Ahora que Donald Rumsfeld ha presentado su dimisión, ahora que Bush está "abierto a cualquier sugerencia" sobre Irak, ahora que Blair está en su recta final y ahora que Aznar es historia,… es tiempo de acordarse de la cumbre de Las Azores. Allí se inició, con falsas justificaciones, con falsos argumentos y con falsas expectativas, la última de las grandes guerras a beneficio de unos pocos desalmados y en perjuicio de muchos millones de seres humanos.
Ahora es tiempo de recordar a todos los dirigentes que hacer la guerra NO es una forma de hacer política, y que ninguna guerra (como ningún cataclismo) puede ‘ganarse’. Que en la vieja Europa, escenario de tantas contiendas a lo largo de la Historia, ya nadie se plantea sojuzgar al vecino para imponer un régimen ajeno. Basta de guerras hechas para conseguir la paz, y de las paces hechas para preparar la siguiente guerra.
Más aún, desde Sun Tzu pasando por Julio César, Maquiavelo, Napoleón o Clausewitz, sólo hay una realidad, una verdad histórica tan evidente como ocultada por la “inteligencia militar”: “Quien ataca, pierde; quien se defiende, acaba venciendo”. El agresor pierde si no gana; el defensor, gana si no pierde.
No importa que retorciendo las palabras a una agresión se le llame “ataque preventivo” dirigido por un Departamento de “Defensa”. No importa lo grande que sea uno y lo pequeño que sea el otro: Quien defiende su última casa, vence a cualquier invasor remoto. La guerra nunca a ningún enemigo convenció, ni siquiera lo venció. La guerra es, además de inhumana, inútil.
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