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¿Átomos o historias?

La Vida percibida con una visión relacional, no molecular.

La poetisa norteamericana Muriel Rukeyser (1913-1980), corrigió a Demócrito y a todos los atomistas con su transgresora declaración, que modestamente muchos suscribimos: "El universo está hecho de historias, no de átomos". 

Esta perspectiva nos aporta una visión sobrenatural, que nos recuerda que nuestra misión no es poseer, sino amar, y que quien tiene una misión, ha de cumplirla. 

La propia Física superó entre 1666 y 1678 la teoría corpuscular de Newton, con la teoría ondulatoria de Huygens, aplicadas ambas inicialmente a la luz y extensivas posteriormente a toda “masa” con la Física Cuántica desde Planck, Bohr, Heisenberg y Schrödinger. Incluso físicamente no somos sólo materia; también somos energía, y la ecuación de Einstein (E=m.c2) relaciona ambas magnitudes. 

En lenguaje coloquial, o más líricamente, cuando vemos venir por la calle a la persona que adoramos, todos olvidamos que abrazaremos a una conjunción estructural de moléculas. En esas ocasiones, y quizá en todas, sólo existe una historia de amor, que perdurará cuando los átomos participantes se hayan dispersado por el cosmos. 

Hemos de descubrir que no somos seres predestinados a dominar a otros, sino a quererlos. Comprenderemos que las únicas conquistas inmortales son las del cariño. ¡Hay tantas clases de amor y de amistad! Relaciones de pareja, familiares, laborales, sociales, espirituales,… Cultivemos todas ellas, apostando por la calidad más que buscando la simple cantidad. No la llamemos Vida, si no podemos llamarla Amor o Amistad. 

La vida no son los inestables átomos que almacenemos en forma de posesiones o patrimonio, ni siquiera los bytes de conocimiento y sabiduría que acumulamos. Si sólo son para nuestro disfrute, con nosotros perecerán. Sólo entregándonos y dándonos, sobreviviremos a nuestra muerte. La existencia es, ante todo, la relación con los demás. La vida se mide por la calidad de vínculos e interrelaciones, más que por la cantidad de objetos materiales. 

Reflexionemos y actuemos. Recordemos que las ideas no duran mucho, así que hay que hacer algo con ellas. ¡Suerte con nuestras historias de amor! Descongelemos el poeta que llevamos dentro, recitando el Jeroglífico de Charles Cros, poeta y científico: “J'ai trois fenêtres à ma chambre: l'amour, la mer, la mort” ("Tengo tres ventanas en mi habitación: el amor, la mar, la muerte", pero en español se pierde la similitud fonética).

En icono Medem, o no cine

"La pelota vasca": Una película que merece ser vista antes de juzgarla.

El escritor Okakura Kazuko decía que “el pueblo hace la crítica de la pintura con el oído”. Ahora también parece que algunos valoran una película sin verla, sólo escuchando a quienes la condenan… sin haberla contemplado tampoco. Recuerde que los críticos pueden llegar a ser constructivos (que no ha sido el caso con Medem), pero nunca serán objetivos. Si desea disponer de una opinión propia sobre “La pelota vasca”, sólo existe un método lógico: Véala. Si le resulta imposible encontrar una proyección por la limitada distribución en cines, recurra a la versión disponible en Internet a través de los programas P2P como Overnet (http://www.overnet.com/) o KaZaA (www.kazaa.com).

Vivimos en la era de los prejuicios, que son la razón de los tontos según Voltaire. Einstein lo señaló: “¡Triste época la nuestra! Es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio”.

Viaje a Euskadi con esta película. Según Anatole France, “Viajar no es cambiar de lugar, sino cambiar de ilusiones y de prejuicios”. Julio MeneM, de apellido palindrómico, ha dirigido una película de ida y vuelta sobre la tragedia vasca, un decidido alegato contra la violencia. Defiende inequívocamente a todas las víctimas, sin subordinarse a ningún interés político. Es el mensaje sobre una realidad contemporánea de un artista competente, de un cineasta vasco que se declara no nacionalista, pero que ama a su tierra.

Pruebe “La piel contra la piedra”, óigala, siéntala y dictamine por sí mismo. Sin censuras, sin prevenciones. Lo demás sería decir: Amén icono, no cinema.

Razones a tazones

La sobreactuación ya crónica del PP con el tema vasco es una plaga que se supera día a día. La penúltima cabriola ha sido a cargo de uno de los habituales animadores: el inefable Michavila, cuando voceó que el denominado 'Plan Ibarretxe' supone una mutilación de la Constitución “en más de cien ocasiones". Pudo haber dicho en más de diez o de treinta, pero su frenesí propio más de un legionario que de un ministro de Justicia le desbocó hasta superar las “cien amputaciones”.

Quizá por mi remota formación en Física teórica, evoqué el célebre libro “Cien autores contra Einstein”, ante el cual subrayó el preclaro científico: "Si yo no tuviera razón, ¡bastaría con uno solo!". Pocos saben que, en vida de Einstein, se fundó una asociación en su contra e, incluso, una persona fue llevada ante los tribunales por incitar a su asesinato, siendo condenada a pagar una irrisoria multa de 6 dólares. El Poder Judicial, ya se sabe…

Pero dejemos de hablar de política y entendámonos bajo fórmulas de convivencia. Restablezcamos los niveles entre los “vascos comunicantes” con una melodía, que aporta muchas más y mejores razones, las de Juan Luis Guerra: “Mil razones para amarte. Tú eres mi razón primera, mil poemas en la calle, yo rodando donde quieras,...”

Dirigentes Digitales

Son una raza aparte los designados a dedo, quienes triunfan frecuentemente en la administración y en las grandes empresas donde no interesan los resultados o no importan los clientes. Son el producto más elaborado de la ineficacia colectiva y la prueba más contundente de la mediocridad galopante en los monopolios y centros oficiales (donde llegan a ‘menistros’ si se han aprendido el disco rayado contra la oposición): Mutaciones que se alzan sobre el mismo “Principio de Peter” y que asombran por la altura de su ineptitud.

Los dirigentes digitales (DD) son distinguibles por su aspecto. Su perdida mirada vidriosa de inteligencia recóndita, inexplorada e ignota, es la característica más destacable. Una expresión facial que explícitamente dice: "de esto que me hablas hoy, tampoco tengo ni la más remota idea". Ello resulta muy tranquilizador para la alta dirección, que reiteradamente los reeligen sin pensárselo dos veces. Sus cerebros son pozos insondables capaces de tragarse cualquier problema, por complejo que sea, con la plena seguridad de que allí nadie logrará desenterrarlo. Los administrados rápidamente advierten que es imposible no ya dialogar, sino incluso responder a semejantes personajes. Al traspasarles una problemática nueva, los DD corroboran su perfecta idiotez mediante una técnica insuperable: hacen un breve resumen de lo que creen haber entendido, que obviamente no tiene nada que ver con lo solicitado, pero con tal convicción y tozudez que obliga a desistir a cualquiera que no reúna la paciencia de Job con la inteligencia de Einstein. Estos "agujeros negros" digieren cualquier dificultad, transmitiendo tranquilidad a sus jefes, que saben que jamás les volverán con temas a resolver relativos a la temática cedida, dado que se encuentra soterrada bajo la plúmbea losa de la estulticia supina e infranqueable.

Los DD son manifiestamente simpáticos. Por su torpeza, claro está. Resultan imposibles de imitar por los humanos lúcidos, porque la insinceridad aparecería. Su tosquedad es patente hasta en su movilidad y motricidad elementales. Caminan con dificultad, pensando: "ahora el pie izquierdo, ahora el derecho, el izquierdo,...". No son multitarea. Si caminan, no mastican chicle, porque acabarían liándose. Aunque de formas muy diversas, sus cabezas mismas ya manifiestan a las claras su cortedad de entendimiento. Ello queda realzado en su rostro con un permanente rictus de sorpresa por las cosas más simples. Son gente que cae bien, nunca "enteradillos que se las saben todas". Siempre son los últimos en enterarse y casi nunca del todo. Son capaces de sorprenderse con cuestiones triviales, porque su coeficiente de inteligencia comparable al de un cachorro les depara alegrías cotidianas. Una fuente inagotable de sorpresa son sus propias responsabilidades: después de años en una dirección pueden continuar con la retahíla de ¡Ah!, pero eso… ¿también es competencia nuestra?

Los DD son gente leal, fiel y, sobre todo, agradecida. Desde lo más profundo de su corazón y desde lo menos dormido de su mente no aciertan a comprender porqué ellos están allí, y no dejan de ponerlo de manifiesto. En su ausencia de malicia, son plenamente sinceros en sus constantes muestras de gratitud e incluso de servilismo ante quien los nombró, que a su vez se siente más seguro en su puesto dada su manifiesta superioridad respecto a sus DD y, como con los demás no tratan, acabar por creerse seres superiores por la referencia con los cretinos que han logrado reunir a su alrededor para darse la justa medida de sus capacidades.

Los DD aceptan cualquier reto y cualquier responsabilidad. En su ausencia absoluta de capacidad para discriminar entre lo justo y lo arbitrario, entre lo debido y lo que no procede, pueden admitir cualquier "marrón" y son los "chivos expiatorios ideales" si las circunstancias lo requieren. Normalmente su torpeza y estupidez les ahorra gran cantidad de enemigos, porque la talla de los adversarios mide a sus oponentes, y es sumamente difícil encontrar enanos espirituales de tal calibre.

Los DD son gente amistosa. El mundo circundante suele ser considerado con la lógica que les aporta la metáfora familiar. La despreocupación que demuestran en su actividad profesional se compensa con su reiterado interés por todos los familiares de sus interlocutores. Si alguien espera que sugieran soluciones o acepten consejos no obtendrá sino buenas palabras sobre cómo criar a los niños. En su área de conocimiento preferida, donde creen haber triunfado,..., por lo menos hasta que sus hijos tienen siete años y comienzan a no poderles seguir ni en sus razonamientos, ni menos aún en sus deberes escolares.

Los DD son felices y transmiten alegría. Jamás se les ve agobiados con problemas o sumergidos en la depresión. Pueden llegar a sentir alguna forma liviana de estrés en su esfuerzo por comprender algo, pero la bienaventurada naturaleza que les guía y les protege, a falta de una racionalidad desarrollada, pronto les hace desistir en su intento de superar su propio umbral de discernimiento del entorno más elemental.

Los DD son prudentes y fiables. Prefieren las soluciones convencionales, porque barruntan que podrán alcanzar a entenderlas de algún modo. Para apartar los métodos innovadores suelen recurrir a un par de aforismos de entre la media docena de refranes que conocen y que suele constituir todo su bagaje cultural. "Primero organizar y luego informatizar", por ejemplo, pueden llevar diciéndolo desde hace veinte años, y seguir utilizándolo sin muestras de desgaste. Con técnicas de dilación encadenadas suelen hurtarse de cometer errores, y raramente se equivocan porque nunca deciden nada y menos por sí mismos.

Los DD son polivalentes. Dado que no valen para nada y que ya han estado ocupando otra plaza de responsabilidad durante lustros, igualmente son trasladables a cualquier otro puesto sin riesgo alguno de que lo hagan peor. Su inoperancia universal les valida para ocupar cualquier destino sin detrimento de eficacia, habida cuenta de que siempre parten del grado ínfimo.

Los DD son grandes “solucionadores” de problemas, porque cuentan con una habilidad difícilmente localizable en los otros mortales: No sólo pueden "pudrir" cualquier temática, sino que incluso llegan a olvidarse enteramente de su existencia, con lo cual no apesadumbran a quien los nominó con las contrariedades inevitables que las resoluciones de problemas suelen requerir. Generalmente los mismos jefazos llegan a extraviar por completo el problema, e incluso los afectados acaban comprendiendo que no se ocupará de su asunto el DD, dado que ya estará en vías de olvidarse del siguiente tema. Su velocidad de tratamiento de conflictos es, por lo tanto, muy elevado, dirigiéndolos primero al congelador y luego a la papelera.

Los DD crean equipos fuertemente compenetrados. Sus subordinados alcanzan un mayor nivel de integración que bajo la batuta de directores responsables, debido a que deben defenderse de la obtusidad del directivo digital. Además, y por regla general, los DD promueven un "pelotilla manducón", género poco catalogado pero reconocible porque gratuita y desinteresadamente asume competencias que no le corresponden, con el único ropaje de la complacencia del DD quien delega en él gran parte de la gestión que nunca ha comprendido ni llegará a comprender. El resquemor común y generalizado hacia el mandón más que hacia el propio DD, y el esfuerzo de apechugar con el caos provocado, actúa como aglutinador de los subalternos, llegándose a crear un clima jovial y lúdico ante el desconcierto del desbarajuste cotidiano.

Los DD son perdurables y dejan huella de su desatinada gestión. Su contrastada ineficacia les asegura una vida profesional dilatada y su ausencia total de resultados les reporta un recuerdo imborrable entre sus apesadumbrados subordinados, e incluso entre sus pacientes y desesperados administrados. Su actuación monolítica, sin fisuras ni alteraciones, sin estar sometidas a vaivenes, dado su inmovilismo mental incapaz de mudar un criterio propio porque nunca existió ni podría existir, deja de ellos una memoria nada borrosa y aunque su mandato resulte corto, para sus sufridores siempre les habrá parecido una eternidad.

Los DD son pacientes y complacientes con sus subordinados. Siempre les dedican tiempo y parecen intentar descifrar sus reivindicaciones. Con una parsimonia desmedida que perdura hasta que los subalternos comprenden que en aquella mollera abstrusa nunca penetrará la luz del conocimiento, los DD mantienen su máximo esfuerzo de comprensión del que son capaces para intentar entender a aquellos extraños seres que también trabajan en la misma oficina, pero cuyos necesidades e intereses (y no digamos los de los administrados o lejanos clientes) resultarán para siempre completamente velados para los pusilánimes DD, quienes se deben en cuerpo y alma a servir a quien graciosamente los nombró.

Flamantes cincuentones

He ingresado en la legión grisácea de los cincuentones, sin eufemismos paliativos tales como jóvenes maduros o veteranos juveniles. Cuando publiquen esta nota, ya habrá pasado mi cumpleaños, así que pueden abstenerse de felicitarme. Nací un viernes santo cualquiera, justo hace diez lustros. Este quincuagésimo cumpleaños es la fecha en la que descubres que todo es más sencillo de lo que pensabas, y coincides con tus hijos adolescentes en que el día para pegarte el banquete o la fiesta de tu vida es… hoy mismo, sin esperar a mañana, y eso cada día de los próximos mientras puedas decidir. Con todo, la crisis de los 50 me parece más llevadera que la depresión de los 40, y de la angustia de los 30, que ni siquiera recuerdo bien. Convertirse en cincuentón es una trágica y traqueteada experiencia, pero que se vive en compañía de todos los coetáneos. A ellos están dedicadas estas líneas. Siempre pensamos que aquélla fue una gran cosecha, la del 53, aunque ahora lo dudamos tras descubrir que son de la misma quinta Aznar y Blair (quien dijo sentir mariposas en el estómago el día que cumplió 50).

Aquel nuestro año 1953  finalizó la Guerra de Corea, Franco firmó el Concordato con el Vaticano y los primeros acuerdos económicos y militares con los EE.UU., llegó la Coca-Cola, se escaló en Everest, se demostró la relación entre cáncer y tabaco, se descubrió la estructura en doble hélice del ADN, se simplificó la famosa ecuación de Einstein a E=m.c2, se inventó el bolígrafo Bic y se pusieron de moda los pantalones vaqueros. Murieron Stalin, el compositor Prokófiev, el poeta Dylan Thomas,…, pero ahora lo que importa es cómo fuimos, y cómo somos los que entonces nacimos –más exactamente, los que todavía quedamos-.

Nosotros nos criamos a lo bestia. Hacíamos lo que jamás permitimos luego a nuestros hijos. Corríamos en pequeñas e inadecuadas bicicletas sin casco, los columpios eran de metal roñoso y con esquinas en pico, y jugábamos a ver quien era más bruto. Construimos goitiberas para bajar por las cuestas y descubríamos que habíamos olvidado los frenos. Jugábamos a "chorro, morro, pico, tallo, qué" (no pregunten eso qué significaba), procurando caer en plan bomba, y nadie sufrió dislocaciones vertebrales. Salíamos de casa por la mañana, jugábamos todo el día, y sólo volvíamos al anochecer. Nadie podía localizarnos por ningún móvil. O hacíamos una fogata para asar patatas y contarnos historias de miedo. Nos abríamos la cabeza jugando a “guerra de piedras” y no pasaba nada, eran “cosa de niños” y se curaba con Mercromina y un cachete adicional de castigo. Comíamos moras, pipas de melón y porquerías, bebiendo aquel refresco de color butano, pero no fuimos obesos. Estábamos siempre al aire libre, corriendo y jugando. No tuvimos Playstation, Nintendo, películas en vídeo, móviles, computadores ni Internet: sólo un canal de televisión en blanco y negro,.. en casa de algún amigo rico. Siempre recordaremos nuestros escasos juguetes, pero nos sobraban los amigos y primos. Quedábamos con ellos en el parque más cercano. O ni siquiera quedábamos, con la merienda íbamos a la plaza y allí nos encontrábamos. Ligábamos con las chicas persiguiéndolas, no en un chat tecleando ;-D. Y jugábamos a las chapas, a las canicas, al “hinque” con clavos herrumbrosos, con pólvora,... en fin, con tecnología punta. Bebíamos agua directamente del grifo, cazábamos lagartijas y gorriones con la "chimbera de balines", sin adultos vigilándonos. En los juegos del patio, no todos participaban en los equipos; debías ser elegido. Los otros tuvieron que aprender a superar la decepción. Los menos estudiosos, repetían curso y les ponían a trabajar prematuramente de “botones”… en una Caja de Ahorros y cuando pasadas las décadas te los reencontrabas, te denegaban el crédito.

Viajábamos en minúsculos coches sin cinturones de seguridad ni air-bag, durante viajes de 8 horas con cuatro adultos y cuatro niños en un 600, sin síndromes de la clase turista. Éramos responsables de nuestras acciones y arreábamos con las consecuencias. Si transgredíamos alguno de los numerosos preceptos, nuestros padres no sólo no nos protegían, sino que además nos castigaban aparte. Tuvimos media libertad, mucho fracaso, poco éxito y moderada responsabilidad, pero aprendimos a crecer con todo ello.

Ha pasado la mayor parte, pero quizá no la mejor, de la vida familiar y profesional. Nuestros hijos son insufribles y eternos adolescentes, nuestra pareja ha engordado casi tanto como nosotros, y ya estamos plenamente instalados en esa burguesía postmoderna y acomodada,… que tanto se parece a la de nuestros abuelos y que fue mejor que la de nuestros sufridos padres. Nuestros rutinarios paseos con la parienta, esos recorridos de café con leche en café con leche (descafeinados por supuesto), con muchas paradas, permiten a los comerciantes poner en hora sus relojes cuando nos ven desfilar puntualmente cada atardecer. Nuestra carrera laboral ya ha acumulado suficiente mediocridad como para no quitarnos el sueño las pasadas aspiraciones, que han envejecido más prematuramente que nosotros. Ya sabemos adónde vamos a llegar, y eso con suerte: a la prejubilación. Pero nos sentimos bien, nada de esa "sensación de que la vida se me está escapando". Chispeantes, seguimos creciendo. Los pies, por ejemplo, cada vez están más lejos y cada día te cuesta más llegar hasta ellos, sobre todo el izquierdo. Cierto que ya no podemos pasar de los tres platos en las alubiadas, y que crecen los periféricos de ayuda (gafas de presbicia, y pronto audífonos), pero hay otras ventajas: Vas perdiendo la vergüenza, y desarrollándose una “cara dura” con la edad,…, y disminuye drásticamente el riesgo de morir… joven.

Comenzamos a adivinar lo que se nos avecina en las próximas décadas. Los ruiditos que nos acompañan a cada movimiento, sobre todo de alzada. Disfrutamos de ese sueño “camembert”, plagado de periodos de insomnio, y cuando te levantas recuerdas eso de que si no te duele nada, es que ya estás muerto… El tango dice que “veinte años no es nada”, pero “cincuenta años” otorgan una madura lucidez,… que estremece. Nosotros que fuimos testigos de la carrera por la Luna, pertenecemos a la maldita “generación sándwich”, de selectividades dobles, de “mili” larga, siendo jóvenes cuando se llevaban los veteranos y llegando a expertos cuando mandan los novatos. Fuimos obedientes con nuestros padres y con las demás autoridades de turno, y ahora nos tienen en jaque nuestros hijos a los que, en general, malcriamos por miedo a repetir nuestra historia. Debimos aprender a liberarnos de muchos prejuicios y cuando lo conseguimos, resulta que estábamos cargados de años. Pero disfrutamos de regalos tardíos, como redescubrir y recuperar la música de los ’70 por Internet y ver a la siguiente generación cometer nuestros mismos errores. La nostalgia empieza a invadirnos y cada vez nos parecemos más a nuestros progenitores, e incluso a nuestros abuelos. Pronto añoraremos cuando hablábamos… todo seguido, y no recordaremos a ese tal “Al..zheimer”, y se acerca el día en el que ingresaremos en esos grupos de “ancianas de los dos sexos”. - “Es cruel”, digo, y mi mujer replica: - “Sí, para ellas”.

La vejez es lo más inesperado que le sucede al hombre y llega sin ser invitada. Sólo comienza cuando se pierde la curiosidad y cesa de indignación por todo lo que está mal a nuestro alrededor. La madurez, incluso la vejez bien llevada, puede ser el tiempo de nuestra dicha. La felicidad es el antídoto de la edad. ¡Seamos felices! 
[Cumpleaños para un 3 de abril,....]

Todo debe hacerse lo más sencillo posible, pero no lo más simple (Einstein)

"Lo más sencillo será quedarme durmiendo.
Lo más sencillo será no mirarla a la cara.
Lo más sencillo será no preguntar nada.
Lo más sencillo será no sacar el tema."
Jorge Miente