Foto del II Encuentro EEGapps 2014.
Desde Sarezkuntza, un sueño compartido (que confiemos inspire el institucional Programa de Sare_Hezkuntza) se sugiere una revisión general de la organización escolar, así como de
los ámbitos y las metodologías de aprendizaje-enseñanza, para mejor servir a la
consecución de las competencias requeridas para un alumnado del siglo XXI.
Estas generaciones en formación inicial y continua a lo largo de su vida
convivirán, trabajarán y se relacionarán en una realidad personal y social que
ha sido profundamente transformada por la ciencia y la tecnología.
Sarezkuntza recibe
su nombre desde la fusión de los términos “Sare + Hezkuntza” (Red + Educación), de una educación
o un aprendizaje en red, de una sociedad que reinventa la enseñanza y la
educación para convertirlas en el fenómeno humano más gratificante, más social,
más ubicuo y más personalizado que en ningún estadio anterior en la historia.
Somos conscientes de asistir y protagonizar (mejor
activamente) un “salto de era”, más trascendente que una “época de cambios”,
una etapa histórica bisagra donde la humanidad está incorporando recursos
omnipresentes que nos convierten a los seres humanos en “ciborgs”, con toda la
base orgánica regida por la biología, pero con nuevas potencialidades
cognitivas, sensoriales y motrices.
Ya en 2012 se fabricaron más chips de memoria que los
granos de arroz cultivados en el planeta Tierra, y su coste se abarata hasta
que se estima que en 2020 apenas costarán un centavo de dólar. El mismo
concepto del ordenador acabará extinguiéndose muy pronto, porque lo que
significaba antes un edificio o una gran sala pasó a ser un equipo personal, transportable
o portátil, luego reducido a un teléfono móvil inteligente o una tableta, para
estar siendo ya implantado en dispositivos vestibles que apenas se ven, pero
que nos conectan y monitorizan nuestra vida a escala individual y colectiva.
Hace 50 años, la publicación New Scientist de
1964, introdujo el término
PC (Personal Computer) en una serie de artículos titulados «El mundo en 1984». Ya
entonces, en un artículo titulado «The Banishment of Paper Work»,
Arthur L.
Samuel, del Centro de Investigación Watson de
IBM escribió: “
Hasta que no sea viable obtener una
educación en casa, a través de nuestra propia computadora personal, la
naturaleza humana no habrá cambiado”. La educación era reconocida como un
parámetro clave de medida del impacto de la tecnología, y apuntaba en una
tendencia que se demostrado verificada: Personalización creciente, apertura de
la adquisición de competencias fuera del entorno escolar,…
Prácticamente todos los procesos laborales, didácticos y de
ocio, en todos los sectores sociales, económicos y culturales de la actualidad,
han sido modificados y potenciados por el uso de tecnologías de la información
que siguen una vertiginosa y acelerada evolución. La educación ha de saber
mantener el equilibrio entre la prudencia de acometer su misión básica de
preparar integral y cuidadosamente a toda la ciudadanía, pero especialmente en
sus edades de infancia y juventud y durante su evolución laboral, al tiempo que
explora e incorpora recursos que enriquecen los diversos estilos de aprendizaje
a fin de respetar la singularidad de cada ser humano.
No caben planteamientos bajo ópticas marcadamente utópicas,
ni manifiestamente distópicas. Una administración pública ha de actuar con
sabiduría, innovación y pragmatismo, sin apresurarse irreflexivamente y, al tiempo,
sin caer en demoras.
Como diría William Gibson, en cita no literal, “El futuro ya no existe,… porque ya está aquí”.
Quizá un porvenir del que no somos muy conscientes, muy distribuido y de modo
desigual, acaso bastante ausente de la mayoría de las aulas,… Nuestra
responsabilidad como poderes públicos es generar un marco donde sean las
comunidades educativas quienes vayan incorporando y regulando las oportunidades
que nos brinda nuestro momento y lugar, al tiempo que prevenimos los riesgos
que pueden comportar este nuevo horizonte.
Desde la
administración educativa han de garantizarse los recursos para que la comunidad escolar
pueda ir acomodando sus modelos a las nacientes necesidades de quienes aprenden
en sus primeros años o a lo largo de la vida.