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¡El eterno Ahora de la soledad!

No es la soledad lo que espanta, sino las voces que la pueblan. Víctor Hugo
La soledad es una exasperación ontológica de nuestro ser. Se es más de lo necesario. Y el mundo, menos. Emile M. Ciorán
La soledad no significa estar solo. Noël Pierce Coward
Es en la soledad cuando estamos menos solos. Lord Byron
No encontré jamás un compañero más sociable que la soledad. H. D. Thoreau
El secreto de la soledad es que no existe soledad. Joseph Cook
El valiente no conoce la soledad. Proverbio ruso
La soledad es la suerte de todos los espíritus extraordinarios. Schopenhauer
Puede adquirirse todo en la soledad, excepto el carácter. Stendhal
La soledad es tan necesaria a la imaginación, como la sociedad es saludable para la educación del carácter. James Russell Lowell
La soledad es muy hermosa... cuando se tiene alguien a quien decírselo. Gustavo Adolfo Bécquer

Padres emancipados

Un proverbio ruso asegura que una cuerda cuyos nudos nunca se deshacen es la familia, porque posee en sí misma un precioso don: la persistencia.

Existen, aunque no es fácil reconocerlos, hijos emancipados. Conozco a alguien que asegura saber de algún amigo remoto con hijos independizados, en lo económico que no en lo afectivo. Por lo que es necesario creer que tal posibilidad subsiste, aunque sea tan rara con una lotería premiada.

Lo que nunca se ha producido es el caso de progenitores dispensados de su labor de padres, y aún menos de madres. No importa la edad, ni la situación. Por grave que sea el estado del anciano ascendiente y por desenvuelta que sea el del feliz descendiente, una madre o un padre jamás pierden el instinto de cuidado y protección de su prole.

Tener hijos es una obligación constante y continua. Posiblemente ni la muerte libere de tan inmortal responsabilidad. Es una condena perpetua, gustosa y dichosa en la que se basa la grandeza de la familia. Y la fuente de su felicidad, desde la preocupación sempiterna y desde el desvelo eterno.

Versión para imprimir en: mikel.agirregabiria.net/2007/emancipados.DOC

Cordada familiar

Ella tenía 18 años y yo 20 cuando nos cogimos de la mano, y ya nunca nos hemos separado. Por nuestra cama de matrimonio, siempre la misma, han pasado varios colchones que siempre acaban cedidos a dos vertientes y con caída hacia el centro, lo que es muy recomendable para la estabilidad conyugal. El caso es que nos casamos casi sin casa y casualmente aparecieron los hijos: ella y él. Por algún extraño mecanismo de impronta, como los patitos siguen instintivamente a los patos, se han pegado a nosotros y nos persiguen a todas partes, veinte años después.

Los hijos, y sus conflictos continuos, también colaboran a la unión matrimonial, porque hacen falta dos aliados firmes para aguantar las tribulaciones del ataque filial. Los retoños han crecido y con su virulenta adolescencia también aumenta la capacidad de protesta continua, pero sin riesgo alguno de alejamiento. Se sublevan para ir de vacaciones con nosotros, pero se molestarían más si no les obligásemos a acompañarnos, eso sí, tras enviarles un mes a conocer tierras e idiomas lejanos y para que aprecien el refugio doméstico.

La familia es como una cordada de escalada: Ir atados a una soga común restringe la movilidad individual, pero otorga mucha confianza a todo el equipo. Como en una cordada, a veces hay que dar más cuerda a algún miembro díscolo, pero nunca se debe cortar del todo el cordón umbilical que une a toda la familia.

Los padres también sabemos que una cuerda no puede ser empujada desde atrás, sino que hay que tirar desde adelante para remolcarla. Los hijos aprenden directamente de los padres, no de lo que dicen sino de lo que hacen. Si perciben que el lazo entre marido y mujer es fuerte, ellos se vinculan a esa seguridad familiar. Un proverbio ruso dice que “La familia es una cuerda cuyos nudos nunca se deshacen”. Lo cierto, y todos lo sabemos, es que nuestra vida depende de aquellos con quienes convivimos familiarmente, y la felicidad reside básicamente en la calidad y en la calidez del hogar que nos acoge.