Una de las leyendas más inspiradoras de la historia de la ingeniería cuenta que Henry Ford tenía un empleado (precursor de lo que ahora diríamos consultor) cuyo único trabajo era “pensar” en soluciones creativas a problemas de producción. Era el mejor pagado porque sus ideas ahorraban millones a la compañía. Supuestamente, cuando un periodista o visitante preguntaba qué hacía, Ford respondía: “Piensa. Y vale cada centavo de lo que cuesta”.
La historieta tiene una base real en la vida de Henry Ford, el fundador de Ford Motor Company. Aparece en libros y artículos sobre innovación y management, como en “Hoy y mañana” (un libro escrito por Henry Ford en 1926 con Samuel Crowther) o en relatos de Charles Sorensen (un ejecutivo clave de Ford). También se popularizó en charlas motivacionales y libros como “El hombre que sabía demasiado” o referencias en management moderno.
Este personaje existió y se llamada Charles “Cast-Iron Charlie” Sorensen(1881-1968), En algunas versiones, se refiere a otros ingenieros como Willis Carrier o incluso a un rol genérico de “pensadores” en la fábrica. Sorensen era un ingeniero danés que trabajó con Ford desde 1905 hasta 1944. Era el jefe de producción en la planta de Highland Park (donde se implantó la línea de ensamblaje en 1913). Su rol principal era resolver problemas complejos de ingeniería y optimización. Por ejemplo: Ideó formas de reducir el tiempo de ensamblaje del Model T de 12 horas a solo 93 minutos. Y desarrolló técnicas como el uso de moldes intercambiables y procesos de fundición que ahorraron fortunas en costos.
Ford lo valoraba tanto que lo pagaba extremadamente bien: Sorensen ganaba salarios equivalentes a ejecutivos top (alrededor de $50,000-$100,000 anuales en los 1920s, cuando un trabajador promedio ganaba $1,000-$2,000). Era uno de los mejor remunerados, no por “sólo pensar”, sino por resultados tangibles.
Ford promovía la idea de “pensar” como clave del éxito. En entrevistas y sus escritos, enfatizaba contratar mentes brillantes para innovar, no solo mano de obra. Tenía un equipo de ingenieros dedicados a experimentación, y la planta tenía “salas de pensamiento” donde se resolvían asuntos sin interrupciones. Un ejemplo concreto: En 1913-1914, durante la crisis de producción del Model T, Sorensen pasó días “pensando” en cómo mover el chasis en una línea móvil, lo que revolucionó la industria automotriz. Esto ahorró millones y multiplicó la producción.
Lo que es exagerado.No era “solamente pensar” en el sentido literal de sentarse sin hacer nada. Sorensen era activo: diseñaba, probaba prototipos y supervisaba. La anécdota simplifica su rol para ilustrar el valor de la creatividad. Tampoco hay evidencia documental de que fuera “el mejor pagado de toda la fábrica” en todos los años (Ford mismo y algunos accionistas ganaban más vía bonos). Pero sí era elite en compensación para un no-ejecutivo.
Ford era conocido por mitificar sus logros en autobiografías, así que parte es propaganda para vender su filosofía (eficiencia, innovación salarial como el “salario de $5 al día” en 1914). Hay un núcleo verídico: Henry Ford valoraba tanto las ideas innovadoras que pagaba fortunas a genios como Sorensen por resolver problemas “pensando” estratégicamente, lo que transformó su imperio.
Conocido como “Cast-Iron Charlie” (Charlie de Hierro Fundido) por su expertise en fundición y su temperamento duro, fue uno de los ingenieros más influyentes en la historia de la industria automotriz. Nacido en Copenhague, Dinamarca, emigró a Estados Unidos con su familia a los 4 años y creció en Detroit, Michigan. Provenía de un fondo humilde: su padre era herrero, y Sorensen empezó trabajando como aprendiz en una fundición a los 14 años. No tenía educación formal superior (solo hasta secundaria), pero era un autodidacta brillante en mecánica y metalurgia. Murió en 1968 a los 86 años, dejando un legado como el “padre de la producción en masa moderna”.
Antes de estar en Ford, trabajó en varias fábricas de Detroit. En 1900, entró en la industria automotriz en la Oldsmobile, y luego en Cadillac (1904), donde conoció a Henry Ford durante una visita. Ford lo reclutó personalmente en 1905 para Ford Motor Company, empezando como patternmaker (diseñador de moldes) con un salario inicial modesto de $100 al mes. Sorensen impresionó a Ford con su habilidad para resolver problemas prácticos. En 1907, ya era superintendente de la planta Piquette Avenue, donde se diseñó el Model T (1908). Su apodo “Cast-Iron” provino de su innovación en fundición de hierro para motores más eficientes y baratos.
Optimización de procesos: Desarrolló moldes intercambiables, máquinas herramienta precisas y el uso de vanadium en acero para partes más duraderas. Durante la I Guerra Mundial (1914-1918), reconvirtió la fábrica para producir submarinos, aviones y tanques Liberty L-12, ahorrando millones al gobierno de EE.UU.
Planta River Rouge: En los 1920s, diseñó esta mega-fábrica (la más grande del mundo entonces), integrando todo: minería de mineral, fundición, ensamblaje. Incluyó innovaciones como conveyors aéreos y control de calidad estricto.
Relación con Henry Ford: Como mentor-protegido, tuvo una relación estrecha pero tensa con Henry Ford. Ford lo llamaba “mi mano derecha” y lo pagaba generosamente: para 1920s, ganaba hasta $75,000-$150,000 anuales (equivalente a millones hoy), más bonos. Era uno de los mejor compensados, reflejando el valor de sus “pensamientos” estratégicos. Sin embargo, Sorensen era el “policía malo”: imponía disciplina dura, despidos masivos y ritmos intensos, lo que generó resentimientos (e.g., huelgas en 1930s).
En 1941, con la muerte del hijo de Ford (Edsel), Sorensen chocó con Harry Bennett (guardaespaldas y favorito de Ford). En 1944, fue forzado a renunciar tras 39 años. Ford reconoció su deuda: “Sin Sorensen, no habría Ford como lo conocemos”. En 1941, antes de salir, diseñó la planta bombera Willow Run (Michigan), la más grande bajo un techo (produjo 8,600 B-24 bombers para la guerra). Tras Ford, consultó para el gobierno y empresas como Willys-Overland (Jeep).
Se retiró en Florida, escribió su autobiografía “My Forty Years with Ford” (1956, con Samuel T. Williamson), donde detalla anécdotas internas, critica a Ford por antisemitismo y paranoia, pero lo elogia como visionario. El libro es una fuente primaria clave, revelando cómo “pensar” en soluciones (como experimentos nocturnos) era su superpoder.
Su legado es inmenso. Revolucionó la manufactura global. Su modelo de producción en masa influyó en Toyota (lean manufacturing) y toda la industria. Sin él, el fordismo (eficiencia masiva) no habría sido tan exitoso. De personalidad dura, workaholic (trabajaba 18 horas/día), leal pero ambicioso. Tuvo 3 hijos; su nieto continúa en ingeniería.
Será por la edad, pero estamos recuperando películas de la historia del cine. Como Bola de fuego (Ball of Fire, 1941, una excéntrica mezcla de comedia screwball y cuento de hadas moderno. Dirigida por Howard Hawks, producida por Samuel Goldwyn y con un guión firmado por Charles Brackett y Billy Wilder (basado en un cuento de Wilder y Thomas Monroe). La película reúne a dos de las grandes estrellas de la época: Gary Cooper y Barbara Stanwyck. La mezcla de erudición y picardía, y su guiño al cuento de Blancanieves y los siete enanitos, convirtieron a este film en un clásico del Hollywood clásico que aún hoy resulta sorprendentemente vigente.
Un grupo de intelectuales vive aislado para redactar una enciclopedia. El joven profesor Bertram Potts, encargado de las entradas sobre jerga moderna, se ve obligado a salir al mundo y conoce a la cantante Katherine “Sugarpuss” O’Shea. Sugarpuss, perseguida por la policía por vínculos con un gánster, se refugia en la casa de los académicos. Lo que comienza como un choque cultural se convierte en una comedia de aprendizaje recíproco: ella humaniza a los eruditos; ellos le ofrecen —a su manera— un lugar y afecto. La trama culmina con enredos, rescates, y un final romántico donde el “lenguaje del amor” derriba prejuicios.
Director: Howard Hawks — mano firme, comicidad natural
Howard Hawks ya era en 1941 un director plenamente consolidado, famoso por su habilidad para moverse cómodamente entre géneros (comedia, western, cine negro, drama). En Bola de fuego Hawks dirige con un pulso elegante la comedia de enredo, favoreciendo el tempo rápido del diálogo, la química entre los intérpretes y la autonomía moral de los personajes femeninos —algo habitual en su filmografía. Hawks no impone grandes florituras visuales; su talento está en orquestar actores y ritmo, logrando que lo improbable funcione con naturalidad. Esta combinación de economía narrativa y comicidad refinada es la columna vertebral del film.
Guionistas: Wilder y Brackett — ingenio y contraste cultural
El guion surge de la colaboración entre Billy Wilder —en la fase final de su diáspora europea hacia Hollywood— y Charles Brackett, con aportes de Thomas Monroe. La premisa es brillante en su simplicidad: un grupo de académicos reclusos elaboran una enciclopedia mientras ignoran la vida contemporánea; su mundo choca con una cantante de night-club, Sugarpuss (Stanwyck), experta en “la vida” y en la jerga moderna. El contraste entre saber enciclopédico y saber popular permite juegos de lenguaje y situaciones cómicas que el guion explota con soltura, sin perder empatía por ninguno de los bandos. La raíz del relato —según el propio Wilder— toma prestado el esquema de cuento de hadas (la protagonista como “forastera” que humaniza a los eruditos).
Reparto y reseñas de actores — química y eficacia
Barbara Stanwyck (Katherine “Sugarpuss” O’Shea): Su interpretación es la fuerza vital de la película. Stanwyck combina dureza, sensualidad y vulnerabilidad; su Sugarpuss es una criatura de la calle con códigos propios y una ternura inesperada. La Academia la nominó a Mejor Actriz por este papel.
Gary Cooper (Prof. Bertram Potts): Cooper ofrece un retrato tierno y un tanto ingenuo del profesor que se enamora de lo que no entiende. Su contención naturalista equilibra la energía exuberante de Stanwyck.
Reparto de apoyo: Oskar Homolka, S. Z. Sakall, Henry Travers y otros completan un coro ideal: cada profesor tiene un rasgo distintivo y el conjunto funciona como una pequeña coral cómica, sirviendo de contrapunto afectuoso a la protagonista.
Bola de fuego es, en muchos sentidos, una de las mejores muestras del screwball clásico: ritmo, ingenio verbal y reversos de poder entre sexos se entrelazan con gracia. La película funciona tanto como comedia de situación como pequeño estudio sobre la cultura y la modernidad: la erudición no es enemiga de la vida, y la vida puede enseñar sabiduría no enciclopédica. Técnicamente, destaca la fotografía de Gregg Toland y la partitura de Alfred Newman, así como la dirección musical que integra un número con Gene Krupa. Críticos contemporáneos y modernos han valorado su humor, la química de Cooper-Stanwyck y el guión —Rotten Tomatoes y otros portales le otorgan calificaciones altas. Además, en 2016 fue incluida en el National Film Registry de la Biblioteca del Congreso de EE. UU. por su valor cultural.
La película sigue siendo deliciosa: su ritmo, su ternura subyacente y su capacidad para satirizar pretensiones culturales hacen que funcione fuera de su época. Para estudiantes de cine, es una pieza pedagógica sobre cómo manejar el tempo cómico, construir parejas cinematográficas y equilibrar guion y puesta en escena. Para lectores interesados en historia cultural, refleja tensiones de la modernidad (jerga, ciudad, espectáculo) frente a la tradición académica.
Bola de fuego es una obra que brilla tanto por su comicidad como por su fondo humano: un film que enseña sin adoctrinar, que hace reír y, al mismo tiempo, invita a reflexionar sobre qué es el conocimiento y cómo la vida cotidiana puede enriquecerlo. Ideal para paseos didácticos en un curso de historia del cine o simplemente para disfrutar de una comedia clásica bien construida.
Gary Cooper anotaba FEBRILMENTE el slang mientras Barbara Stanwyck le enseñaba a bailar conga. Billy Wilder y Brackett vendieron un guion sobre SIETE profesores escribiendo una enciclopedia. Básicamente los siete enanitos intelectuales. Stanwyck es una corista del HAMPA que les enseña que "killer-diller" vale más que todo el latín. Gene Krupa aparece tocando "Drum Boogie" mientras el JAZZ invade la casa de los académicos. Hawks hizo comedia sobre el LENGUAJE mismo: los diccionarios tienen palabras muertas, el amor necesita las vivas. Bola de fuego/Ball of Fire (Howard Hawks, 1941)
El peso del pasado: cómo la dependencia del camino moldea la historia. En economía, política o tecnología, muchas veces creemos que las sociedades avanzan siguiendo criterios racionales o de eficiencia. Sin embargo, no siempre es así. A menudo, las decisiones del pasado pesan tanto que condicionan el presente y el futuro. Esta realidad está íntimamente relacionado con la rigidez institucional o las múltiples manifestaciones de la histéresis.
En todos los casos, la idea central es que una elección inicial puede cerrar otras opciones futuras, aunque aparezcan alternativas mejores. Veámoslo con algunos ejemplos históricos reveladores.
El ejemplo clásico de dependencia del camino es el teclado QWERTY, diseñado en el siglo XIX por Christopher Latham Sholes para las primeras máquinas de escribir. Su objetivo no era escribir más rápido, sino evitar que las barras metálicas se atascaran. Por eso, se distribuyeron las letras de manera que las combinaciones frecuentes quedaran separadas.
Con la llegada de los ordenadores, ese problema desapareció. Se crearon otros diseños —como el Dvorak o el Colemak— más cómodos y veloces. Sin embargo, el QWERTY ya estaba universalizado en las escuelas, las oficinas y la industria editorial. Cambiarlo habría sido carísimo y confuso. Así, seguimos escribiendo con una disposición pensada para una tecnología obsoleta. Es el ejemplo perfecto de cómo una decisión técnica temprana puede generar una inercia social duradera, incluso irracional.
A mediados del siglo XIX, cuando se construyeron las primeras redes ferroviarias en Europa, no existía un estándar único. En el Reino Unido, se impuso finalmente un ancho de vía de 1.435 mm, que se convirtió en el “ancho internacional”. Esa decisión se exportó a las colonias británicas y a gran parte del mundo industrializado, incluida buena parte de Europa. Esto generó el bulo viral sobre cómo el trasero de los caballos determinó el tamaño de los cohetes que duró más de cien años.
Hoy, sabemos que otros anchos pueden ser más estables o eficientes, pero el coste de modificar miles de kilómetros de vías, trenes y talleres es inmenso. De hecho, España mantiene todavía parte de su red con un ancho diferente (ibérico), lo que genera dificultades logísticas con el resto de Europa. La lección es clara: las infraestructuras físicas y los estándares técnicos crean rigideces históricas. Una vez que se consolidan, el precio de cambiarlas puede ser tan alto que la sociedad prefiere adaptarse a ellas.
La dependencia del camino no se limita a la tecnología. También afecta a las estructuras políticas y sociales. Tras la Guerra de Secesión (1861–1865), la Constitución de Estados Unidos abolió la esclavitud y reconoció derechos a la población afroamericana. Sin embargo, en los estados del sur se mantuvieron durante décadas instituciones segregacionistas: leyes Jim Crow, discriminación en el voto, educación desigual y violencia racial.
¿Por qué no se produjo una transformación inmediata? Porque las élites locales, las costumbres sociales y los sistemas judiciales conservaron su poder. Esa rigidez institucional funcionó como una fuerza de histéresis: incluso cuando cambian las normas formales, las estructuras informales del pasado siguen actuando. No basta con aprobar una nueva ley; las instituciones tienen memoria. El cambio real requiere transformar también las mentalidades, los incentivos y los equilibrios de poder.
Un ejemplo contemporáneo de dependencia del camino se encuentra en la Unión Europea y su política económica. Cuando se creó el euro en 1999, los países miembros aceptaron reglas fiscales comunes y renunciaron a su soberanía monetaria. Ese diseño funcionó bien en tiempos de crecimiento, pero durante la crisis financiera de 2008 mostró su fragilidad.
Países como Grecia, España o Portugal sufrieron profundas recesiones, pero no podían devaluar su moneda ni ajustar su política monetaria. Estaban atrapados en un marco institucional que limitaba las respuestas posibles. La histéresis económica se hizo visible: las decisiones estructurales del pasado restringían las opciones del presente, y las consecuencias sociales (paro, deuda, desconfianza) persistieron durante años. La arquitectura económica puede convertirse en una camisa de fuerza si no evoluciona con las circunstancias.
El complejo y costoso sistema de salud de Estados Unidos es un producto de una serie de decisiones históricas que han creado una estructura muy difícil de reformar. Punto de partida (contingencia histórica): Durante la Segunda Guerra Mundial, el gobierno de EE. UU. impuso estrictos controles salariales. Para competir por los trabajadores escasos, las empresas comenzaron a ofrecer beneficios alternativos, como seguros de salud. Esta práctica fue incentivada por exenciones fiscales, vinculando el empleo al seguro médico.
Rigidez y grupos de interés: Con el tiempo, se desarrolló un ecosistema masivo en torno a este modelo: compañías de seguros privadas, hospitales con fines de lucro, farmacéuticas y grupos de presión (lobbies) que tienen un interés creado en mantener el sistema actual. Estos actores ejercen una enorme influencia política y económica.
El eco de la historia. Estos casos demuestran que las decisiones tempranas, los hábitos y las instituciones generan trayectorias dependientes. Una vez que la sociedad entra en un determinado camino, salir de él requiere más que una buena idea: exige superar costes, resistencias y memorias colectivas.
A veces, el pasado más remoto deja huellas inesperadas en el presente. Un ejemplo asombroso se encuentra en Alabama (EE. UU.), donde una antigua línea costera de hace 100 millones de años sigue influyendo en cómo votan sus habitantes hoy. Durante el Cretácico, gran parte del sur estadounidense estaba cubierto por un mar interior. Al retirarse, dejó tras de sí una franja de tierra oscura y fértil: la Black Belt (“Franja Negra”). Ese suelo excepcionalmente rico se convirtió en el corazón de la agricultura del algodón en el siglo XIX.
Cuando la esclavitud fue abolida, muchos descendientes de las personas esclavizadas permanecieron en la Black Belt. Más de un siglo después, el mapa de la población afroamericana en 2010 muestra que esas comunidades siguen concentradas en la misma región. Las oportunidades económicas, el acceso a la educación y las infraestructuras siguen siendo desiguales, reflejando una persistencia estructural que conecta el pasado con el presente.
El sexto mapa, el de las elecciones de 2020, completa el círculo: los condados con mayoría afroamericana (la Black Belt) votan mayoritariamente demócrata, mientras que el resto del estado se inclina hacia el Partido Republicano. El color del suelo marca el color del voto.
De los mares fósiles al voto moderno: la prehistoria que aún decide elecciones. Este caso es una lección fascinante para la educación: muestra cómo los procesos naturales pueden influir en la historia humana, y cómo las decisiones políticas del presente están enraizadas en la tierra que pisamos. La geología, la economía y la memoria colectiva se entrelazan en una misma historia: el eco largo de la Tierra en la sociedad.
Conclusión: La larga sombra de la causalidad. La historia del Black Belt de Alabama es un poderoso recordatorio de que las divisiones y alianzas del presente a menudo tienen raíces que se hunden mucho más profundo de lo que imaginamos. El viaje desde el plancton del Cretácico hasta la urna del siglo XXI es un ejemplo asombroso de causalidad a largo plazo, una cadena ininterrumpida de consecuencias que abarca la geología, la biología, la economía, la sociología y la política.
Este caso de estudio ilumina varios conceptos profundos. Ilustra la dependencia de la trayectoria (path dependency, que se desarrolla en el post siguiente), la idea de que los acontecimientos y las condiciones iniciales —en este caso, la ubicación de un suelo fértil— pueden establecer una trayectoria para una sociedad que es extraordinariamente difícil de alterar. También ofrece una visión matizada del determinismo ambiental. La geología no decretó la esclavitud, pero creó presiones y oportunidades que una sociedad humana, con sus propias tecnologías y jerarquías, explotó de una manera particular. El suelo no hizo inevitable la esclavitud, pero sí hizo que una economía basada en la esclavitud fuera devastadoramente exitosa y rentable en ese lugar específico.
En última instancia, la franja azul de Alabama es un testimonio del pasado vivo. Demuestra que la historia no es un telón de fondo estático, sino una fuerza activa y moldeadora que sigue influyendo en el presente. La geografía política de un estado moderno es incomprensible sin entender su geología, su suelo y la historia profunda y a menudo dolorosa que se ha escrito sobre esa tierra. En el Black Belt, el pasado no solo se recuerda; se vota en cada elección.
That blue slice across this map of Alabama is known as the Black Belt for its rich black soil. It is also the blueest section and one of the poorest. We are looking for people to help get voters to the polls and to work as poll watchers or call folks to vote. Who wants to help? pic.twitter.com/qaWysONgsr
Egoitz Etxeandiacomoemprendedor educativo (fundador de AIEDUTECH) ha defendido una visión de la alfabetización en IA centrada en el empoderamiento del profesorado y en la creación de herramientas educativas adaptadas al aula. Colaborador en entidades como Teach For All, donde lidera la comunidad global de STEAM, ha plasmado esas ideas en el artículo “PlayLab: IA para mejorar la educación primaria” (revista Graó, 2024), además de participar como ponente y formador en foros sobre STEAM (posts) y AI (posts) en educación. En suma, su papel en relación con PlayLab ha sido el de adaptar, interpretar y promover el modelo desde una perspectiva hispanohablante y práctica, impulsando la idea de que los docentes pasen de usuarios a diseñadores de soluciones IA para sus contextos.
En tiempos en que la inteligencia artificial se abre paso en todos los ámbitos del conocimiento, la educación vive un dilema crucial: ¿usamos la IA como una herramienta de apoyo o dejamos que sustituya la creatividad docente? En ese cruce de caminos surge Playlab.ai, una plataforma que propone un modelo distinto: enseñar a los educadores a crear su propia inteligencia artificial.
Más que una aplicación tecnológica, Playlab es un laboratorio pedagógico global donde profesores, estudiantes y tecnólogos diseñan juntos herramientas de IA para transformar el aprendizaje.
Crear sin programar.La plataforma cuenta con un asistente guiado, el AI Assisted Builder, que ayuda a construir una app educativa paso a paso: define su lógica, los prompts, las respuestas y la interacción. Además, el Playlab Assistant ofrece sugerencias, genera contenidos o corrige errores.
La función “remix” permite adaptar proyectos creados por otros docentes, personalizándolos según la materia o el idioma. Así, una app sobre historia puede transformarse en otra sobre literatura o ciencias, multiplicando las posibilidades creativas.
Una red de alianzas globales.Playlab.ai ha establecido acuerdos con organizaciones que impulsan la IA responsable en la educación. Entre ellas, Amazon Future Engineer, que facilita el acceso gratuito a su software en escuelas de Estados Unidos.
En Europa, destacan experiencias como la Red Stream AI de Navarra, donde docentes adaptan las herramientas de Playlab a proyectos escolares locales. La plataforma también participa en congresos internacionales como ISTE, y ofrece un entorno abierto para investigadores interesados en medir el impacto educativo de la IA. Este modelo basado en colaboración y transparencia refuerza la confianza en la tecnología y promueve una educación digital más humanista.