Dice la sabiduría popular que "la infancia no es sino una serie de desilusiones felices". Quizá, todo la vida no es sino una secuencia de ilusiones, la mayoría desvanecidas y desgastadas por el paso del tiempo. No en vano definieron al tiempo, como barrendero de ilusiones. Lo expresaba Espronceda, "¡Hojas del árbol caídas / juguete del viento son! / Las ilusiones perdidas / ¡ay! son hojas desprendidas / del árbol del corazón".
Nuestra experiencia, más que de sabidurías adquiridas, está compuesta de ilusiones perdidas. La vida es cambio y aprendizaje. Y el aprendizaje más sentido es el que queda grabado más indeleblemente. Quien apaga nuestras ilusiones, seguramente a su pesar, nos enseña. Nos recuerda que la única pérdida de la que nunca nos recobraríamos se produciría solamente si las ilusiones las sofocásemos nosotros mismos.
El futuro es de los desilusionados activos, si resiembran sus desvelos y alumbran nuevas pasiones. De las ilusiones perdidas hacia las verdades halladas y, superar el dilema crítico: acción o parálisis. Quien se comporte como un sentimental desilusionado podrá ser cruel, pero de triste e inútil existencia. Quien recobre fuerzas de las esperanzas fallidas se catapulta hacia ilusiones más plausibles con un bagaje superior. La vida es siempre anticipación y porvenir, para saber y decidir levantarse una vez más de las que caigamos.
Los pueblos no pueden sobrevivir sin pan, pero aún menos sin ilusiones compartidas. Sin ideales la humanidad moriría instantáneamente de desesperación y aburrimiento. No permitamos a la mediocridad que nos gobierna que asesinen nuestras esperanzas. Construyamos un futuro recreando anhelos, juntando voluntades y educándonos para la libertad.
Imagen dinámica anexada de Aitor Agirregabiria (y su Flickr).