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Chromecast: Un gadget imprescindible

Un barato Chromecast (35$ o 25€) figura entre los artefactos que nos ha regalado Aitor en estas navidades, traído desde Estados Unidos. El pequeño sintonizador Chromecast, del tamaño de una memoria pendrive, se conecta con facilidad en un puerto HDMI y se alimenta con una conexión USB (ver foto final).

Tras conectarse a la misma red wi-fi que cualquiera de nuestros dispositivos (smartphones Android o lo que sea, tabletas iPad,...) que cuente con el navegador Chrome, podemos remitir la señal de vídeo que queramos a dicho televisor donde se haya conectado el Chromecast.

Mucho más barato que el Asus Miracast Dongle (79$), el Chromecast ofrece la misma conectividad inalámbrica a cualquier televisión plana (por modesta y poco smart que sea). Google se redime así de sus fallidos intentos con Google TV (anunciada en mayo de 2010) y el Nexus Q (anunciado en junio de 2012), recurriendo a una alternativa de máxima simplicidad y mínimo precio.

A diferencia de la Apple TV (también recomendable), el Chromecast no establece una conexión vía AirPlay entre el dispositivo Apple (un iPhone o un iPad), sino que se limita a enviar contenidos (que ya se descargan como streaming de vídeo desde el Chromecast), liberando a nuestro equipo (móvil, tableta, PC,...) de toda tarea (sin gastar batería, por ejemplo). Por tanto, el Chromecast no necesita mando a distancia alguno. La Apple TV ofrece la opción de navegar por Internet simultáneamente en ambos equipos, algo que Chromecast no se plantea.

Recomendamos el Chromecast para hacer inteligente (smart) a las televisiones planas (requiere HDMI) que no sean Smart TV. De este modo, pasamos de la aburrida programación televisiva a los maravillosos y extensos contenidos presentes en el creciente casting de Chromecast (algunos de pago): los vídeos de YouTube,  Google Play TV & MoviesVevo, Hulu Plus o de Red Bull.TV, la música de Pandora (en USA,..), los repositorios de Netflix (también limitado a algunos países), las series de HBO GO (sólo en EE.UU.), el anime oriental y series coreanas de Viki (este sí accesible, e incluso subtitulado en español), Real Player Cloud (que esperemos llegue pronto a nuestro continente, porque ya admite preinscripciones)... 

Tareas propias de una tableta

iPad mini junto a un iPad 3
La realidad actual nos hace convivir con múltiples dispositivos. En nuestro caso, interactuamos regularmente con los múltiples y siguientes dispositivos:
  • En la vida laboral, con un equipo de sobremesa propio y teléfono móvil Android (aparte del fijo). Ocasionalmente, nos conectamos en una red corporativa muy cerrada, a través de nuestro usuario en otros equipos portátiles o de sobremesa.
  • En lo personal, disponemos de otro móvil  un iPhone (en sistema operativo y compañía diferente), dos tabletas (iPad 3 y un iPad mini), un portátil (conectado a una pantalla grande, si no movemos el equipo),... y otros dispositivos más propios del ocio (Apple TV,...).  
Durante cada momento de una misma jornada, viviendo conectados de modo continuo, empleamos todos estos dispositivos. En nuestro caso, quizá los de más uso (contando todas las 8.760 horas del año), hay dos dispositivos más frecuentes de trabajo con ellos: el iPad mini y nuestro portátil personal (un PC de LG R510 que fue actualizado desde Vista a Windows 7). 

Cada vez más el iPad mini, que casi siempre llevamos con nuestro iPhone. Hasta el punto de que, por pereza a instalar nuestros programas preferidos, estamos posponiendo el relevo del portátil que sólo es imprescindible para trabajos precisos con series ofimáticas (hojas de cálculo,...), tratamiento de imágenes, configuración de periféricos (como algún Router repetidor,...),...

Con el iPad 3 como hotspot en Hollywood & Beverly Hills Una tableta ligera, con autonomía (8-10 horas, y para jornadas extras es preciso cargar con los dos iPads para extender en viajes de las 7:00 a las 23:00), conectada por 3G y LTE (no sólo por wifi), con memoria ampliada (mejor 32 GB o más), con las aplicaciones precisas,..., permite habitualmente todas estas funciones, que raramente realizamos desde PCs:
  • Comunicarnos, leer y responder emails, aún una tarea que ocupa gran parte del tiempo, así como otras vías de comunicación como DM (mensajes directos de Twitter), mensajería de redes sociales (Facebook, LinkedIn,...),...
  • Trabajar y anotar en reuniones con Evernote, una herramienta imprescindible y que enlaza todos los dispositivos (pronto le dedicaremos un post).
  • Mostrar nuestros trabajos, gestionar grupos y tareas en equipo, mejor con ayuda de un sintonizador de TV, tipo Apple TV,...
  • Leer feeds y noticias, estar al día, consultar todo tipo de informaciones de modo ubicuo, en todo tiempo y lugar,... 
  • Fotografiar, grabar en audio y vídeo, todo aquello relevante que deba ser registrado a nuestro alrededor,...
  • Jugar (al ajedrez de modo perfecto, por ejemplo), distraernos con la lectura, música, películas o series, entretener a mayores y menores, ... 
  • Comprar, comparar o descubrir y elegir (showrooming), dónde es más conveniente repostar, adquirir productos, pujar, subastar,...
  • Gestionar nuestras cuentas bancarias, facturas,... 
  • Liberarnos del pesado papel, en todos los formatos (tarjetas de visita, extractos, revistas y periódicos, libros,...)
Todo esto, y mucho más, también es factible realizarlo con un smartphone o móvil moderno, pero  lo entorpece su menor pantalla (especialmente con un teclado a la vista).

WeCrashed vs. WeWork: Serie sobre una empresa unicornio

Si algo nos ha enseñado la reciente ola de producciones televisivas sobre el auge y caída de startups tecnológicas —desde The Dropout hasta Super Pumped— es que la línea entre un visionario y un estafador es, a menudo, una cuestión de flujo de caja. Sin embargo, WeCrashed (Apple TV+), la serie que narra el ascenso y el colapso de WeWork, ofrece algo más inquietante que un simple fraude: ofrece un espejo de la decadencia de la "cultura del fundador" en la era del dinero barato.

A través de las interpretaciones de Jared Leto y Anne Hathaway (como Adam y Rebekah Neumann), la serie dramatiza lo absurdo. Pero para el observador culto en economía y tecnología, la realidad de WeWork plantea interrogantes éticos y estructurales que el guión apenas logra rozar. ¿Cómo logró una empresa de subarrendamiento de oficinas convencer a Wall Street de que era una tecnológica valorada en 47.000 millones de dólares?

La tecnología como disfraz del ladrilloEl gran truco de magia de Adam Neumann, brillantemente capturado en la serie, no fue inventar el coworking, sino reempaquetar el viejo negocio inmobiliario con la estética y el lenguaje de Silicon Valley.

En la realidad, WeWork operaba bajo un modelo de arbitraje inmobiliario clásico: alquilar a largo plazo, dividir el espacio, y subarrendar a corto plazo. Es un negocio de márgenes estrechos y alto riesgo cíclico. Sin embargo, Neumann vendió una narrativa de "espacio como servicio" (Space-as-a-Service), inflando su valoración a múltiplos de empresa de software (SaaS).

Aquí radica la primera lección financiera y educativa: la desconexión entre valor y precio. Inversores sofisticados, incluyendo al visionario Masayoshi Son de SoftBank, cayeron en la trampa de valorar la narrativa por encima de los fundamentales (EBITDA, flujo de caja libre). La serie muestra esta seducción, pero la realidad fue un fallo sistémico de la due diligence (diligencia debida) institucional.

Gobernanza, Ética y el "Capitalismo Consciente"Uno de los puntos más fascinantes de la relación entre la serie y la realidad es el papel de la "misión". WeWork no vendía escritorios; vendía, según su prospecto de salida a bolsa (el infame formulario S-1), la capacidad de "elevar la conciencia mundial". "WeWork gastó miles de millones no en tecnología propietaria, sino en comprar una atmósfera comunitaria que resultó ser efímera."

Desde una perspectiva ética, WeCrashed expone la toxicidad del liderazgo carismático sin control. La realidad de la empresa estaba plagada de conflictos de interés que la serie retrata fielmente: Adam Neumann comprando edificios personalmente para luego alquilárselos a su propia empresa, o vendiendo la marca "We" a la compañía por 6 millones de dólares.

Esto no es solo una anécdota de excentricidad; es un caso de estudio sobre la ausencia de gobernanza corporativa. La junta directiva, cegada por el crecimiento exponencial ("blitzscaling"), abdicó de su responsabilidad de supervisión. En las escuelas de negocios, el caso WeWork se estudia hoy no como un éxito de marketing, sino como el ejemplo definitivo de por qué el poder del fundador debe tener contrapesos.

La realidad tras la ficción: El coste humanoMientras la serie se centra en la excéntrica historia de amor de los Neumann —un "Romeo y Julieta" del narcisismo—, la realidad económica dejó un rastro de destrucción mucho más tangible.

Cuando la valoración de WeWork se desplomó de 47.000 millones a casi la insolvencia en 2019, miles de empleados que habían aceptado salarios bajos a cambio de stock options vieron cómo sus ahorros y futuros se evaporaban. Mientras tanto, Adam Neumann negoció un paquete de salida de cientos de millones de dólares.

Aquí entra la dimensión social y educativa: la serie es un recordatorio de la fragilidad del contrato social en las startups unicornio (posts previos). La cultura del "trabaja duro, juega duro" y la lealtad sectaria a la misión sirvieron para enmascarar una transferencia de riqueza de los trabajadores e inversores minoritarios hacia los fundadores.

¿Hemos aprendido la lección? WeCrashed es entretenida, pero la realidad de WeWork es una advertencia. Nos enseña que en la intersección entre tecnología y capital, el carisma es un activo peligroso si no está respaldado por una operativa sólida y una ética transparente.

La caída de WeWork marcó, en muchos sentidos, el fin de la era de la inocencia (o de la exuberancia irracional) de la década de 2010. Nos recuerda que, aunque la tecnología puede cambiar el mundo, las leyes de la gravedad económica —tarde o temprano— siempre terminan por aplicarse.

El iPad en la educación


Repasamos algunos perfiles de educación de Apple, destacados en las referencias de Apple. Hay otras opciones tecnológicas para la comunidad escolar, con ventajas e inconvenientes, pero la comunidad educativa de Apple y el ecosistema de recursos educativos y las cuidadas aplicaciones (educativas -EduApps- y generales) son -a día de hoy- dignas de un profundo análisis por el valor prospectivo que suponen.

Los enfoques pueden ser variados. Según el dispositivo, como Aprender con el iPad; por la facilidad de creación de contenidos, con aplicaciones como iBooks Author; con gestores de cursos como iTunes U o iTunes CourseManager; por los numerosos Recursos Educación;  las ya citadas aplicaciones educativas EduApps,...

También el Apple Professional Development Catalog Web (ver en PDF), adjuntado bajo estas líneas, aporta una amplia perspectiva de opciones educativas temáticas.

Merece la pena, finalmente, señalar algunos centros paradigmáticos (relación que seguiremos ampliando), como los relacionados que nos apuntan desde especialistas de K-tuin, con su recomendable canal formativo dentro de www.k-tuin.tv:

Más posts educativos y sobre Apple.

Slow Horses, humor británico con antihéroes del espionaje

Hoy repasamos la serie Slow Horses en Apple TV. Es, sin duda, una de las joyas más brillantes de la televisión actual. Ha logrado revitalizar el género de espionaje alejándose del glamur de James Bond para sumergirse en la burocracia, el sarcasmo y el olor a tabaco rancio. Una lección con la redención de unos espías torpes abandonados en la trastienda del MI5. Una delicia sobre la estética del fracaso y la ética del espionaje en la era del desencanto.

En el panteón del espionaje cinematográfico y televisivo, solemos encontrar figuras impecables que dominan idiomas, artes marciales y tecnología de punta. Slow Horses, basada en las excelentes novelas de Mick Herron, rompe este molde de forma estrepitosa. La serie nos presenta la "Casa de la Ciénaga" (Slough House), un purgatorio administrativo donde el MI5 envía a sus agentes caídos en desgracia: aquellos que dejaron un rastro de pruebas en un tren, que arruinaron una operación de vigilancia o que, simplemente, resultaron molestos para la cúpula del poder en Regent's Park.

Aunque la serie ha contado con distintos directores por temporada (como James Hawes o Saul Metzstein), la unidad visual es asombrosa. La dirección apuesta por una Londres gris, húmeda y táctil. No vemos la ciudad de las postales, sino la de los callejones traseros y las oficinas con moquetas manchadas de café. El ritmo es magistral: sabe ser una comedia de oficina cínica en un momento y un thriller de alta tensión al siguiente, sin que las costuras se noten.

Un guión afilado como un bisturí. El showrunner Will Smith (no el actor, sino el veterano guionista de Veep) ha logrado algo casi imposible: traducir el monólogo interior y el humor negro de Herron a diálogos eléctricos. Toda una lección de economía narrativa. Cada insulto de Jackson Lamb tiene una función; cada silencio de Catherine Standish cuenta una década de arrepentimiento. La serie no subestima al espectador; confía en su inteligencia para unir los puntos de una trama geopolítica que siempre es más sucia de lo que parece a primera vista.

El reparto de lujo: Gary Oldman y el resto de los parias. Hablar de Slow Horses es hablar de Gary Oldman. Su interpretación de Jackson Lamb es una de las mejores de su carrera (lo cual es mucho decir). Lamb es grosero, antihigiénico y parece estar en un estado de descomposición constante, pero bajo esa capa de desidia late una mente táctica superior y, muy a su pesar, una lealtad inquebrantable hacia sus "caballos lentos".

Junto a él, Jack Lowden brilla como River Cartwright, el joven ambicioso atrapado en la burocracia, y Kristin Scott Thomas ofrece el contrapunto perfecto como Diana Taverner, la subdirectora del MI5 cuya elegancia gélida esconde una ambición maquiavélica. La química entre Oldman y Scott Thomas es, sencillamente, televisión de alto nivel.

Espionaje en las sombras donde esta serie sigue a este grupo de agentes repudiados que, a pesar de estar destinados a triturar papel y rellenar formularios, terminan involucrados en conspiraciones que amenazan la seguridad nacional. Lo fascinante no es solo la resolución del misterio —que siempre es sólido— sino cómo estos personajes buscan desesperadamente la redención. No son héroes; son personas rotas intentando demostrar que todavía sirven para algo.

Desde un punto de vista educativo y crítico, Slow Horses es un material de análisis fascinante por tres razones: 1º La deconstrucción del mito: Es ideal para debatir cómo los medios construyen la imagen del "héroe". Aquí, el éxito no viene de la perfección, sino de la persistencia y el aprendizaje del error. 2º La ética del poder: La serie muestra cómo las instituciones suelen protegerse a sí mismas antes que a los ciudadanos, un tema vital para la educación cívica y política. 3º Narrativa transmedia: Es un caso de estudio perfecto sobre cómo adaptar literatura contemporánea a la pantalla manteniendo la esencia del autor pero aprovechando el lenguaje visual.

Valoración final: 9.5/10. Es inteligente, divertida, tensa y profundamente humana. Una cita obligatoria para cualquier amante del buen cine que se esconda en la pequeña pantalla.