
Post que estuvo en borrador desde el 19-4-2009.
Una tarde, un desarrapado salteador de caminos esperaba al acecho cuando vio aparecer a un anciano monje tibetano. Sin esperar ningún tesoro, con hambre y sin nada para cenar, decidió abordarle para quitarle lo único que tal vez portaría: Algún fruto seco para el viaje.
Saltó frente al sabio, blandiendo un
cuchillo en la mano. Amenazante, gritó:
Sorprendido el bandido, tomó la
joya, la admiró por un instante e, inmediatamente, se fue corriendo para huir
del lugar. Cuando al cabo de muchos minutos se detuvo a gran distancia,
escondido tras unos arbustos. ¡Qué inesperado botín que le había
brindado tan singular personaje!
Las sombras de la noche cayeron,
las estrellas celestiales florecieron, pero el huérfano jovenzuelo no conseguía
dormir. Junto a la alegría por la valiosa alhaja, le inquietaba algo que no acababa
de entender. Algo rondaba por su cabeza hasta que el alba le dio la clave,…
Corrió en busca del anciano, mirando a ambos lados del sendero por si aún dormía el monje. No lograba verle, por lo que -nervioso- prosiguió la ruta. Al final pudo verle. Corrió a su encuentro, se puso delante, se arrodilló ante aquel maestro y le ofreció el rubí, diciendo:
Así fue. Cuando llegó al monasterio, el monje venía acompañado de un nuevo discípulo que quería aprender qué es lo trascendente de la vida. Un día después, una caravana encontró en la vereda dos extraños objetos juntos y abandonados: Un cuchillo oxidado y un brillante rubí.