Mostrando las entradas para la consulta Humberto Eco ordenadas por relevancia. Ordenar por fecha Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas para la consulta Humberto Eco ordenadas por relevancia. Ordenar por fecha Mostrar todas las entradas

Por qué los libros prolongan nuestras vidas

No hace mucho tiempo me entretenía imaginándome a aquellos progenitores nuestros que hablaban de sus esclavos adiestrados en trazar caracteres cuneiformes como si fuesen modernos computers. Me entretenía, pero no bromeaba. Cuando hoy leemos artículos preocupados por el porvenir de la inteligencia humana frente a nuevas máquinas que se aprestan a sustituir nuestra memoria, advertimos un aire de familia. Quien entiende algo del tema reconoce pronto el pasaje del Fedro platónico, citado innumerables veces, en el cual el faraón pregunta con preocupación al dios Toth, inventor de la escritura, si este diabólico dispositivo no hará al hombre incapaz de recordar y, por lo tanto, de pensar.

La misma reacción de terror debe de haber sentido quien vio por primera vez una rueda. Habrá pensado que nos olvidaríamos de caminar. Acaso los hombres de aquel tiempo estaban más dotados que nosotros para realizar maratones en los desiertos y en las estepas, pero morían antes y hoy serían dados de baja en el primer distrito militar. Con esto no quiero decir que, por esa razón, no nos debamos preocupar de nada y que tendremos una bella y sana humanidad habituada a merendar sobre la hierba de Chernobyl; si acaso, la escritura nos ha hecho más hábiles para comprender cuándo debemos detenernos, y quien no sabe detenerse es analfabeto, aunque vaya en cuatro ruedas. 

El malestar que producen las nuevas formas de captar la memoria se ha producido siempre. Frente a los libros impresos en mal papel que daba la idea de que no resistiría más de quinientos o seiscientos años, y con la idea de que aquello podía estar ya en manos de todos, como la Biblia de Lutero, los primeros compradores gastaban una fortuna para hacer miniar a mano las iniciales, para, gracias a ello, tener la impresión de poseer aún manuscritos de pergamino. Hoy esos incunables miniados cuestan un ojo de la cara, pero la verdad es que los libros impresos ya no tenían necesidad de ser miniados. ¿Qué hemos ganado? ¿Qué ha ganado el hombre con la invención de la escritura, la imprenta, las memorias electrónicas?

En una ocasión, Valentino Bompiani hizo circular una frase: “Un hombre que lee vale por dos”. Dicha por un editor, podría ser entendida solamente como un eslogan feliz, pero pienso que significa que la escritura (en general, el lenguaje) prolonga la vida. Desde los tiempos en que la especie comenzaba a emitir sus primeros sonidos significativos, las familias y las tribus necesitaron de los viejos. Quizá primero no servían y eran desechados cuando ya no eran eficaces para la caza. Pero con el lenguaje, los viejos se han convertido en la memoria de la especie: se sentaban en la caverna, alrededor del fuego y contaban lo que había sucedido (o se decía que había sucedido, ésta es la función de los mitos) antes de que los jóvenes hubieran nacido. Antes de que se comenzara a cultivar esta memoria social, el hombre nacía sin experiencia, no tenia tiempo para forjársela y moría. Después un joven de veinte años era como si hubiese vivido cinco mil. Los hechos ocurridos antes de que él naciera, y lo que habían aprendido los ancianos, pasaban a formar parte de su memoria. 

Hoy los libros son nuestros viejos. Nos nos damos cuenta, pero nuestra riqueza respecto del analfabeto (o del que, alfabeto, no lee) consisten en que él está viviendo y vivirá su vida y nosotros hemos vivido muchísimas. Recordamos, junto a nuestros juegos de infancia, los de Proust, sufrimos por nuestro amor, pero también por el de Píramo y Tisbe; asimilamos algo de la sabiduría de Solón; nos ha estremecido ciertas noches de viento en Santa Elena y nos repetimos, junto con la fábula que nos ha contado la abuela, la que había contado Scheherezade

Esto podría dar a alguien la impresión de que, no bien nacemos, somos ya insoportablemente ancianos. Pero es más decrépito el analfabeto (de origen o de retorno) que padece de arterioesclerosis desde niño, y no recuerda (porque no sabe) qué ocurrió en los Idus de Marzo. Naturalmente, también podríamos recordar mentiras, pero leer ayuda a discriminar. No conociendo las culpas de los demás, el analfabeto ni siquiera conoce los propios derechos.  

El libro es un seguro de vida, una pequeña anticipación de inmortalidad. Hacia atrás (¡ay!) más que hacia adelante. Pero no se puede tener todo y al instante. 

Humberto Eco, Roma1991, Perché i libri allungano la vitaFue un filósofo y escritor italiano, autor de numerosos ensayos sobre semiótica, estética, lingüística y filosofía, así como de varias novelas, entre ellas "El nombre de la rosa".

El voto sutil

Cada papeleta es un tesoro que debemos administrar cuidadosamente

El voto es un derecho individual de cada elector. Cada ciudadano elige libremente su candidatura, por el método que mejor le parezca. Cabe suponer que, al igual que los partidos, son múltiples los criterios por los que se escoge la papeleta entre las distintas opciones. Así pues existen tantas motivaciones de voto como votantes, pero pueden enumerarse algunas de las fórmulas más habituales.

Las encuestas preelectorales se han erigido como uno de los factores más decisivos en la elección final. Este avance anticipado y medianamente fiable de los resultados globales, condiciona e incluso permite clasificar los métodos por los que se elige el definitivo voto.

Voto útil: Que logra representación para defender aproximadamente las ideas propias.
Voto fútil o inútil: El que no obtiene escaño alguno, porque se pierde en la urna.
Voto mercantil o bursátil: Que prefiere sólo por ventaja económica propia, y se elige desde la cartera.
Voto hostil o proyectil: Que elige al partido más opuesto de lo que más se aborrece.
Voto dúctil o versátil: Que escoge al que cree que va a ganar, sólo para acertar.
Voto mástil: Que se selecciona únicamente para dejar constancia de su existencia.
Voto volátil o portátil: Que se administra frívolamente a última hora.
Voto reptil: Que se otorga al adversario para empeorar la situación.
Voto infantil o estudiantil: De quienes votan por primera vez con un variable conocimiento previo, pero con de alta capacidad de transformación de la mayoría social.
Voto fértil: El de quienes nominan consciente y solidariamente tras analizar todas las posibilidades.

Los votantes somos responsables de los fracasos y de los éxitos de los gobiernos que colectivamente elegimos. Sería deseable que no lleguemos a sentirnos como Humberto Eco cuando dijo: “No tengo nada contra Berlusconi, que hace su trabajo, ni contra los fascistas, que hacen su trabajo, pero tengo muchas cosas contra los italianos que los votaron. Me siento antiitaliano”. Cuando somos sensatos y reconocemos las muchas desigualdades y desafueros de nuestra sociedad, hemos de rechazar tajantemente la tesis retrógrada de la derecha inmovilista, conservadora en el peor sentido del término, que "entiende que el status quo es el camino hacia adelante".

Ojalá acertemos todos con nuestra papeleta, decidida con responsabilidad y depositada en libertad. Que sea un devoto voto gentil de reconocimiento a la labor realizada previamente, más que a promesas futuribles; un grácil voto ágil, que actúe con celeridad para mejorar tanta injusticia; un madurado voto cabal que nos represente y nos proteja.