El desdichado dedica su tiempo a pensar si se es o no feliz. Para evitarlo, tómate tu tiempo en…
Reír… Es la música del alma.
Leer… Es la fuente del saber.
Pensar… Es la llave del éxito.
Soñar… Es el aliento de la felicidad.
Jugar… Es la inocencia de la infancia.
Llorar… Es el signo de un gran corazón.
Escuchar… Es la fuerza de la inteligencia.
Amar… Es el secreto de la eterna juventud.
Tómate tu tiempo en vivir… pues el tiempo pasa rápido… y no vuelve jamás.
Versión para imprimir en: mikel.agirregabiria.net/2006/tutiempo.doc
Mi primer año de colegio. Testigo de la Educación Vasca (II)
La antigua educación infantil, los párvulos en 1958.
Hace casi cincuenta años, en agosto de 1958 me matricularon en el colegio de los Padres Escolapios de Bilbao, así lo acredita mi primera ficha escolar. A primeros de octubre de aquel año fui a la clase de Párvulos A, con una ‘señorita’ que se llamaba Mari Tere. Recuerdo, nítidamente, que parecía la más guapa y joven de las tres únicas profesoras del centro. Ciertamente era cariñosa y amable. Todos sus alumnos, en aquella época no había chicas en clase, creo que siempre la llevaremos en nuestra memoria, como nuestra segunda mamá. Todavía rememoro que, años después, cuando supe que se había casado con un profesor del colegio, me llevé una decepción (infantil), porque de algún modo la consideraba una vestal consagrada exclusivamente a nuestra educación.
El colegio había distribuido, con buen criterio, los tres grupos de párvulos A, B y C en orden de cercanía a la puerta de entrada, en la planta baja de un ala del bloque junto al patio pequeño con un cuadrado de soportales cubiertos. Ingresábamos con cinco años y en tres niveles aprendíamos a socializarnos, básicamente a saber estar en grupo, y luego a leer (Párvulos B) y a escribir (Párvulos C). Por supuesto, en una sola lengua, el castellano. Sabíamos que luego nos quedarían tres cursos fuertes con más asignaturas: Elemental, Medio e Ingreso, antes de pasar a Bachillerato con diez años, pero sólo los más aplicados.
El primer día de clase fui con ilusión, porque ya había estado de visita con mi madre cuando llevábamos a mi hermano, un año mayor. Con todo, fue una gran sorpresa. Me impresionó comprobar cuántos niños había en el mundo, no sólo en aquella inmensa clase con cuarenta y siete compañeros, sino en todo el colegio, aunque los horarios de los recreos de los ‘mayores’ estaban separados de los nuestros. En el patio, todos admirábamos al más atrevido, Ricardo Ignacio Negrete, que no sólo buscaba y encontraba hormigas, sino que –aparentemente- se las comía.
Me queda una remembranza muy feliz de mi primera aula, con sus mesitas de madera recubiertas de mármol verde y blanco, donde mi compañero Javier Arana tamborileaba con sus dedos el redoblar de la marcha de los capuchones (cofrades) propios de la Semana Santa. Se lo pedíamos una y otra vez, y apoyando nuestras sienes sobre el mármol jaspeado nos evadíamos de la clase en momentos de asueto.
Alguna conclusión podemos extraer de tiempos tan lejanos. Quizá la ventaja de mantener grupos cohesionados de alumnos, al escoger un mismo centro escolar para tantos años, primero de escolarización y luego de aprecio. Muchos de aquellos primeros condiscípulos estudiamos juntos, durante doce años. Con varios mantuvimos el contacto, bastantes años después de salir del colegio. Algunos, todavía hoy, somos amigos.
(Testigo de la Educación Vasca II)
Hace casi cincuenta años, en agosto de 1958 me matricularon en el colegio de los Padres Escolapios de Bilbao, así lo acredita mi primera ficha escolar. A primeros de octubre de aquel año fui a la clase de Párvulos A, con una ‘señorita’ que se llamaba Mari Tere. Recuerdo, nítidamente, que parecía la más guapa y joven de las tres únicas profesoras del centro. Ciertamente era cariñosa y amable. Todos sus alumnos, en aquella época no había chicas en clase, creo que siempre la llevaremos en nuestra memoria, como nuestra segunda mamá. Todavía rememoro que, años después, cuando supe que se había casado con un profesor del colegio, me llevé una decepción (infantil), porque de algún modo la consideraba una vestal consagrada exclusivamente a nuestra educación.
El colegio había distribuido, con buen criterio, los tres grupos de párvulos A, B y C en orden de cercanía a la puerta de entrada, en la planta baja de un ala del bloque junto al patio pequeño con un cuadrado de soportales cubiertos. Ingresábamos con cinco años y en tres niveles aprendíamos a socializarnos, básicamente a saber estar en grupo, y luego a leer (Párvulos B) y a escribir (Párvulos C). Por supuesto, en una sola lengua, el castellano. Sabíamos que luego nos quedarían tres cursos fuertes con más asignaturas: Elemental, Medio e Ingreso, antes de pasar a Bachillerato con diez años, pero sólo los más aplicados.
El primer día de clase fui con ilusión, porque ya había estado de visita con mi madre cuando llevábamos a mi hermano, un año mayor. Con todo, fue una gran sorpresa. Me impresionó comprobar cuántos niños había en el mundo, no sólo en aquella inmensa clase con cuarenta y siete compañeros, sino en todo el colegio, aunque los horarios de los recreos de los ‘mayores’ estaban separados de los nuestros. En el patio, todos admirábamos al más atrevido, Ricardo Ignacio Negrete, que no sólo buscaba y encontraba hormigas, sino que –aparentemente- se las comía.
Me queda una remembranza muy feliz de mi primera aula, con sus mesitas de madera recubiertas de mármol verde y blanco, donde mi compañero Javier Arana tamborileaba con sus dedos el redoblar de la marcha de los capuchones (cofrades) propios de la Semana Santa. Se lo pedíamos una y otra vez, y apoyando nuestras sienes sobre el mármol jaspeado nos evadíamos de la clase en momentos de asueto.
Alguna conclusión podemos extraer de tiempos tan lejanos. Quizá la ventaja de mantener grupos cohesionados de alumnos, al escoger un mismo centro escolar para tantos años, primero de escolarización y luego de aprecio. Muchos de aquellos primeros condiscípulos estudiamos juntos, durante doce años. Con varios mantuvimos el contacto, bastantes años después de salir del colegio. Algunos, todavía hoy, somos amigos.
(Testigo de la Educación Vasca II)
Francia reconocerá el derecho a la vivienda
Los esfuerzos de Los Hijos de Don Quijote, la organización gala que ha movilizado a once mil ciudadanos para exigir soluciones para personas sin techo, han dado sus frutos. Mientras ellos montaban campamentos en cien ciudades el Gobierno francés anuncia que aprobará un proyecto de ley que establece el derecho a reclamar una vivienda al Estado ante los tribunales. ¡ah, Francia, qué cerca y qué lejos!
2.000 posts
Hemos superado las 2.000 entradas en esta bitácora. Os animamos a leer, en la banda derecha, las entradas desde 2001, cuando empezamos a publicar en web (mikel.agirregabiria.net). Hemos completado todos los días, con una cita, una foto,...
Sobrados y faltos
Comenzamos el nuevo año con sobras y faltas, cuando lo que necesitamos es lo justo y moderado.
Asistimos a la rutina de cada cambio de año, con parecidas expectativas y parecidos desengaños. Amanecemos un nuevo día, y un nuevo año, con la misma sensación, de alegría y de chasco. Seguimos, como ayer y el otro año, sobrados de discursos, palabras y de postales, pero faltos de comunicarnos, entendernos y apreciarnos.
Las campanadas han terminado, y aquí estamos, sobrados de ruidos y alborotos, pero faltos de escucharnos, al menos entre nosotros, que somos todos hermanos. Regusto de antaño, sensación de pasado, continuamos sobrados de políticos y tertulianos, pero faltos de pensar juntos y decidir como seres humanos.
Sobrados de que nos digan cómo comportarnos, pero faltos de que consideren nuestro trabajo. Sobrados de anuncios publicitarios, pero faltos de descubrir lo que necesitamos. Sobrados y superados con móviles y otros cacharros, pero faltos de, a nosotros mismos, encontrarnos. Sobrados de festejos y espectáculos, pero faltos de, en la libertad, saber superarnos.
Proseguimos sobrados de contar nuestras penas, pero faltos de alegrar a quien tenemos al lado. Sobrados de oportunidades de comprar, pero faltos de regalar espíritu con nuestros actos. Sobrados de villancicos, turrones y regalos falsos, pero faltos de repartir la ‘solidaridad’ de estas fechas a lo largo de todo el año.
Versión para imprimir en: mikel.agirregabiria.net/2006/faltos.doc
Asistimos a la rutina de cada cambio de año, con parecidas expectativas y parecidos desengaños. Amanecemos un nuevo día, y un nuevo año, con la misma sensación, de alegría y de chasco. Seguimos, como ayer y el otro año, sobrados de discursos, palabras y de postales, pero faltos de comunicarnos, entendernos y apreciarnos.
Las campanadas han terminado, y aquí estamos, sobrados de ruidos y alborotos, pero faltos de escucharnos, al menos entre nosotros, que somos todos hermanos. Regusto de antaño, sensación de pasado, continuamos sobrados de políticos y tertulianos, pero faltos de pensar juntos y decidir como seres humanos.
Sobrados de que nos digan cómo comportarnos, pero faltos de que consideren nuestro trabajo. Sobrados de anuncios publicitarios, pero faltos de descubrir lo que necesitamos. Sobrados y superados con móviles y otros cacharros, pero faltos de, a nosotros mismos, encontrarnos. Sobrados de festejos y espectáculos, pero faltos de, en la libertad, saber superarnos.
Proseguimos sobrados de contar nuestras penas, pero faltos de alegrar a quien tenemos al lado. Sobrados de oportunidades de comprar, pero faltos de regalar espíritu con nuestros actos. Sobrados de villancicos, turrones y regalos falsos, pero faltos de repartir la ‘solidaridad’ de estas fechas a lo largo de todo el año.
Versión para imprimir en: mikel.agirregabiria.net/2006/faltos.doc
Me sumo a la Comunidad FON
Primer objetivo del año cumplido el primer día: Hacerme fonero (# 149.536, perfil Linus). Actualización: Antes del verano, adquiero una FONtenna y me paso a Bill.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)