Elogio de una dama curalotodo, de blanca cara redonda, amiga diaria de mucha gente en los cinco continentes.
Con centenares de millones de devotos, que invocan diariamente su poder para aliviar dolores y penas, se ha extendido por todas las culturas. Prácticamente no existe un ser humano que ignore su existencia. Está presente en todas los hogares del mundo desarrollado, en un número de 10 o 20 unidades, y se considerada un equipamiento tan esencial que hubo de ser incluido en el exiguo equipaje del Apolo 11 en el primer viaje a la Luna.
Esta señora milagrosa ha ganado un Premio Nobel (1982), forma parte del Libro Guinness de los Records y fue elegida -junto al automóvil, la bombilla, la televisión y el teléfono- como uno de los cinco inventos imprescindibles legados por el siglo XX, aunque nació el 10 de agosto de 1897. Su progenitor fue el científico alemán Felix Hoffmann, quien la hizo nacer cuando él contaba con 29 años. El apodo popular de nuestra protagonista se inspiró en una planta llamada “Spirea”, porque su ilustre nombre completo es demasiado largo con 21 letras.
Con algunas de las mejores websites del ciberespacio Internet (en decenas de idiomas), esta venerable anciana de 108 años, sigue representando un signo de modernidad. Como cuando la destacó Ortega y Gasset en 1930: "La vida del hombre medio es hoy más fácil, cómoda y segura que la del más poderoso en otro tiempo. ¿Qué importa no ser más rico que otros si el mundo lo es y le proporciona magníficos caminos, ferrocarriles, telégrafos, hoteles, seguridad corporal y (nuestra heroína)…?" Los actuales medios de comunicación y de transporte han experimentado insospechadas innovaciones, pero esta diosa por excelencia continúa siendo la misma criatura sorprendente y reluciente.
Por si aún no lo han descifrado, aportaremos más datos. Se calcula que en sus escasos 100 años de historia reconocida se han fabricado más de 350 billones de reproducciones en todas las lenguas civilizadas, y que se consumen unos 216 millones de copias cada día. En cada minuto que pasa, más de 123.000 personas distribuidas por todo nuestro planeta deciden probar sus cualidades prodigiosas.
Ha demostrado su saludable poder como producto analgésico, antiinflamatorio y antipirético. Los continuos descubrimientos sobre sus inéditas aplicaciones verifican nuevos efectos preventivos e insospechadas propiedades que se añaden a la interminable lista de usos de este producto, sobre el que se efectúan 3.000 investigaciones anuales. Un estudio reciente publicado en The Journal of the American Medical Association, llega a asegurar que “su empleo diario reduce el riesgo de muerte por cualquier causa en más de un tercio". En todo caso, este fármaco –el más consumido del mundo- , llamado ácido acetilsalicílico o aspirina es una medicina y mejor si solicita con receta facultativa.
Del sílex al silicio
La herramienta universal, que fue el hacha de sílex, se ha transformado en una agenda electrónica con GPS.
Nuestro primer antepasado, bípedo con pies no prensiles y primer dedo alineado con los restantes, que presentaba hipercefalización (cabeza creciente) y una verticalización completa del cráneo, fue el “Homo erectus” o pitecántropo. La evolución humana trascurrió por las etapas de “Homo floresiensis”, “Homo rudolfensis”, “Homo habilis” y “Homo antecesor”, hasta llegar al “Homo ergaster”, que puede ser el primer homínido con capacidad para un lenguaje articulado. La capacidad craneal siguió aumentado con el “Homo heidelbergensis”, hasta llegar al “Homo sapiens fossilis”, “Homo sapiens neanderthaliensis” y “Homo sapiens sapiens”, el hombre de Cro-Magnon u hombre actual.
El “Homo sapiens sapiens” (Hombre que sabe que sabe) es una subespecie del “Homo sapiens” (Hombre que sabe), la única que sobrevive de todo el género de los homínidos, sin más parientes vivos que los grandes simios como el gorila, el orangután o el chimpancé. El “Homo sapiens sapiens” es de origen africano y apareció hace unos 45.000 ó 100.000 años. Su expansión por todo el planeta, coincidió en Europa con la extinción de su coetáneo, el hombre de Neandertal.
Los Neanderthales usaban útiles de sílex, elemento que se encontraba fácilmente, creando las primeras hachas, azuelas y hoces. Con estos instrumentos se inició la civilización gradual de la humanidad. Las máquinas comenzaron a rodear a los seres humanos, a integrarse en sus vidas, a componer sus hábitats. La inventiva se tecnificó, y hemos llegado hasta la llamada generación-i (Internet Generation).
Actualmente vivimos inmersos en ayudas tecnológicas, que incluso portamos personalmente en todo momento. Reloj, gafas o lentillas, llaves, móviles,… son parte de nuestro equipamiento imprescindible. Nuestras mentes se han educado, se han entrenado, se han sofisticado y recurrimos a ordenadores y toda clase de recursos audiovisuales para mejorar nuestras opciones de información y comunicación. Pero, quizá, nos faltaba algo que potenciase nuestra capacidad intelectual, como el hacha amplificaba nuestra fuerza física. Algo que se pueda asir, que se pueda llevar en todo momento, que resuelva nuestras dudas existenciales más profundas: ¿Quiénes somos? ¿Dónde estamos? ¿Adónde vamos? Como una primera respuesta, filosóficamente poco relevante, hoy podemos saber que somos quienes aparecemos en pantalla TFT (Thin Film Transistor) con 65.536 colores al encender el PDA, estamos donde el GPS nos indica y vamos hacia donde queramos del mapa por la ruta sugerida.
La solución se llama PDA con GPS incorporado. PDA (Personal Digital Assistant) es un pequeño ordenador en forma de agenda electrónica, compatible con los sistemas informáticos estándar, y el sistema GPS (Global Positioning System ) es un sistema de posicionamiento mediante satélites que permite localizar instantáneamente nuestra posición terrestre. Productos que caben en la palma de la mano como Acer N35, basado en Microsoft® Windows® Mobile™ 2003 Pocket PC y con un completo sistema de navegación GPS integrado. En el bolsillo, con sólo 165 gramos, llevamos Explorer®, Outlook®, Word® (con El Quijote para leer en tiempo muertos), Excel®, MSN Messenger®, Windows Media Player®, Destinator (con los mapas peninsulares preinstalados),…
Un regalo de Olentzero, Papá Noel o de los Reyes Magos como una PDA con GPS, todavía algo caro (400 €, con todo tipo de accesorios adicionales), nos permite saber nuestra latitud y longitud, no perdernos, y llevar todo tipo de datos personales. Además las posibilidades son incontables. A modo de ejemplo trivial, con un programa astronómico gratuito conoceremos la hora de amanecer y de atardecer en nuestra ubicación, las fases de la luna, las mareas, la posición de cada astro en el cielo visible,…
Desde aquel ancestral cuchillo paleolítico de bordes afilados, viajamos hacia un útil universal único con PDA, teléfono móvil, capacidad de navegación Internet de altas prestaciones, cámara digital y reproductor de fotografía, música y vídeo, que sirva como sistema de pago (dinero virtual), identificación (Documento de Identidad), sistema de seguridad (llaves),… Pronto lo veremos: sólo falta que las multinacionales nos vendan previamente todos esos dispositivos con una integración incompleta… Ya se sabe, el mercado manda.
Nuestro primer antepasado, bípedo con pies no prensiles y primer dedo alineado con los restantes, que presentaba hipercefalización (cabeza creciente) y una verticalización completa del cráneo, fue el “Homo erectus” o pitecántropo. La evolución humana trascurrió por las etapas de “Homo floresiensis”, “Homo rudolfensis”, “Homo habilis” y “Homo antecesor”, hasta llegar al “Homo ergaster”, que puede ser el primer homínido con capacidad para un lenguaje articulado. La capacidad craneal siguió aumentado con el “Homo heidelbergensis”, hasta llegar al “Homo sapiens fossilis”, “Homo sapiens neanderthaliensis” y “Homo sapiens sapiens”, el hombre de Cro-Magnon u hombre actual.
El “Homo sapiens sapiens” (Hombre que sabe que sabe) es una subespecie del “Homo sapiens” (Hombre que sabe), la única que sobrevive de todo el género de los homínidos, sin más parientes vivos que los grandes simios como el gorila, el orangután o el chimpancé. El “Homo sapiens sapiens” es de origen africano y apareció hace unos 45.000 ó 100.000 años. Su expansión por todo el planeta, coincidió en Europa con la extinción de su coetáneo, el hombre de Neandertal.
Los Neanderthales usaban útiles de sílex, elemento que se encontraba fácilmente, creando las primeras hachas, azuelas y hoces. Con estos instrumentos se inició la civilización gradual de la humanidad. Las máquinas comenzaron a rodear a los seres humanos, a integrarse en sus vidas, a componer sus hábitats. La inventiva se tecnificó, y hemos llegado hasta la llamada generación-i (Internet Generation).
Actualmente vivimos inmersos en ayudas tecnológicas, que incluso portamos personalmente en todo momento. Reloj, gafas o lentillas, llaves, móviles,… son parte de nuestro equipamiento imprescindible. Nuestras mentes se han educado, se han entrenado, se han sofisticado y recurrimos a ordenadores y toda clase de recursos audiovisuales para mejorar nuestras opciones de información y comunicación. Pero, quizá, nos faltaba algo que potenciase nuestra capacidad intelectual, como el hacha amplificaba nuestra fuerza física. Algo que se pueda asir, que se pueda llevar en todo momento, que resuelva nuestras dudas existenciales más profundas: ¿Quiénes somos? ¿Dónde estamos? ¿Adónde vamos? Como una primera respuesta, filosóficamente poco relevante, hoy podemos saber que somos quienes aparecemos en pantalla TFT (Thin Film Transistor) con 65.536 colores al encender el PDA, estamos donde el GPS nos indica y vamos hacia donde queramos del mapa por la ruta sugerida.
La solución se llama PDA con GPS incorporado. PDA (Personal Digital Assistant) es un pequeño ordenador en forma de agenda electrónica, compatible con los sistemas informáticos estándar, y el sistema GPS (Global Positioning System ) es un sistema de posicionamiento mediante satélites que permite localizar instantáneamente nuestra posición terrestre. Productos que caben en la palma de la mano como Acer N35, basado en Microsoft® Windows® Mobile™ 2003 Pocket PC y con un completo sistema de navegación GPS integrado. En el bolsillo, con sólo 165 gramos, llevamos Explorer®, Outlook®, Word® (con El Quijote para leer en tiempo muertos), Excel®, MSN Messenger®, Windows Media Player®, Destinator (con los mapas peninsulares preinstalados),…
Un regalo de Olentzero, Papá Noel o de los Reyes Magos como una PDA con GPS, todavía algo caro (400 €, con todo tipo de accesorios adicionales), nos permite saber nuestra latitud y longitud, no perdernos, y llevar todo tipo de datos personales. Además las posibilidades son incontables. A modo de ejemplo trivial, con un programa astronómico gratuito conoceremos la hora de amanecer y de atardecer en nuestra ubicación, las fases de la luna, las mareas, la posición de cada astro en el cielo visible,…
Desde aquel ancestral cuchillo paleolítico de bordes afilados, viajamos hacia un útil universal único con PDA, teléfono móvil, capacidad de navegación Internet de altas prestaciones, cámara digital y reproductor de fotografía, música y vídeo, que sirva como sistema de pago (dinero virtual), identificación (Documento de Identidad), sistema de seguridad (llaves),… Pronto lo veremos: sólo falta que las multinacionales nos vendan previamente todos esos dispositivos con una integración incompleta… Ya se sabe, el mercado manda.
Buscaba qué amar amando el amar
"Todo, busca todo; sin meta, sin tregua, sin descanso".
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Victor Hugo. |
Comunicándonos por quintuplicado
Descubriendo la múltiple dimensión de un verbo de moda que ha multiplicado varias veces su significado.
El término ‘comunicar’ recogía hasta hace pocos años, un solo sentido como verbo transitivo: ‘Fulano comunica algo a Mengano’. Hasta ese momento, comunicar requería al menos dos personas,… y un medio de transmisión. Pero después surgió la modalidad intransitiva, sin necesidad de complemento directo ni indirecto, aceptándose por ejemplo: ‘Fulano comunica bien’. Incluso se emplea como verbo reflexivo: ‘Fulano se comunica bien’ (indicando que sabe comunicarse). Parecía que no cabían más desarrollos para este vocablo cuando alcanzó la categoría de tridimensional.
El concepto de ‘comunicación’ (común i acción) era demasiado prodigioso y poderoso para no continuar creciendo. Una misteriosa ‘cuarta dimensión’ apareció y parecía definitiva, la voz pasiva: ‘Dejarse comunicar por otros, por la familia, por las amistades, por el entorno’. Los gurús explican a directivos en costosísimos cursos que, en esta acepción, estriba el éxito empresarial, en aceptar la comunicación que proviene del mercado, en ‘escuchar’ a la demanda, a la clientela, al público.
Pero todavía queda una quinta dimensión, la autorreflexiva: ‘Cómo se comunica cada uno consigo mismo’. El polimorfismo de la comunicación se ha despiezado, y puede centrarse en quien comunica o en quien escucha, que además pueden ser la misma persona. Cada uno de nosotros, en cada instante, ‘se cuenta lo que le pasa a su modo’. La comunicación, que se sobreentendía siempre como interpersonal, alcanza su mayor repercusión cuando es intrapersonal. La forma de interpretar las circunstancias de la vida, la calidad de esa intracomunicación, puede ser más significativa que las propias contingencias sufridas. Un mismo fracaso objetivo puede ser sentido como un estímulo o como un lastre; o un mismo éxito parcial, puede actuar de forma variable, en función de cómo se comunica a uno mismo.
Examinémonos: ¿Comunicamos bien lo que queremos expresar?, ¿comunicamos acertadamente?, ¿nos comunicamos debidamente?, ¿nos dejamos comunicar?, y especialmente ¿nos comunicamos correctamente con nosotros mismos? Recordemos que ‘por la boca muere el pez’, y que con una entrenada y quíntuple capacidad de comunicarnos podremos mejorar sustancialmente nuestras vidas.
El término ‘comunicar’ recogía hasta hace pocos años, un solo sentido como verbo transitivo: ‘Fulano comunica algo a Mengano’. Hasta ese momento, comunicar requería al menos dos personas,… y un medio de transmisión. Pero después surgió la modalidad intransitiva, sin necesidad de complemento directo ni indirecto, aceptándose por ejemplo: ‘Fulano comunica bien’. Incluso se emplea como verbo reflexivo: ‘Fulano se comunica bien’ (indicando que sabe comunicarse). Parecía que no cabían más desarrollos para este vocablo cuando alcanzó la categoría de tridimensional.
El concepto de ‘comunicación’ (común i acción) era demasiado prodigioso y poderoso para no continuar creciendo. Una misteriosa ‘cuarta dimensión’ apareció y parecía definitiva, la voz pasiva: ‘Dejarse comunicar por otros, por la familia, por las amistades, por el entorno’. Los gurús explican a directivos en costosísimos cursos que, en esta acepción, estriba el éxito empresarial, en aceptar la comunicación que proviene del mercado, en ‘escuchar’ a la demanda, a la clientela, al público.
Pero todavía queda una quinta dimensión, la autorreflexiva: ‘Cómo se comunica cada uno consigo mismo’. El polimorfismo de la comunicación se ha despiezado, y puede centrarse en quien comunica o en quien escucha, que además pueden ser la misma persona. Cada uno de nosotros, en cada instante, ‘se cuenta lo que le pasa a su modo’. La comunicación, que se sobreentendía siempre como interpersonal, alcanza su mayor repercusión cuando es intrapersonal. La forma de interpretar las circunstancias de la vida, la calidad de esa intracomunicación, puede ser más significativa que las propias contingencias sufridas. Un mismo fracaso objetivo puede ser sentido como un estímulo o como un lastre; o un mismo éxito parcial, puede actuar de forma variable, en función de cómo se comunica a uno mismo.
Examinémonos: ¿Comunicamos bien lo que queremos expresar?, ¿comunicamos acertadamente?, ¿nos comunicamos debidamente?, ¿nos dejamos comunicar?, y especialmente ¿nos comunicamos correctamente con nosotros mismos? Recordemos que ‘por la boca muere el pez’, y que con una entrenada y quíntuple capacidad de comunicarnos podremos mejorar sustancialmente nuestras vidas.
Síndrome de Munchhausen
¿No será quizá que vivir es una enfermedad imaginaria?
El síndrome de Münchhausen es el trastorno psicopatológico ficticio más conocido, definido como un deseo irrefrenable de recibir asistencia médica. El caso más famoso de la historia médica lo protagonizó el inglés William McIlroy (1906-1983), quien consiguió ser intervenido quirúrgicamente 400 veces. Estuvo internado en cien hospitales distintos, bajo 22 nombres falsos. El mayor periodo de tiempo que permaneció sin hospitalizar desde que desarrolló el síndrome fue de seis meses. Finalmente, en 1979, súbitamente creyó superada su enfermedad, afirmó taxativamente que ‘estaba harto de tanto hospital’ y se recluyó voluntariamente hasta el fin de sus días… en un asilo geriátrico.
Este extendido mal se caracteriza por aparentar una enfermedad física inexistente para deambular de hospital en hospital. El término que lo designa, síndrome de Münchhausen, fue acuñado por Asher tomando el nombre de Karl Friedrich Hieronymus, Barón de Münchhausen. Este personaje nació el 11 de mayo de 1720, en Bodenwerder, Alemania, y desde su cuna aristocrática hizo carrera militar como oficial de caballería en el ejército ruso. Combatió contra los turcos y alcanzó fama por sus historias de aventuras impregnadas de una gran fantasía. Tras fallecer en 1797, Rudolf Erich Raspe recopiló sus fábulas en la obra "Las aventuras del Barón de Münchhausen" en 1785, y Gottfried August Bürger escribió otra célebre versión en 1786.
La excéntrica "simulación de Münchhausen " es una desarreglo somatoforme cuyos síntomas físicos, gravedad y duración no puede ser explicada por ninguna enfermedad orgánica subyacente. En un grado sumo de hipocondría, estos enfermos psicosomáticos (más frecuentemente varones) inventan repetidamente padecimientos y suelen ir de médico en médico en busca de tratamiento y pruebas diagnósticas. Fingen preferentemente enfermedades de difícil pronóstico, como las de tipo Abdominal Agudo, de tipo Hemorrágico o de tipo Neurológico (cefaleas o pérdida de conciencia). Un elemento detector de estos pacientes imaginarios con un trastorno límite de personalidad, suele ser que explican su caso de forma dramática, pero son evasivos cuando relatan sus ingresos hospitalarios y muy reacios a que se revise su historial clínico.
Generalmente, estos crónicos dolientes son inteligentes y con recursos para emular enfermedades con sobrado acierto, además de disponer de un minucioso conocimiento sobre las prácticas clínicas. Así logran su objetivo de tratamientos continuados, análisis intensivos y hospitalización prolongada, e incluso de cirugía mayor. Su engaño es plenamente consciente, pero no sus motivaciones ni su necesidad de atención por parte de los demás.
Lo cierto es que esta patología es una enfermedad propia de nuestro tiempo y de nuestra sociedad, cuando abundan los problemas emocionales . A falta de otro tipo de atención personal, sólo queda como último el recurso médico para algunas personas. Desde la anécdota común de la viuda anciana que vive sola y que diariamente acude a su médico de cabecera, excepto cuando se excusa porque no puede ir al estar enferma, hasta graves formas clínicas del síndrome de Münchhausen en edad pediátrica. En este caso puede ser por parte de los mismos preadolescentes, o por proximidad (por poderes) cuando los niños son víctimas de una enfermedad fabulada por sus progenitores (generalmente, la madre).
A todos nos conviene desmitificar las enfermedades. Cuando Goethe creía que “la salud es clásica; la enfermedad, romántica”, se refería más a las revoluciones culturales que a las enfermedades individuales. Es verdad que si no pudiesen contar, y presumir, de algunos achaques, habría muchos menos enfermos. También que, al igual que casi todos los médicos tienen sus enfermedades favoritas, también los pacientes mantenemos nuestros males predilectos. Pero no caigamos en el pesimismo de Heine cuando opinaba que ‘la vida es una enfermedad; el mundo todo, un hospital; y la muerte, nuestro médico’. Mejor pensemos que mucho remedio es peor que la enfermedad. Sumémonos al lema de Bulwer-Lytton: ‘Niégate a estar enfermo. Nunca digas a nadie que estás enfermo, nunca lo confieses. La enfermedad es una de las cosas que se debe rechazar por principio’.
El síndrome de Münchhausen es el trastorno psicopatológico ficticio más conocido, definido como un deseo irrefrenable de recibir asistencia médica. El caso más famoso de la historia médica lo protagonizó el inglés William McIlroy (1906-1983), quien consiguió ser intervenido quirúrgicamente 400 veces. Estuvo internado en cien hospitales distintos, bajo 22 nombres falsos. El mayor periodo de tiempo que permaneció sin hospitalizar desde que desarrolló el síndrome fue de seis meses. Finalmente, en 1979, súbitamente creyó superada su enfermedad, afirmó taxativamente que ‘estaba harto de tanto hospital’ y se recluyó voluntariamente hasta el fin de sus días… en un asilo geriátrico.
Este extendido mal se caracteriza por aparentar una enfermedad física inexistente para deambular de hospital en hospital. El término que lo designa, síndrome de Münchhausen, fue acuñado por Asher tomando el nombre de Karl Friedrich Hieronymus, Barón de Münchhausen. Este personaje nació el 11 de mayo de 1720, en Bodenwerder, Alemania, y desde su cuna aristocrática hizo carrera militar como oficial de caballería en el ejército ruso. Combatió contra los turcos y alcanzó fama por sus historias de aventuras impregnadas de una gran fantasía. Tras fallecer en 1797, Rudolf Erich Raspe recopiló sus fábulas en la obra "Las aventuras del Barón de Münchhausen" en 1785, y Gottfried August Bürger escribió otra célebre versión en 1786.
La excéntrica "simulación de Münchhausen " es una desarreglo somatoforme cuyos síntomas físicos, gravedad y duración no puede ser explicada por ninguna enfermedad orgánica subyacente. En un grado sumo de hipocondría, estos enfermos psicosomáticos (más frecuentemente varones) inventan repetidamente padecimientos y suelen ir de médico en médico en busca de tratamiento y pruebas diagnósticas. Fingen preferentemente enfermedades de difícil pronóstico, como las de tipo Abdominal Agudo, de tipo Hemorrágico o de tipo Neurológico (cefaleas o pérdida de conciencia). Un elemento detector de estos pacientes imaginarios con un trastorno límite de personalidad, suele ser que explican su caso de forma dramática, pero son evasivos cuando relatan sus ingresos hospitalarios y muy reacios a que se revise su historial clínico.
Generalmente, estos crónicos dolientes son inteligentes y con recursos para emular enfermedades con sobrado acierto, además de disponer de un minucioso conocimiento sobre las prácticas clínicas. Así logran su objetivo de tratamientos continuados, análisis intensivos y hospitalización prolongada, e incluso de cirugía mayor. Su engaño es plenamente consciente, pero no sus motivaciones ni su necesidad de atención por parte de los demás.
Lo cierto es que esta patología es una enfermedad propia de nuestro tiempo y de nuestra sociedad, cuando abundan los problemas emocionales . A falta de otro tipo de atención personal, sólo queda como último el recurso médico para algunas personas. Desde la anécdota común de la viuda anciana que vive sola y que diariamente acude a su médico de cabecera, excepto cuando se excusa porque no puede ir al estar enferma, hasta graves formas clínicas del síndrome de Münchhausen en edad pediátrica. En este caso puede ser por parte de los mismos preadolescentes, o por proximidad (por poderes) cuando los niños son víctimas de una enfermedad fabulada por sus progenitores (generalmente, la madre).
A todos nos conviene desmitificar las enfermedades. Cuando Goethe creía que “la salud es clásica; la enfermedad, romántica”, se refería más a las revoluciones culturales que a las enfermedades individuales. Es verdad que si no pudiesen contar, y presumir, de algunos achaques, habría muchos menos enfermos. También que, al igual que casi todos los médicos tienen sus enfermedades favoritas, también los pacientes mantenemos nuestros males predilectos. Pero no caigamos en el pesimismo de Heine cuando opinaba que ‘la vida es una enfermedad; el mundo todo, un hospital; y la muerte, nuestro médico’. Mejor pensemos que mucho remedio es peor que la enfermedad. Sumémonos al lema de Bulwer-Lytton: ‘Niégate a estar enfermo. Nunca digas a nadie que estás enfermo, nunca lo confieses. La enfermedad es una de las cosas que se debe rechazar por principio’.
Enero, me temo
El enero verbenero que venero tiene un poco de lunes, algo de relevo y mucho veneno de los almaceneros.
Ha llegado enero con toda su corte de subidas generalizadas de los servicios públicos y privados. Todo sube, menos nuestros salarios que se siguen negociando y cuya subida, aunque sea retroactiva, se producirá de golpe con un nuevo efecto de “ilusión monetaria” que incitará al despilfarro. Los grandes almacenes están de acuerdo con el zar Nicolás I, cuando tras la derrota de Napoleón señaló que “Rusia tiene dos generales en los que puede confiar: Enero y Febrero”. Todos sabemos que la única poesía mágica en nuestras vidas la pone “El Corte Inglés”, que –además de felicitarnos indefectiblemente en los aniversarios- nos ofrece rebajas y abundantes “semanas fantásticas” a lo largo del año.
La “cuesta de enero” se produce por dos motivos concurrentes: 1º Las fuerzas que promueven el consumismo desbocado son mucho más poderosas que los esfuerzos por educar en el consumerismo. Nos adelantan la paga extra con el mensaje tácito de que se puede dilapidar, bajo el aluvión de anuncios para toda la familia. 2º Porque somos débiles seres sociales, demasiado influenciables por nuestros convecinos y, al alimón, caemos gozosos en el dispendio de los excesos navideños. Si no cometemos algún exceso, ¿qué tendríamos para presumir al final de las vacaciones?
Para nuestro consuelo, o desdicha, se nos ofrecen las rebajas de enero, teóricamente justificadas en la necesidad de dar salida a los artículos de fuera de temporada. Pero frecuentemente caeremos en otra trampa de consumo descontrolado, porque nos han habituado a gastar compulsivamente como fuente de placer, especialmente cuando nos fallan los verdaderos mecanismos de la felicidad, como amar y ser amados, como ayudar y ser ayudados, o compartir lo propio.
Por todo ello, el sentido de la “cuesta de enero” no es sólo de naturaleza económica, sino esencialmente de carácter psicológico. Tras la mala conciencia por el injustificado dispendio en gasto y en comilonas, lo que nos espera a la vuelta de enero es la rutina del trabajo cotidiano, sin esperanzas de vacaciones hasta la Semana Santa. Surge el síndrome post-navideño, esa depresión pesimista de la tarde del domingo amplificada quince veces. A la tercera semana de enero, cuando ya nos hemos reprogramado, el viento invernal ha arrumbado los utópicos objetivos que nos planteamos cuando tomábamos las uvas del 31 de diciembre, con el habitual propósito de ''año nuevo, vida nueva''.
¿Soluciones para escalar la cuesta de enero? Racionalizar todo el presupuestario personal y familiar, reservando una partida para el ahorro, Adicionalmente siempre cabe la anulación de gastos innecesarios, como el tabaco, el alcohol, el transporte privado o la automedicación, que además de insanos son sumamente caros en dinero, tiempo y vida. Con ello mejoraremos simultáneamente nuestra cartera y nuestra calidad de vida. También es sumamente importante preservar a los más pequeños de la casa para evitar su contagio de nuestra fiebre consumista.
Recordemos que John Kenneth Galbraith, el famoso economista, decía que "antiguamente, lo que distinguía al rico del pobre era cuánto dinero tenían en el bolsillo; mientras que ahora los distinguen las ideas que tienen en la cabeza". Quizá con su sabio consejo podamos ser un poco menos pobres, superar la cuesta de enero y esperar la primavera…
Ha llegado enero con toda su corte de subidas generalizadas de los servicios públicos y privados. Todo sube, menos nuestros salarios que se siguen negociando y cuya subida, aunque sea retroactiva, se producirá de golpe con un nuevo efecto de “ilusión monetaria” que incitará al despilfarro. Los grandes almacenes están de acuerdo con el zar Nicolás I, cuando tras la derrota de Napoleón señaló que “Rusia tiene dos generales en los que puede confiar: Enero y Febrero”. Todos sabemos que la única poesía mágica en nuestras vidas la pone “El Corte Inglés”, que –además de felicitarnos indefectiblemente en los aniversarios- nos ofrece rebajas y abundantes “semanas fantásticas” a lo largo del año.
La “cuesta de enero” se produce por dos motivos concurrentes: 1º Las fuerzas que promueven el consumismo desbocado son mucho más poderosas que los esfuerzos por educar en el consumerismo. Nos adelantan la paga extra con el mensaje tácito de que se puede dilapidar, bajo el aluvión de anuncios para toda la familia. 2º Porque somos débiles seres sociales, demasiado influenciables por nuestros convecinos y, al alimón, caemos gozosos en el dispendio de los excesos navideños. Si no cometemos algún exceso, ¿qué tendríamos para presumir al final de las vacaciones?
Para nuestro consuelo, o desdicha, se nos ofrecen las rebajas de enero, teóricamente justificadas en la necesidad de dar salida a los artículos de fuera de temporada. Pero frecuentemente caeremos en otra trampa de consumo descontrolado, porque nos han habituado a gastar compulsivamente como fuente de placer, especialmente cuando nos fallan los verdaderos mecanismos de la felicidad, como amar y ser amados, como ayudar y ser ayudados, o compartir lo propio.
Por todo ello, el sentido de la “cuesta de enero” no es sólo de naturaleza económica, sino esencialmente de carácter psicológico. Tras la mala conciencia por el injustificado dispendio en gasto y en comilonas, lo que nos espera a la vuelta de enero es la rutina del trabajo cotidiano, sin esperanzas de vacaciones hasta la Semana Santa. Surge el síndrome post-navideño, esa depresión pesimista de la tarde del domingo amplificada quince veces. A la tercera semana de enero, cuando ya nos hemos reprogramado, el viento invernal ha arrumbado los utópicos objetivos que nos planteamos cuando tomábamos las uvas del 31 de diciembre, con el habitual propósito de ''año nuevo, vida nueva''.
¿Soluciones para escalar la cuesta de enero? Racionalizar todo el presupuestario personal y familiar, reservando una partida para el ahorro, Adicionalmente siempre cabe la anulación de gastos innecesarios, como el tabaco, el alcohol, el transporte privado o la automedicación, que además de insanos son sumamente caros en dinero, tiempo y vida. Con ello mejoraremos simultáneamente nuestra cartera y nuestra calidad de vida. También es sumamente importante preservar a los más pequeños de la casa para evitar su contagio de nuestra fiebre consumista.
Recordemos que John Kenneth Galbraith, el famoso economista, decía que "antiguamente, lo que distinguía al rico del pobre era cuánto dinero tenían en el bolsillo; mientras que ahora los distinguen las ideas que tienen en la cabeza". Quizá con su sabio consejo podamos ser un poco menos pobres, superar la cuesta de enero y esperar la primavera…
¿Cómo V.A.S.?
Déjame confesarte mi lema preferido: Vivir, Aprender, Soñar.
Tres verbos de acción marcan el mejor estilo vital si se conjugan bien en el tiempo: Aprendamos del pasado, vivamos el presente y soñemos el futuro. Son además tres paradigmas que interaccionan entre sí: aprender soñando y viviendo, vivir soñando y aprendiendo, soñar viviendo y aprendiendo. Son tres procesos cíclicos que se necesitan para su buen funcionamiento trilateral : no se puede aprender sin soñar y vivir, ni se puede soñar sin vivir y aprender, ni vivir sin soñar y aprender.
A quienes nos cuesta aprender y nos cuesta soñar, acaso nos duela luego vivir. Quienes aprenden fácil, sueñan felices y viven dichosos. Aprender es el primer paso, soñar no es más que el segundo, vivir es el tercero y definitivo. Cada día que amanece, apresurémonos a aprender; cada hora que disfrutemos, recordemos soñar; cada minuto que respiremos, gocemos de vivir. No pospongamos ni un momento la posibilidad de aprender, ni la ocasión de soñar, ni la oportunidad de vivir.
Descubramos plenamente la vocación de aprender, la inspiración de soñar, la afición de vivir. Dentro de cada uno de nosotros habita un aprendiz de soñador vitalista. Dejémoslo crecer. Que nunca puedan decir de nosotros que no tuvimos entusiasmo para aprender, audacia para soñar o valor para vivir. ¿Cómo Vives, Aprendes y Sueñas? ¿Cómo VAS?
Tres verbos de acción marcan el mejor estilo vital si se conjugan bien en el tiempo: Aprendamos del pasado, vivamos el presente y soñemos el futuro. Son además tres paradigmas que interaccionan entre sí: aprender soñando y viviendo, vivir soñando y aprendiendo, soñar viviendo y aprendiendo. Son tres procesos cíclicos que se necesitan para su buen funcionamiento trilateral : no se puede aprender sin soñar y vivir, ni se puede soñar sin vivir y aprender, ni vivir sin soñar y aprender.
A quienes nos cuesta aprender y nos cuesta soñar, acaso nos duela luego vivir. Quienes aprenden fácil, sueñan felices y viven dichosos. Aprender es el primer paso, soñar no es más que el segundo, vivir es el tercero y definitivo. Cada día que amanece, apresurémonos a aprender; cada hora que disfrutemos, recordemos soñar; cada minuto que respiremos, gocemos de vivir. No pospongamos ni un momento la posibilidad de aprender, ni la ocasión de soñar, ni la oportunidad de vivir.
Descubramos plenamente la vocación de aprender, la inspiración de soñar, la afición de vivir. Dentro de cada uno de nosotros habita un aprendiz de soñador vitalista. Dejémoslo crecer. Que nunca puedan decir de nosotros que no tuvimos entusiasmo para aprender, audacia para soñar o valor para vivir. ¿Cómo Vives, Aprendes y Sueñas? ¿Cómo VAS?
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