Esta noche mágica, esperando los Reyes Magos, es el momento de pensar en programar 2015, un año crucial. Para algunos serán 40 años dedicados profesionalmente a la educación, con docencia en la universidad y en centros pre-universitarios (simultáneamente), en el servicio militar, en la administración educativa, en la gestión museística y cultural, prevención de drogodependencias, en la formación empresarial, en la sociedad de la información, en la innovación educativa,
...
La educación es un subsistema social complejo, intrincado, con agentes que se cuentan por millares (de alumnado, progenitores, profesorado, administración,...) y donde las decisiones en los múltiples niveles y ámbitos se adoptan a velocidades muy diferenciadas. La
heterocronía (diversidad de ritmos) de un universo así genera tensiones, por la adopción más ágil del cambio en la sociedad (no digamos del mercado o las tecnologías) que en el binomio familias-escuelas, incluso porque muchas comunidades educativas innovan con mayor celeridad que la administración.
Es demasiado trascendente la educación para que nadie se desinterese de esta responsabilidad, porque el futuro colectivo se escribe en las aulas. Gran parte de la ciudadanía, especialmente cuando se convierten en madres o padres, reviven su experiencia discente,... de la que están alejados al menos una generación.
Lo deseable, lo exigible y lo alcanzable no es tan difícil de imaginar y establecer. Otra cuestión es ordenar y articular los mecanismos para asegurarlo en el alambicado entramado familiar-escolar-institucional. En síntesis, queremos una educación que garantice el éxito universal (no basta ya ofrecer un pupitre y aceptar un porcentaje de fracaso, que sería de la sociedad), logrando que cada niño y cada niña descubran sus talentos y su destino personal, familiar y profesional.
Ante semejante reto, es lógica una primera reacción de desbordamiento y de confianza en quienes son expertos en psico-pedagogía, organización escolar,... Pero conviene recobrar la lucidez y el sentido común y reclamar lo que juzguemos necesario para la mejor educación de nuestras generaciones más jóvenes.
Para cortar el nudo gordiano de esos profusos, confusos y difusos debates sobre currículos, metodologías, "reválidas",... de reformas de aquí y de allá,... para -más aún- cambiar realmente esa íntima relación docente-discente, ese aprendizaje significativo que sólo surge cuando hay una relación de aprecio mutuo,... bastaría con
CAMBIAR LA EVALUACIÓN (entre otras sugerencias, como las del “
Horizon Report 2014 K12″, ver en imagen anexa).
Sin entrar en detalles de rúbricas y otros sistemas epistemológicos, si toda la evaluación diagnóstica, de proceso o de resultado se hiciese en condiciones reales: Conectados a Internet y contando con el apoyo de nuestras "amistades" (reales, virtuales, familiares,...). Así es como en la actualidad convivimos y trabajamos, y aún será más cierto en el futuro para el que estamos educando a nuestra infancia y juventud.
Bastaría esta
mutación en la evaluación (revolución es cambiar de pregunta, mientras que cambiar de respuesta es solamente evolución) para alterar los mecanismos escolares, dando el protagonismo al alumnado y a su aprendizaje, y de este modo se cambiaría el modo de ir adquiriendo competencias personales y grupales, cooperando y tejiendo una red de aprendizaje y relación (un
PLE, entorno personal de aprendizaje).
Todo esto reabre temas polémicos. Como, por ejemplo, sigue siendo la incorporación y presencia en la educación de las tecnologías (las mal denominadas "nuevas tecnologías", aunque algunas -como la informática- llevan -al menos- 30 años en las escuelas). Sorprende que la digitalización que ha arrasado sectores, muy poderosos como el mundo de la información, apenas ha impactado en el sistema educativo.
Podemos afirmar que, hasta la fecha, no se ha producido una significativa digitalización de la escuela, sino que lo acontecido apenas ha sido una escolarización de lo digital (aceptándose la presencia de "aulas de informática" o de alguna "asignatura optativa" -dos horrendos y obsoletos modelos-). Ello habla y demuestra la fortaleza del entramado educativo (para bien, por rigor y prudencia, y para mal, por inercias).
Caben dudas e incertidumbres... todas, racionales y emocionales; pero tonterías, las justas. Quienes peinamos canas y calvas, ya hemos vivido en persona aquello de que el bolígrafo arruinará la caligrafía de las plumillas (de untar en tintero), o el
rotring no debe sustituir al tiralíneas,... y desde entonces muchas más. El pensamiento
ludita o
neo-ludita no debe hacernos caer en la parálisis por el análisis interminable.
Nuestros hijos, literalmente desde la primera, vivieron con ordenadores desde su nacimiento,... y nuestros nietos, nacieron con el iPad (desde 2010). Cuando quienes nacieron en este siglo XXI se incorporen al mundo laboral, probablemente habrá acontecido -antes o en torno al 2030-
el momento de la singularidad tecnológica (leer enlace). Los padres y madres actuales estuvieron digitalizados, desde su infancia y en su escolarización, y los alumnos y alumnas actuales están CONECTADOS casi permanentemente desde los 9-10 años.
Es tarea urgente,
educar en el uso de los medios digitales, en sus grandes posibilidades y en sus riesgos ciertos, tan pronto como se acuerde en cada comunidad escolar. Resulta ridículo, a nuestro juicio, con una mínima perspectiva de futuro tratar de limitar (o impedir, incluso) el uso de los teléfonos inteligentes, y otros dispositivos unipersonales. Ello llevaría, a muy corto plazo, no ya sólo a la necesidad de retirar los
smartphones, sino casi a tener que desvestirse antes de entrar en la escuela cuando la propia ropa incorpore
vestibles (wearables) propios del
Internet de las cosas (IoT).
Resulta patético ignorar y anular la potencia de los smartphones que el alumnado lleva en sus bolsillos (cada día a menor precio), que por su procesador y aplicaciones
son centenares de veces más potentes que el famoso supercomputador
Deep Blue de IBM que en 1997 derrotó a Kasparov, o más rápidos que los viejos netbooks (ya con 6-7 años), de cuyo costoso mantenimiento es mejor no hablar.
Queremos y necesitamos
una escuela con todos los recursos, de papel y digitales, para asegurar la
inclusión digital (y no abrir nuevas brechas entre alumnado conectado o no en su hogar), con todas las metodologías (sólo su suma y combinación es la mejor pedagogía) y con una alfabetización plena, que actualmente comprende varias lenguas naturales y varios metalenguajes (matemático, científico,
tecnológico, digital, artístico,...).
La mejora de las competencias digitales del alumnado son una apremiante innovación a incorporar, en el escaso tiempo reglado curricular, a fin de permitir sin exclusiones al alumnado de familias desfavorecidas el aprendizaje ubicuo. La escolarización contemporánea no puede ser reducida a las 950-1.050 horas presenciales en la escuela,
sino que se abre a nuevos espacios y condiscípulos en un aprendizaje inter-conectado de 8.760 horas anuales.
Este año nos corresponde a los distintos agentes anunciar y compartir nuestras decisiones.
Las familias podrían sugerir que su gasto en papel (libros de texto no interactivos y no actualizables), así como las inversiones educativas en becas y gestión solidaria del pase a soportes digitales. Y reivindicar toda la información educativa inteligente y dinámica que les corresponde conocer en tiempo real (evaluaciones, información de orientación, conexión con tutorías y asociaciones, comedores, transporte,...).
Los centros, sus organizaciones, sus comunidades escolares y sus direcciones, deben aprestarse a realizar una profunda transición hacia la era digital (ver más detalles en otro
post de dicho camino y de su posible financiación). Una nueva cultura colectiva de apertura espacio-temporal, de atención en otros horarios y calendarios, de perfeccionamiento digital de sus claustros y familias.
La administración debiera ser vanguardia que salvaguarde y promueva una innovación con garantía de resultados, al tiempo que minimiza errores y costes. En sumario,
los poderes públicos debieran: Definir un
marco general de coordinación; establecer las
competencias educativas (incluidas las digitales) mínimas para alumnado, profesorado y equipos; establecer
formación en red para sus agentes; promover
centros avanzados que difundan buenas prácticas; garantizar la
inclusión digital para alumnado becado en materiales escolares a fin de que se puedan proponer acciones de aprendizaje conjunto fuera del tiempo y espacio escolar; una
conectividad universal y segura para aula expandida (en intramuros y extramuros del centro); un
PLE personalizado para alumnado (según edad), familias, profesorado, dirección, inspección, servicios apoyo, administración,...; una
plataforma integral para la extensión de la
documentación personal interactiva y actualizada correspondiente a cada agente con seguridad y confidencialidad; y finalmente, dotando al
ciberespacio con recursos de aprendizaje y de comunicación, en nuestras lenguas oficiales, de calidad y con aportación comunitaria que los priorice, dando visibilidad y jerarquía por
prescriptores reconocidos de la comunidad escolar.
Confiamos que los Reyes Magos vuelvan a traernos oro, incienso y mirra, que además de hardware (dispositivos), software (APPs, aplicaciones) y conectividad (el "espíritu santo" en laico y prosaico) debieran ser
conocimiento, bondad y convivencia.
Para no perder los enlaces, si se lee en papel este post se puede usar el código QR adjunto para hipervincularlo en un dispositivo electrónico. Como bonus, una conferencia -repaso de 30 años- del brillante Nicholas Negroponte. No se pierdan su predicción final sobre las pastillas del conocimiento.