La muerte es una vieja historia y, sin embargo, siempre resulta nueva para algunos de nosotros. Los últimos días han representado un aluvión de sensaciones entremezcladas, algunas revividas y otras inéditas para los más jóvenes de nuestras familias afectadas. El fallecimiento de un ser querido siempre desencadena un cóctel de reflexiones y sentimientos que marca un hito en el curso de nuestras vidas. Todavía bajo el shock de la desgracia, queremos comunicar algunas de las enseñanzas de tan amargo trance.
Trascendencia. Frente al dolor añadido que a muchos enfermos graves de la misma dolencia, como en nuestro caso, les ha producido la frivolidad y el exceso de algunos medios de comunicación por la agonía y defunción de una popular cantante, queremos reivindicar una llamada al rigor y al respeto hacia quienes se enfrentan a una lucha postrera entre la vida y la muerte. ¡Adónde hemos llegado si convertimos en espectáculo frívolo incluso la antesala cruel de la hora suprema!
Agradecimiento. Hacia todas las personas que han atendido y ayudado a morir con dignidad a nuestro familiar. Especialmente merece todo nuestro reconocimiento y gratitud el servicio de oncología del Hospital de Cruces (Barakaldo), que personifican ejemplarmente facultativos con grandeza de alma como la joven doctora de nombre Aitziber.
Serenidad. La vorágine de tareas a desempeñar tras una muerte actúa como un eficaz letargo que espacia la intensa pena. En esa maraña de trámites hemos de reconocer el consuelo que ha significado la profesionalidad y la alta calidad humana de quienes actúan en tan luctuosas circunstancias. En particular, nos ha supuesto una sorpresa y un alivio el calmado pero diáfano sosiego (y felicidad interna) que reporta todo el personal de la funeraria, con trato diario con la muerte, en medio de un mundo desquiciado donde todos corremos acelerados e insatisfechos en pos de no sabemos muy bien qué. Hoy, algunos tenemos más claro que nunca que la muerte no termina todo.
Versión final en: mikel.agirregabiria.net/2006/muerte.htm