Recomiendo la lectura de una Tribuna de "El País" titulada "La excusa del pacto educativo". Su autor, Benito Arruñada @BenitoArrunada, me merece mucho respeto -desde una posición a menudo discrepante, pero de máximo respeto moral- y sus fluidos escritos están relatados con anécdotas reconocibles y significativas (como abundan en este artículo).
Nos describe algo siempre cierto y es que la situación familiar (a escala individual y colectiva) es el factor más determinante del resultado educativo. Con una perspectiva, quizá pesimista y nostálgica (que conviene para compensar triunfalismos rampantes), nos alerta sobre nuestro alumnado que forma parte (en mayor medida que nunca en la historia) de lo que describe como "monopolistas emocionales", hijos únicos y tardíos -e incluso nietos- en familias menguantes donde el cariño protector les ha cegado respecto a la gratificación del esfuerzo sostenido para alcanzar metas propias.
Apunta otras dos referencias generacionales, probablemente más reconocibles en nuestro entorno que en el de otras latitudes. "Niños trofeo", que Arruñada entiende de un modo diferente al convencional como una prole muy felicitada por sus progenitores ante cualquier logro, por mínimo que sea (incluso se sugiere que como efecto derivado de la "pedagogía" de la Ley General de Educación... de 1970,...).
Preocupante también las cohortes de "generación bumerán" que, no es que vuelvan a la casa paterna tras la universidad, sino que nunca han abandonado el hogar de su infancia, ni sienten la necesidad de hacerlo,... lo cual no impiden que se interesen por los días libres de la "conciliación familiar" para destinarlos a viajes y otras formas de no aburrirse.
Me sorprende, quizá me aterra, esta sintonía con "echar balones fuera", algo que siempre pensé que la escuela debía (y podía) superar: la mochila familiar que cada escolar traía de casa. Pero resulta patente que la educación formal requiere de un compromiso de toda la sociedad, de toda la tribu, de un modo colectivo distinto de actuar aquella parte más viva que son las madres y padres ejerciendo como tales, sobre todo en los primeros (¿diez, veinte, treinta,...?) años de la vida de sus hijas e hijos.
Nos describe algo siempre cierto y es que la situación familiar (a escala individual y colectiva) es el factor más determinante del resultado educativo. Con una perspectiva, quizá pesimista y nostálgica (que conviene para compensar triunfalismos rampantes), nos alerta sobre nuestro alumnado que forma parte (en mayor medida que nunca en la historia) de lo que describe como "monopolistas emocionales", hijos únicos y tardíos -e incluso nietos- en familias menguantes donde el cariño protector les ha cegado respecto a la gratificación del esfuerzo sostenido para alcanzar metas propias.
Apunta otras dos referencias generacionales, probablemente más reconocibles en nuestro entorno que en el de otras latitudes. "Niños trofeo", que Arruñada entiende de un modo diferente al convencional como una prole muy felicitada por sus progenitores ante cualquier logro, por mínimo que sea (incluso se sugiere que como efecto derivado de la "pedagogía" de la Ley General de Educación... de 1970,...).
Preocupante también las cohortes de "generación bumerán" que, no es que vuelvan a la casa paterna tras la universidad, sino que nunca han abandonado el hogar de su infancia, ni sienten la necesidad de hacerlo,... lo cual no impiden que se interesen por los días libres de la "conciliación familiar" para destinarlos a viajes y otras formas de no aburrirse.
Me sorprende, quizá me aterra, esta sintonía con "echar balones fuera", algo que siempre pensé que la escuela debía (y podía) superar: la mochila familiar que cada escolar traía de casa. Pero resulta patente que la educación formal requiere de un compromiso de toda la sociedad, de toda la tribu, de un modo colectivo distinto de actuar aquella parte más viva que son las madres y padres ejerciendo como tales, sobre todo en los primeros (¿diez, veinte, treinta,...?) años de la vida de sus hijas e hijos.