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La cultura del Kintsugi como el arte de la resiliencia

El kintsugi (金継ぎ o reparación dorada), también conocido como kintsukuroi (金繕い o reparación en oro), es una técnica tradicional japonesa que consiste en recomponer objetos de cerámica rotos utilizando barniz mezclado con polvo de oro, plata o platino. En lugar de ocultar las grietas o rupturas, el kintsugi las resalta, convirtiendo la imperfección en una parte valiosa y hermosa de la historia del objeto. 

Esta filosofía kintsugi refleja la idea de que las cicatrices y los defectos no deben ocultarse, sino que pueden ser una parte esencial de la belleza y la historia de algo o alguien. Kintsugi está profundamente ligado a conceptos. Las personas rotas no se descartan, ni se desechan; se reparan y sus cicatrices al igual que los objetos reparados con Kintsugi las hacen más valiosas y bellas. 

El resultado es una pieza que no solo ha sido reparada, sino transformada en algo único y valioso gracias a las marcas de su rotura. Las grietas doradas resaltan con elegancia los detalles de la pieza, mostrando la belleza de las imperfecciones y el arte de la restauración.

El kintsugi  es una perfecta materialización artística de la virtud de la resiliencia (posts varios), que demuestra que la naturaleza y los seres humanos somos capaces de adaptarnos y recuperarnos de cualquier proceso traumático.

@batsaaziel #kintsugi #reparate #repararse #reparation #resiliencia #resilience ♬ Believe (Inspirational Background Music) - Fearless Motivation Instrumentals

Crónica de Marcelo en el mundo real (II)

Gracias a la editorial Random House Mondadori, por mediación de Bloguzz, hemos podido disfrutar de este obra con algo de antelación respecto a su próxima fecha de lanzamiento: el viernes 4 de septiembre de 2009. Tras una lectura que se hace muy fácil (tres madrugadas de dos horas y media), sus trescientas páginas dejan un persistente sabor muy agradable. Hablan de amor, educación, aventura, fantasía,... con un lenguaje ameno y un relato variado. Las vivencias de Marcelo, su protagonista "especial" (en el espectro autista se acercaría a una "síndrome de Asperger"), nos revelan la complejidad de la vida, de cualquier adolescente, en cualquier familia, en cualquier sociedad.
El libro es una novela, pero contiene poesía en prosa. La bondad de alguien como Marcelo choca con la realidad de la vida, y el estruendo nos conmociona. Las características de Marcelo permiten a quienes leemos esta obra apreciar con mayor nitidez lo que acontece en el despertar de la juventud, cuando se avecina el encuentro con ese mundo real fuera del entorno familiar o del contexto escolar.
Marcelo descubre -lenta pero intensamente- qué es amar, se debate entre las viejas y las nuevas lealtades (que finalmente entrelaza), comprende que la imperfección existe en el mundo y aprende a navegar contra el oleaje de la procelosa realidad. Marcelo nos enseña mucho del ser humano: Nos enseña a perdonar, a olvidar, a proseguir, a reflexionar, a continuar, a avanzar,...
"Marcelo en el mundo real" es un perfecto regalo para niños y jóvenes, y para quienes han olvidado con la edad que la vida es bella, aún con sus cicatrices, sus penas, sus desdichas,... Libro recomendado para las navidades, para el cumpleaños de alguien joven, para alegrar las tristezas, para cantar a la vida y para hallar la belleza en nuestro alrededor.
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Algunos datos y curiosidades adicionales:
  • No se cita expresamente el "síndrome de Asperger" hasta la página 60 de la "edición anticipada", que cuenta con 300 páginas y otras dos finales con una nota del autor.
  • En la página 90 se advierte una grave errata, con un error físico que Marcelo jamás cometería. Al hablar de la tabla periódica, el protagonista dice: "Es una tabla de todos los elementos químicos ordenados por el número de átomos (protones, debería decir) que contienen".
  • La música citada en la página 231, la que quiso escuchar la madre de Jasmine en su agonía, Gymnopédies del compositor Erik Satie, fue el título de una de las libros que leímos y analizamos el verano pasado, obra de nuestro amigo bloger Fernando García Pañeda.
  • El dilema con intriga final, casi detectivesco, se resuelve de modo que no citaremos, pero sí indicaremos que habíamos imaginado un final más complejo y glorioso (que estaríamos dispuestos a compartir con quienes lean el libro y lo analicen en los comentarios).
  • [Avance del libro en un post anterior. Inclusión en nuestros goodreads.com (libros recomendados).]

"Tres Gymnopedias" de Fernando García Pañeda (I/III)

Prometimos a nuestro amigo de Aprendices, Fernando García Pañeda, en la pasada Feria del Libro de Bilbao una lectura reposada y análisis de su tercera obra, "Tres Gymnopedias". Hoy, ahora, he leído la primera parte, la de la hermana mayor Emma. De un tirón, en apenas media hora gozosa. Inicialmente, pensé en Twittear la lectura; pero la historia que nace lenta, intimista y un tanto deprimente (al menos, para este luminoso verano), pronto nos atrapa con algo tan improbable como el diario (o delirio) de una mujer castigada, resentida y que trata de rehacer su vida con el insólito recurso de la maternidad. La ternura del relato, y la solidaridad que despiertan estas tres (cuatro) almas femeninas, obligan a proseguir la trama que se va desvelando y que protagonizan estas mujeres, muy reales, muy cotidianas, muy cercanas, muy nuestras, con esa sinceridad que se aprecia cuando sintoniza con las cicatrices que todos llevamos por el desgaste de la vida. Sólo estas primeras páginas acreditan la destreza narrativa de Fernando García Pañeda, su validez escritora, su sensibilidad humana. Prefiero degustar el libro, en tres jornadas consecutivas que aquí relataré, para acompasar el ritmo de la existencia descrita con el relajo del estío, que concita concurrencias espacio-temporales inexcusables,... Hay que convivir con otras lecturas, con otros encuentros, con otras amistades,... Pero este libro, como concluye la primera parte nos brinda una enseñanza inigualable y poética, que ahora cito, cuando la nueva madre comprende que ahora"estamos aprendiendo a querernos...". [Abajo, un vídeo de la Red Ning de Blogs y Libros con el esquema del libro recomendado] Web oficial de la obra. Technorati tag: .

Buena o mala suerte

Ludger Sylbaris fue un caso extremo de la conocida historia que narra aquello de quién sabe si algo es buena o mala suerte. El 8 de mayo de 1902, el volcán del Monte Pelée estalló y en un instante aniquiló a los 30.000 habitantes del puerto de St. Pierre, quienes habían sido tranquilizados por el alcalde en plena campaña electoral. Murieron todos, excepto un joven negro, Auguste Ciparis, encerrado en una celda de castigo provista únicamente de una diminuta ventana enrejada. Fue descubierto cuatro días después por las brigadas enviadas desde la capital de la Martinica. Indultado y convertido de improviso en un Lázaro renacido, pasó a llamarse Ludger Sylbaris hasta su muerte en 1929. Fue exhibido como estrella renombrada del circo Barnum&Bailey, donde mostraba sus cicatrices producidas por el tórrido aire volcánico.

Riqueza verdadera

Descubriendo la grandeza de algunas gentes, que por nuestra pereza y simpleza suele pasarnos desapercibida.

Todos los días, mi esposa Carmen y yo paseamos por Getxo. Nuestro recorrido predilecto va desde el Puente Colgante hasta el Puerto Nuevo, donde la elegante y variada arquitectura capitula ante la belleza natural de la costa vasca. En apenas dos kilómetros pueden verse desde gigantescos barcos mercantes que navegan por la Ría Nervión-Ibaizabal hasta gráciles veleros o ferries por el Abra de Bilbao, tres playas y varios monumentos históricos junto a palomas y gaviotas, pero lo mejor es la gente con la que te encuentras.

Ayer caminando en nuestro trayecto habitual, descubrimos que vivimos entre personas “ricas”. Pero “ricas” de verdad. Queremos compartir nuestro hallazgo, porque en todas las sociedades y en todos los pueblos hay “gente acaudalada”, pero no son necesariamente los “millonarios en dinero” que creemos por ser tan visibles. La genuina riqueza se disfraza, muy a menudo, de enfermedad, de pobreza, de flaqueza, de torpeza y de crudeza en la corteza. Porque la auténtica fortaleza reside interiormente en la sutileza de la agudeza, en la certeza de la entereza y en esa nobleza que sólo otorga la proeza de sobrevivir.

Quizá sea grandeza y delicadeza, mejor que riqueza, lo que caracteriza a estas personas de firmeza y gentileza, de dureza y pureza, de belleza con tristeza, justeza y largueza. Sólo los niños “reconocen” a esas personas que se han hecho “grandes”, día a día, porque cabeza, listeza, destreza, franqueza y realeza se acumulan únicamente ganando la batalla cotidiana de la existencia, atesorando arrugas que son las cicatrices de la experiencia.

Si aún no lo has entendido, quizá necesites unas horas más, unos meses más o unos años más. Con suerte al final serás tan ‘rico’ como cualquier anciano, y todo lo comprenderás. Porque no hablamos de riqueza económica, sino de riqueza en pasado, en alegría compartida, en vida subsistida y transmitida. Nos referimos a los “verdaderos ricos” que son los abuelos de la Tierra, los aristócratas de la Vida, los añosos vencedores del Tiempo.

Artículo ilustrado en: http://mikel.agirregabiria.net/2005/riqueza.htm

Cicatrices


El valor de una persona se juzga por sus cicatrices.

Dicen que Dios cuando nos evalúe no analizará nuestro currículo, ni nuestras medallas, ni nuestro patrimonio. Dicen que Dios nos valorará por la memoria de nuestras cicatrices. Las cicatrices miden no sólo las heridas que hemos sufrido, sino cómo las hemos curado. La existencia seguro que nos proporcionará más o menos cortes dolorosos de infelicidad, pero las cicatrices son curaciones de vitalidad y de deseo de luchar contra la injusticia y por mejorar las condiciones de vida nuestras y de los nuestros.

La misma experiencia no es sino una cicatriz. Todos vamos acumulando cicatrices, algunas en la piel, y muchas en el alma. Causadas por errores propios o ajenos, pero su cicatrización demuestra que en todos los casos supimos vencer o sobrellevar las dificultades. Las cicatrices deben mostrarse con orgullo, porque siempre nos recuerdan un episodio de superación.
Cuentan la historia de un niño que cayó al estanque de los cocodrilos en un zoológico. Su madre se asomó al borde del pozo y pudo asir a su hijo por el brazo, cuando las mandíbulas de un reptil ya le apresaban las piernas. El caimán era muy fuerte, pero el amor de madre sacó fuerzas de flaqueza y arrebató al cocodrilo su pieza. El niño sobrevivió a las desgarradoras heridas y pudo volver a caminar. Fue noticia famosa su recuperación. Todavía en el hospital, cuando los periodistas le pidieron fotografiar sus cicatrices, el niño se remangó la manga y mostró orgulloso las marcas de las uñas de su madre, quien no soltándole había salvado su vida.

El relato anterior nos recuerda que las heridas las sanamos con la ayuda de los demás, y especialmente de nuestra familia. De hecho nuestra madre nos dejó a todos, absolutamente a todas las personas, una imborrable cicatriz, la primera, que debe recordarnos su sacrificio al darnos la vida. Es una preciosa cicatriz, visible en el centro de nuestro tronco. Frecuentemente olvidamos su bendito origen maternal, y hasta lo confundimos con nuestro yo cuando nos miramos demasiado… el ombligo.

Niños enemigos


¿La exaltada seguridad debe prevalecer sobre los derechos humanos?



Publican los periódicos la horripilante noticia, perdida en la sección de información internacional, de que el Gobierno Bush libera a 3 niños de Guantánamo porque "no poseen información válida y ya no representan una amenaza para la seguridad nacional”. Estos “enemigos” tenían entre 11 y 13 años cuando fueron capturados hace 24 meses en Afganistán, donde serán retornados con la ayuda de una ONG. Según el ejército norteamericano “la edad no es un factor determinante. Nosotros detenemos a combatientes enemigos que atacan a nuestras fuerzas armadas o ayudan a quienes lo hacen”, y aseguran las fuentes militares que la campaña de presiones encabezada por grupos de derechos humanos de todo el mundo no ha influido en su decisión de liberarlos, que se produce únicamente porque ahora se les considera “no peligrosos”.

Estos críos, junto a otro centenar de chiquillos que no alcanzan ni la edad de la preadolescencia, han permanecido incomunicados al igual que todos los prisioneros en el campo de concentración de Guantánamo. Mientras la lenta justicia estadounidense estudia varios recursos sobre la constitucionalidad de la detención indefinida de estos presos sin que les formulen cargos y acepta, a instancias del abogado representante de la administración Bush, Ted Olson (el mismo que convenció a los magistrados en 2000 de que Gore no debía ser el presidente), el desquiciado argumento de que “otorgarles el derecho a defensa a los sospechosos de terrorismo interferiría con los interrogatorios claves para la seguridad nacional”.

Estos sucesos son repulsivos, ¿o sólo nos lo parece así a algunos? El fatídico 11-S se evaporaron todas las esencias democráticas del mundo occidental y se propagó algún extraño virus (no aquel ántrax del que nunca se volvió a hablar), que ha pervertido nuestras almas en pro de la idolatrada seguridad, y parece que ya ni la infancia es inocente. Muchos jamás aceptaremos la culpabilidad de un niño, ni un castigo de alejamiento de su familia y entorno. Milton dijo que “de todas las personas, los niños son las más imaginativas porque se entregan sin reservas a todas las ilusiones”. Esos niños procedían de familias talibanes y, simplemente, querían a sus padres. Eso no es un delito.

Se agolpan los pensamientos de educadores y filósofos que supieron valorar la infancia y cuyas enseñanzas parece que hemos olvidado: Da un poco de amor a un niño y ganarás un corazón. Debe cultivarse en la infancia preferentemente sentimientos de independencia y dignidad. El amor es para el niño lo que el sol para las flores: No basta pan: necesita caricias para ser bueno y para ser fuerte. Los niños necesitan más de modelos que de críticos. El niño es como un barro suave donde puedes grabar lo que quieras... pero esas marcas se quedan en la piel... esas cicatrices se marcan en el corazón... y no se borran nunca. Terminemos con dos axiomas: Los niños usan los puños, hasta que alcanzan la edad en que pueden usar el cerebro, de Robert Browning y la de Juvenal: El niño es acreedor al máximo respeto.