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Última carta del soldado Charles Guinant

Siempre celebramos el 11 de noviembre, como en el post "Amapolas de paz". 
Verdun, 
Le 18 mars 1916,
Ma chérie Louise,

Je t'écris pour te dire que je ne reviendrai pas de la guerre. S'il te plaît, ne pleure pas, sois forte. Le dernier assaut m'a coûté mon pied gauche et ma blessure s'est infectée. Les médecins disent qu'il ne me reste que quelques jours à vivre. Quand cette lettre te parviendra, je serai peut-être déjà mort. Je vais te raconter comment j'ai été blessé.
Il y a trois jours, nos généraux nous ont ordonné d'attaquer. Ce fut une boucherie absolument inutile. Au début, nous étions vingt mille. Après avoir passé les barbelés, nous n'étions plus que quinze mille environ. C'est à ce moment-là que je fus touché. Un obus tomba pas très loin de moi et un morceau m'arracha le pied gauche. Je perdis connaissance et je ne me réveillai qu'un jour plus tard, dans une tente d'infirmerie. Plus tard, j'appris que parmi les vingt mille soldats qui étaient partis à l'assaut, seuls cinq mille avaient pu survivre grâce à un repli demandé par le Général Pétain.
Dans ta dernière lettre, tu m'as dit que tu étais enceinte depuis ma permission d'il y a deux mois. Quand notre enfant naîtra, tu lui diras que son père est mort en héros pour la France. Et surtout, fais en sorte à ce qu'il n'aille jamais dans l'armée pour qu'il ne meure pas bêtement comme moi.
Je t'aime, j'espère qu'on se reverra dans un autre monde, je te remercie pour tous les merveilleux moments que tu m'as fait passer, je t'aimerai toujours.
Adieu
Soldat Charles Guinant (ver una traducción al español)
Última carta del soldado Charles Guinant

Amapolas de paz

Un bello poema, publicado póstumamente, convirtió hace 88 años a la amapola en el símbolo de la paz. 

A las 11 horas del día 11 del mes 11 de 1918 se firmó el armisticio que puso final a la Primera Guerra Mundial. Por ello, el segundo domingo de noviembre -que es el festivo más cercano al 11 de noviembre de cada año- se celebra el Remembrance Day (Día del Recuerdo), especialmente en los países de la Commonwealth (Mancomunidad Británica de Naciones). 

Proviene de un hecho histórico. Flandes fue escenario de las batallas más cruentas de la “Primera Guerra Mundial”. Tras finalizar, las purpúreas amapolas fueron las primeras flores en aparecer por millares en los campos flamencos. Parecía que la sangre había retoñado en forma de rojas amapolas, flores cuyas semillas pasan años sin germinar y que brotan cuando la tierra ha sido removida. 

John McCrae, un médico canadiense que no sobrevivió a la “Gran Guerra”, al ver los campos de amapolas escribió: “En los campos de Flandes las amapolas se mecen / entre las cruces, fila a fila, / marcando nuestro lugar; y en el cielo / las alondras, lanzando aún su valiente grito, vuelan / sin que nadie las sienta aquí entre los cañones. / Somos los muertos. Pocos días antes / vivimos, sentimos el amanecer, vimos crepúsculos rojizos, / amamos, y fuimos amados, y ahora yacemos / en los campos de Flandes…”. 

Este domingo, el "Poppy Day", veremos amapolas de papel en las solapas de las personas de más edad, que se reúnen en las distintas ciudades para rezar o guardar un minuto de silencio, en memoria de los soldados y civiles muertos en tantas guerras. Ha transcurrido casi un siglo, pero hoy seguimos necesitando recordar colectivamente el horror de las inacabables guerras, que todavía hay quienes creen que se pueden ‘ganar’.

El rapto de la democracia

La guerra no acabará… porque mueren los primeros mil niños y niñas, o porque se aniquile un país o porque se produzca la mayor catástrofe humanitaria del siglo XXI.La guerra no acabará… porque sufran el desplazamiento más de tres millones de refugiados iraquíes, de un país de 20 millones asolado por el embargo.

La guerra quizá no hubiese empezado… si la opinión pública norteamericana no hubiese sido impúdicamente alimentada de fervor patriótico por sus dirigentes ultraderechistas con la excusa del 11-S, si valorase igualmente una vida estadounidense o cualquier otra vida humana, y si supiese realmente por la memoria de sus antepasados qué fue Gernica, Londres, Dresde, Hiroshima, Nagasaki y ya no pudiera creerse la hipocresía grotesca de los “bombardeos precisos y humanitarios”.

La guerra quizá no hubiese empezado… si el pueblo norteamericano comprendiese que ellos fueron los primeros creadores del armamento atómico, y los únicos que lo han utilizado; que ellos inventaron la tecnología de las “armas de los pobres”: las bombas de guerra química y biológica, de quienes no acceden a la guerra total regida por la física nuclear.

La guerra quizá no hubiese empezado… si el obsceno militarismo americano capaz de aniquilar despiadadamente a un pequeño país, subdesarrollado y exánime, no rebosase flaqueza ética. La supuesta omnipotencia militar norteamericana, exhibiéndose con la superproducción de su espectáculo de ultra tecnología para matar,… sólo acredita su impotencia democrática. Desalmados con mucho músculo y poco cerebro… en sus cabecillas.

La guerra quizá no hubiese empezado… si los cuatro “halcones”, el vicepresidente, Cheney, el secretario de Defensa, Rumsfeld, el número dos del Pentágono, Wolfowitz, y el presidente del Defense Policy Board, Perle (apodado El príncipe de las tinieblas) no contasen con la paradójica particularidad de que ninguno ha participado nunca en ninguna guerra; todos se las arreglaron para evitar ir a Vietnam, al igual que Bush. Aznar, y Trillo, también se escabulleron de cumplir, simplemente, el servicio militar.

La guerra quizá no hubiese empezado… si los dirigentes hubiesen escuchado al Papa cuando se refirió a la paz, como “don de Dios y humilde y constante conquista de los hombres, afirmando que “cuando la guerra, como en estos días en Irak, amenaza el destino de la humanidad, es más urgente proclamar que sólo la paz es el camino para construir una sociedad más justa y solidaria. Nunca la violencia y las armas pueden resolver los problemas de los hombres”.

La guerra quizá no hubiese empezado… si Aznar no aspirase a un puesto en la Historia (“pinche de genocidas”, será ya para siempre), o si su “Aznarazo” no hubiese superado al “Tejerazo”, ridiculizando a las Cortes y al Rey que pudo intervenir el 23F de 1981.

La guerra quizás acabe… cuando los belicistas no puedan soportar el coste electoral de sus crímenes, y cuando quienes les excusaban les abandonen. La guerra quizás acabe… cuando la opinión pública mundial se manifiesta con tal intensidad y presencia que su voz no pueda ser ignorada.

La guerra acabará… cuando se agoten los arsenales y deban reponernos los contribuyentes estadounidenses… y los expoliados del mundo entero. La guerra acabará… cuando el negocio del petróleo esté controlado, y el beneficio de la reconstrucción sea mayor que el de la devastación.
La guerra acabará… cuando la sangre de la inocencia masacrada apeste en nuestros cuartos de estar porque las imágenes de televisión no muestren complacientemente las mortíferas armas de los asesinos, sino los cadáveres de las víctimas.

La guerra acabaría para siempre… cuando convenzamos a la mayoría de votantes norteamericanos para que pongan fin a “la era de barbarie” y de “nuevo desorden mundial”. Para que admitan la civilización de quienes aborrecemos la pena de muerte, repudiando tan bárbara legislación, y que para regir el gigante militar que representan no elijan a un enano moral de sádico historial en ejecutar convictos.

La guerra acabaría para siempre… cuando Estados Unidos prefiera un mundo multipolar, renunciando a su egocéntrica superioridad que les permite ignorar la legalidad internacional, las Naciones Unidas y el Tribunal Penal Internacional (y el Protocolo de Kioto, los convenios de desarme o de minas antipersonal,…). La guerra acabaría para siempre… si se votase en referéndum abierto a toda la ciudadanía la participación de un gobierno en un conflicto militar.
La guerra acabaría para siempre… cuando todos los seres humanos reprobemos y desterremos de nuestra mente y de nuestro corazón esa insensata fruición por matarnos los unos a los otros.
La guerra acabaría para siempre… si ya no fuera posible el rapto de la democracia, el secuestro de la verdad por los sempiternos “señores de la guerra”, déspotas y falsarios, serviles esclavos del poder económico, que prenden fuego al mundo sembrando regueros de encarnadas amapolas de sangre, que algún día florecerán.