores, y la crítica se entiende como un cauce de crecimiento. Con humildad es fácil perdonar y apreciar lo que tenemos, tomando conciencia de que todo es un regalo. El poeta León Felipe lo describió: “Así es mi vida, piedra, como tú; como tú, piedra pequeña; como tú, piedra ligera; como tú, canto que ruedas, por las calzadas, y por las veredas; como tú, guijarro humilde de las carreteras;...”.
La vida es una larga lección de humildad,… que nos hace invulnerables, que nace de la confianza en los demás. La verdadera humildad consiste en estar satisfecho. Sentir que la más humilde jornada que pasa por nuestra vida es la confluencia de dos eternidades: Las formadas por rumbos que arrancan de un pasado remoto y que corren hacia un futuro recóndito. No hay destino, por modesto que sea, donde no logre el ánimo humilde fundar una escuela de heroísmo en la bondad.