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Ponme a dormir

Una clave familiar que mide la felicidad y el éxito alcanzados dentro de un hogar.

Pasados los años, se llega a descubrir cuáles son las vivencias más significativas y gratificantes de una vida. Una de mis favoritas entre las más felices y repetidas es despertar de madrugada. En plena oscuridad ir recobrando la percepción del entorno: sentir la presencia de mi esposa apoyada en mi hombro y brazo izquierdos, sus pies junto a los míos, su respiración sosegada y su sueño sereno.

El juego del despertar incluye desde hace pocos años una adivinanza de saber dónde estamos: Si en nuestro hogar de Getxo o en la casa de Alicante. El colchón es similar y no vale palpar el cabezal o el borde de la cama, ni apurar la memoria del día anterior. El truco es tratar de acertar sin abrir los ojos, por algún leve ruido como la lluvia exterior en los ventanales o el tráfico lejano. Entonces comprendo si estamos de vacaciones o durante el curso, pero eso no importa demasiado, cuando se está entre personas amadas.

Luego sigue la preocupación por nuestros hijos: ¿Estarán en sus cuartos de al lado, o en su residencia de estudios? ¿Han de madrugar? ¿El pequeño que estudia lejos parecía feliz en su última llamada? ¿Los abuelos qué tal estaban según la conversación de cada noche? ¿Y el resto de la amplia familia? Cuando el repaso indica que todo parece estar en orden, casi inmejorablemente, no cabe mayor felicidad.

Todo este sosiego lo atribuimos a un lema familiar que les enseñamos a nuestros hijos. Cuando la mayor nació, su precocidad con el habla -en distintos idiomas porque uno le parecía poco- fue impactante. Ella recreó la expresión de "ponme a dormir", que incluía rezar sus oraciones, arroparla con su peluche del momento, leerle o contarle un cuento con precisión milimétrica para evitar inexactitudes, debatir con ella el desenlace de la historia, darle un beso y velar un buen rato mientras parecía dormir… pero estaba al acecho para evitar quedarse sola hasta que Morfeo la acunase, siempre con una tenue luz en su cuarto.

Ahora que pasamos más tiempo solos, mi esposa ha recupero el mimoso lema de "ponme a dormir". No en vano hemos compartido juntos nuestras vidas desde que éramos unos críos, ella de 18 años y yo de 20. Definitivamente es fácil compartir la idea de que sentirse querido es la sensación más humana que se puede experimentar. No existe mayor aprecio interpersonal que saberse querido en el seno de una familia, por parte de los padres, de la pareja, de los hijos, de los hermanos, de los familiares propios y políticos. La verdadera medida del éxito público en la vida, donde también la estima de colaboradores, colegas y superiores es decisiva, se determina por la dimensión del triunfo íntimo dentro del propio hogar.

Versión original en: http://mikel.agirregabiria.net/2005/ponme.htm

De la sangría a la alegría

Todos los recursos humanos y materiales que dedicamos a protegernos reinvirtámoslos en que no haya quien nos atemorice.

Circula por Internet un bello artículo de Leire Saitua Iribar, una especialista en yoga, titulado “¡Alto el fuego, pero todos! ¡Todo el mundo a trabajar!” Habla de tiempos remotos, de la era de la agricultura sin armas y de cuando los nómadas pensaron que robar ganado y mujeres sería más fácil robar que sembrar, ¡qué pobres! Reprocha que algunos hayan sido como niños con armas, matando pájaros, supuestamente para defender "la casa de la madre".

Habla también de otros “mayores” que usan artefactos bélicas, epidémicos, mortales, en forma de patentes económicas de comercio injusto sobre propiedades inmorales como la del agua. Advierte: ¡Eh, vosotros, los grandes, vosotros también, a soltar las armas, que ya sois mayores! Que os queremos, os amamos y os necesitamos. Llenaos de amor, a rebosar.

Sugiere: Hacer el amor, eso es cosa de hombres, lo otro es pura amargura, puro miedo, pura impotencia, pura miseria. Que os comprendemos. Que todo esto ha sido seguramente cuestión de evolución. Que ya estamos en un punto de inflexión, listas y listos para traer el reino de los cielos a la Tierra. A trabajar todo el mundo, ahora más que nunca cada uno en su tarea.

Sigue… Es hora de reparar el entuerto,… Como primera medida, reciclemos las armas en herramientas de trabajo, que vienen tiempos de bonanza y sigue habiendo mucho estómago vacío, que vergüenza nos debería de dar. Y termina: Y a amarnos, como locos, como niños, jugando a vivir, libres, con alas, plácidos en el regazo de la madre, a descansar. Un beso, hermanas y hermanos. Maite zaituztet, oso eta oro (Os quiero, a todas y a todos y por todo).

La inmensa mayoría de quienes hemos sufrido la violencia hemos soñado con una sociedad justa, libre, democrática, centrada en lograr una convivencia pacífica, donde todos podamos ejercer nuestros derechos y desarrollar una vida feliz. Han sido largos años de hemorragia, de personas, de recursos, de tiempo, de no dedicarnos a remediar los problemas de fondo, de equidad y solidaridad. Ahora es el tiempo de las grandes soluciones, de una universal educación generosa a lo largo de la vida, que nos enseñe el camino de la verdad, de la fraternidad, de la alegría. Así, quizá, muy pronto sea verdad nuestro anhelo de poder decir una dichosa alborada: Hoy, sin nadie que nos amenace, amanece.

Versión final en: http://www.agirregabiria.net/mikel/2006/hogar.htm

La metáfora de Blancanieves

Para que los padres entendamos la evolución de nuestros hijos en su paso por la infancia y por la adolescencia, es una buena parábola el cuento escrito por los hermanos Grimm.

La fábula es tan prolífica que, de modo informal, ha sido múltiple alegoría con intencionalidad variada. Algunos se han referido más a la madrastra que Blancanieves, para asemejarla a políticos que incesantemente consultan las encuestas (como si fuese el espejo mágico), y que se disgustan cuando ya no son los más valorados. Otros, también con propósito sarcástico han aplicado el “síndrome de Blancanieves”, para denostar a quienes “sólo se rodean de enanitos” o a quienes “esperan, tras quedarse dormidos, que otros les solucionen sus problemas de manera prodigiosa” como en los cuentos.

La historia relata que la princesa sufrió dos ataques de su malvada madrastra. El primero cuando la vanidosa reina, al escuchar de su espejo mágico que la más bella era Blancanieves, ordenó a un cazador llevar a Blancanieves al bosque, matarla y presentar su corazón como prueba. La segunda amenaza vino cuando la madrastra, disfrazada de anciana, ofreció a Blancanieves una manzana envenenada que la sumió en un sueño sin fin.

La salvación de Blancanieves provino de dos insospechadas ayudas. En la primera ocasión, cuando el leñador se apiadó y la abandonó, fueron los siete enanitos sus salvadores. En el segundo trance no bastaron los cuidados de los enanitos, y el hechizo de la manzana sólo se rompió cuando apareció un príncipe y besó a Blancanieves. Los riesgos y protecciones que halló Blancanieves son una metáfora de las primeras etapas de la existencia.

La infancia. Implica la socialización gradual fuera del amparo familiar, afortunadamente no por rechazo (como con la madrastra) sino porque el ámbito del nido se queda escaso como entorno para quienes crecen, se relacionan y escolarizan,…. con otros enanitos, de quienes aprenden mucho como amigos o condiscípulos. Entre los enanitos, y las enanitas, hay de todo: muchos alegres, sabios y dormilones; menos tímidos, mocosos y gruñones; y casi ningún mudito. Pero con todo, la infancia vivida entre el hogar y la escuela es una etapa feliz, como cuando Blancanieves moraba en la casita de los enanitos. Pero una amenaza se cierne sobre el horizonte, es…

La adolescencia. Significa una brusca crisis de identidad, de bruscas transformaciones fisiológicas, emocionales y sociales. Los infantes, tan contentos con su rutina cotidiana, parecen entrar en trance súbitamente alterados como por una manzana envenenada. Superar la pubertad requiere algo más que un beso principesco, pero al final -cuando los padres parecen desesperar- llega un día glorioso en el que los adolescentes despiertan de su mutante letargo.

Goethe lo describió acertadamente: “Sólo una pasión verdadera transforma, de pronto, al adolescente en adulto”. Afortunados quienes llegan al último estadio de los seres humanos, descubriendo que si el amor es el poder iniciador de la vida, sólo el apasionamiento posibilita su permanencia.

Versión final en: http://mikel.agirregabiria.net/2006/blancanieves.htm

Causas de vida

Cansados de leer sobre las principales “causas de muerte”, donde destaca el cáncer con sus 200 variantes, algunos preferimos pensar en las razones que nos llevan a vivir.©Mikel Agirregabiria

La primera razón de vivir radica en la familia. Nacemos porque tuvimos unos padres y unos abuelos. Quizá por ello, la mejor forma de morir es estando rodeados de hijos y nietos. La familia nos aseguró el nacimiento y los primeros años. Luego, la vida es cosa nuestra: para que alcance todo su sentido, hemos de completarla con razones y… corazones.

Vivimos por el amor de dos seres humanos, y en el amor encontramos el mejor de los motivos para una vida plena. Amor filial hacia nuestros padres, amor hacia todos nuestros familiares (hermanos, abuelos, tíos,…), amor conyugal hacia nuestra pareja y amor hacia nuestros hijos, nietos, sobrinos,…

Con la edad aprendemos que la vida es un misterioso regalo, un delicado y frágil equilibrio que se rompe fácilmente por accidente, enfermedad o ancianidad. Conviene que no precipitemos nuestro final con excesos (tales como conducir imprudentemente, beber o fumar), y que vayamos acumulando “causas de vida” para que, cuando la inevitable hora suprema nos llegue, hayamos creado motivos de alegría en quienes nos sobrevivan, en nuestros descendientes, familiares, amigos, colegas, vecinos y en todos a quienes tuvimos el gusto de conocer y poder ayudar.

A veces nos afanamos demasiado en metas banales. No vale la pena esforzarse tanto en asuntos materiales, porque las mejores vivencias espirituales suceden cuando menos nos las esperamos. Un objetivo saludable y alcanzable es dejar el mundo un poco mejor de lo que estaba cuando nacimos y procurar hacer feliz a la gente que tenemos cerca.

¡Hay tantas razones de vida! Estar vivo es ya el mejor motivo. Abrir la ventana y ver el mar (o el campo). Ver la luz de la mañana y las estrellas de la noche. Y mejor contemplarlas en compañía, oyendo una canción. Dejemos de buscar excusas para vivir, hallemos contundentes razones que invitan a subsistir. Un beso, un abrazo y cualquier vida queda justificada. El deseo de vivir lo encuentra,… quien lo busca. La vida siempre tiene (co)razón.

Versión final en: http://mikel.agirregabiria.net/2005/causas.htm