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Sensaciones vacacionales que finalizan

Farinato y más como aperitivo
Cada verano parece más breve que el anterior. Cada vez queda menos tiempo para cumplir todo un programa vacacional. Este veraneo 2011 ha sido familiar, relajado, con pocos viajes y con muchas "tareas" sin haberlas concluido. Como anécdota diremos que en las últimas horas hemos visitado el buzón de correos y que nos han fumigado los setos en los minutos finales mientras cargábamos el coche con las maletas.

Pedimos excusas a las muchas amistades a quienes no hemos podido devolverles la visita, o haberles dedicado mucho más tiempo. Solicitamos incluso el perdón al sol del Levante, porque ni un solo amanecer hemos podido observar el nacimiento del alba (que ahora se predice perfectamente con el programa SkyView del iPhone ). Esos paseos matutinos (véanse en un vídeo) que tanto añoramos y que, sin causa que lo justifique, dejamos de disfrutar.

Hasta este nuestro blog ha quedado poco atendido, pero hemos sentido que el tiempo no se expandía como en otras ocasiones. ¡Queda tanto por hacer para el estío del 2012! Visitar Lorca (quizá en su magnífica Semana Santa), conversar con Pepe y Carmen, sus hijas, nuestros buenos amigos más cercanos que también han estado viajeros o liados,... Ya sólo restan otros 330 días para el nuevo nacimiento de un nuevo verano...

La foto es del último ágape, con un delicioso farinato traído por Javi & Luisa directamente de Ciudad Rodrigo, en Salamanca, de donde procede este embutido.

Conducción y educación

Charlábamos sobre viajes al extranjero dos generaciones, entre jóvenes veinteañeros formados en diversos países y maduros cincuentones con mucho turismo. Coincidíamos sobre lo que se aprende viajando,... y en los propios modos de compartir trayecto. Simplemente, al caminar por las aceras se puede determinar el nivel educativo del país en cuestión. En países anglófonos (Reino Unido,..) puede que nos empujen si tienen prisa, pero siempre se acompaña de una sonrisa y un "excuse me" (excúseme). Lo mismo sucede en países francófonos, donde no falta el "je suis desolé/e" (estoy desolado/a). En nuestro caso, raramente se escucha disculpa alguna. Peor indicativo aún del más retrasado tercermundismo es la gente que va comiendo piras o cacahuetes por los paseos, arrojando cáscaras al suelo.

El transporte público es otro observatorio de modales. La atención y cuidado hacia quienes más lo necesitan casi ha desaparecido. Ni se ceden asientos a personas mayores, ni a mujeres embarazadas o con niños pequeños,... ni se les facilita la entrada o salida. E incluso se hace ostentación de la mala educación, algo que avergüenza a cualquier persona con un mínimo de educación... o de sensibilidad.

La circulación en vehículos, aunque sean bicicletas, adolece de la misma agresividad y falta de civismo que se aprecia en otras latitudes. El respeto a los pasos de cebra, sin driblar a viandantes ni acercarse a ellos rugiendo, es absoluto incluso en países como Estados Unidos, donde hemos visto que los coches se paraban... sólo para no interferir en alguna foto que íbamos a obtener. La calma de conducir en otros países, índice perfecto de cultura general, es algo que se añora al circular por la jungla en la que hemos convertido a nuestras ciudades y carreteras.

Todo esto se echa de menos aquí, debido a siglos de incultura, décadas de dictadura y lustros de una educación laxa (quizá como reacción a la dictadura).... Conclusión: La educación para la ciudadanía, o los buenos modales aplicados a la convivencia cotidiana, necesita un urgente repaso general.

La deliciosa historia de la muñeca perdida

Paul Auster, en su novela Brooklyn Follies, describe una historia de Franz Kafka, quien en sus paseos junto a su última compañera Dora Diamant por Berlín, se encuentra con una niña que llora desconsolada porque ha perdido su muñeca. Para consolarla, Kafka le dice que se ha ido de viaje.

- ¿Cómo lo sabes?, le replica la niña.
- Porque me ha escrito una carta.
- ¿La tienes ahí?, le pregunta la niña.
- No, pero mañana la traeré conmigo.

Esa noche, Kafka escribe una imaginaria misiva con la misma dedicación que puso a toda su obra y a día siguiente se la lee a la niña, dado que ella aún no ha aprendido.

La muñeca argumenta estar cansada, harta de vivir con la misma gente todo el tiempo. Su fuga responde a su deseo de salir y conocer el mundo. No es que no quiera a la niña, pero no podrán estar juntas durante un tiempo. La muñeca promete escribirle una carta diaria. Kafka escribe más cartas durante tres semanas. Gradualmente, relata que va a la escuela y se enamora de un muchacho. Finalmente, la muñeca le anuncia que va a casarse y se despide de la niña, que acepta feliz el desenlace.

Otras versiones dicen que finalmente, Kafka llevó a la niña a una tienda de juguetes y le compró una nueva muñeca. La niña estaba muy feliz y agradecida. Años después, cuando Kafka murió, la niña encontró una carta escondida dentro de la muñeca que Kafka le había regalado. La carta decía: “Todo lo que amas probablemente se perderá, pero al final, el amor volverá de otra manera.

Proacción contra la desazón 1/2

Este es un post más propio de un diario personal, pero los bloggers mantenemos un extraño concepto de la extimidad. Ayer sufrimos una leve desazón o displicencia (jamás admitiremos un grado de disgusto que condujese a la inacción) derivada de nuestras cotidianas lecturas y diálogos, por variadas causas que enumeramos con brevedad a continuación:
  • "En la educación vasca tenemos nuestro rinoceronte gris" de Paco Luna en el imprescindible blog educativo de Gonzalo Larruzea. Pueden ser discutibles algunos matices, pero su núcleo debe ser debidamente considerado. Y utiliza el concepto de "rinoceronte gris", de tantas realidades que hemos de reconocer a tiempo (y no como el Gray Rhino de la COVID-19 que casi nadie advirtió, y así nos va a la humanidad).
  • Cierto hartazgo en nuestros paseos de ver cómo parece que los "animales de compañía", de pleno sentido en personas ya de edad y sin tantas responsabilidades como antaño, se han propagado como primera función aparente de gente joven en, quizá, un delirio de sucedáneos, mascotas en vez de hijos. Algo que denuncia sarcásticamente esta publicación de humor, El jueves, y que tuiteamos.
  • Agotamiento total por la sentida percepción del declive local y europeo con estrategias tan críticas y reveladoras como ha sido en el caso de las vacunas. Aquel sueño de primer mundo se ha desvanecido,... Ni con la insolidaridad manifiesta respecto al resto de mundo, somos capaces de proteger a los más vulnerables de nuestro entorno cercano. Y nos hemos demostrado incapaces de dictar y de cumplir ni siquiera las normas... sanitarias. Triste como otro tuit que se me escapó ayer, ante tanto email enviado indicando que aún no podemos reunirnos en interiores,...
  • Cuarto caso, por no aburrir y para concluir. Volvemos a lo esencial: la educación y los descendientes de nuestra vida. Nuestro nieto mayor me comenta que no ha sabido en un examen el "prefijo de instrumento". Tampoco lo sé yo, ni ayer ni ahora con Internet. Se lo dije y me respondió: "Si tú no lo has necesitado en 68 años, por qué tengo que saberlo yo con 11 años". Algo anecdótico, pero significativo.
Sirva de catarsis este post de desahogo,... Mejor lo dividimos en dos partes. Mañana, continuaremos, con una respuesta proactiva. Adelantamos algo, para no dejar mal sabor de boca, pero la sensación a trasladar no deja de ser agridulce. De momento, nos sumamos a la plataforma de la campaña europea "El futuro está en tus manos".

Cuando nos jubilamos, hace tres años, nos comprometidos a no quejarnos de nada, sino a seguir actuando. Es nuestro lema vital: "Nunca nos preocupamos; siempre nos ocupamos". Y para hacer, nos gusta el concepto de Proacción, hacer para construir el futuro, no para temer por su llegada. Proacción aparece en nuestra Escala Agirregabiria de la Innovación (post anterior)
Continúa en Proacción contra la desazón 2/2: Intergeneracionalidad.
Otros posts sobre la displicencia y la proacción.

Un experimento nunca vivido: No hacer nada en una semana


Vamos a intentar una experiencia jamás vivida: 

No hacer nada en una semana.

Incluido no publicar nada en este blog.

Para evitar ser lo peor: Un jubilado con prisa.

Viernes 16-6-2023, 23:59, comienza el ensayo.

Primera semana sabática de una vida de 70 años.

Ya hablaremos de los audiolibros (post siguiente),...

FitBit anima a caminar

FitBit20140818
Con ayuda de la pulsera inteligente FitBit Force hemos podido recuperar la vieja afición por caminar, lo que requiere tiempo (y esto es más fácil en vacaciones). Hemos llegado a caminar hasta más de 30.000 pasos en un solo día, y casi 160.000 pasos en una semana (como prueba la imagen anexada), con paseos matutinos de más de dos horas (entre las 6:45 y las 9:30).
El estímulo de la monitorización con FitBit Force supone una ventaja que instantáneamente te empuja a ir mejorando en cada momento de la jornada. Llevar prácticamente en todo el día puesta la pulsera inteligente significa medir con precisión (siempre relativa) la actividad física, a fin de no descuidar nuestra salud por el sedentarismo demasiado habitual en nuestras vidas. Los beneficios de walking, caminar, son numerosos y se enuncian en la imagen siguiente (quemar calorías, accesible para casi todo el mundo, no requiere equipo ni instalaciones,..., y es gratuito -incluso ahorra dinero-al evitar transportes eludibles).
Untitled

Flamantes cincuentones

He ingresado en la legión grisácea de los cincuentones, sin eufemismos paliativos tales como jóvenes maduros o veteranos juveniles. Cuando publiquen esta nota, ya habrá pasado mi cumpleaños, así que pueden abstenerse de felicitarme. Nací un viernes santo cualquiera, justo hace diez lustros. Este quincuagésimo cumpleaños es la fecha en la que descubres que todo es más sencillo de lo que pensabas, y coincides con tus hijos adolescentes en que el día para pegarte el banquete o la fiesta de tu vida es… hoy mismo, sin esperar a mañana, y eso cada día de los próximos mientras puedas decidir. Con todo, la crisis de los 50 me parece más llevadera que la depresión de los 40, y de la angustia de los 30, que ni siquiera recuerdo bien. Convertirse en cincuentón es una trágica y traqueteada experiencia, pero que se vive en compañía de todos los coetáneos. A ellos están dedicadas estas líneas. Siempre pensamos que aquélla fue una gran cosecha, la del 53, aunque ahora lo dudamos tras descubrir que son de la misma quinta Aznar y Blair (quien dijo sentir mariposas en el estómago el día que cumplió 50).

Aquel nuestro año 1953  finalizó la Guerra de Corea, Franco firmó el Concordato con el Vaticano y los primeros acuerdos económicos y militares con los EE.UU., llegó la Coca-Cola, se escaló en Everest, se demostró la relación entre cáncer y tabaco, se descubrió la estructura en doble hélice del ADN, se simplificó la famosa ecuación de Einstein a E=m.c2, se inventó el bolígrafo Bic y se pusieron de moda los pantalones vaqueros. Murieron Stalin, el compositor Prokófiev, el poeta Dylan Thomas,…, pero ahora lo que importa es cómo fuimos, y cómo somos los que entonces nacimos –más exactamente, los que todavía quedamos-.

Nosotros nos criamos a lo bestia. Hacíamos lo que jamás permitimos luego a nuestros hijos. Corríamos en pequeñas e inadecuadas bicicletas sin casco, los columpios eran de metal roñoso y con esquinas en pico, y jugábamos a ver quien era más bruto. Construimos goitiberas para bajar por las cuestas y descubríamos que habíamos olvidado los frenos. Jugábamos a "chorro, morro, pico, tallo, qué" (no pregunten eso qué significaba), procurando caer en plan bomba, y nadie sufrió dislocaciones vertebrales. Salíamos de casa por la mañana, jugábamos todo el día, y sólo volvíamos al anochecer. Nadie podía localizarnos por ningún móvil. O hacíamos una fogata para asar patatas y contarnos historias de miedo. Nos abríamos la cabeza jugando a “guerra de piedras” y no pasaba nada, eran “cosa de niños” y se curaba con Mercromina y un cachete adicional de castigo. Comíamos moras, pipas de melón y porquerías, bebiendo aquel refresco de color butano, pero no fuimos obesos. Estábamos siempre al aire libre, corriendo y jugando. No tuvimos Playstation, Nintendo, películas en vídeo, móviles, computadores ni Internet: sólo un canal de televisión en blanco y negro,.. en casa de algún amigo rico. Siempre recordaremos nuestros escasos juguetes, pero nos sobraban los amigos y primos. Quedábamos con ellos en el parque más cercano. O ni siquiera quedábamos, con la merienda íbamos a la plaza y allí nos encontrábamos. Ligábamos con las chicas persiguiéndolas, no en un chat tecleando ;-D. Y jugábamos a las chapas, a las canicas, al “hinque” con clavos herrumbrosos, con pólvora,... en fin, con tecnología punta. Bebíamos agua directamente del grifo, cazábamos lagartijas y gorriones con la "chimbera de balines", sin adultos vigilándonos. En los juegos del patio, no todos participaban en los equipos; debías ser elegido. Los otros tuvieron que aprender a superar la decepción. Los menos estudiosos, repetían curso y les ponían a trabajar prematuramente de “botones”… en una Caja de Ahorros y cuando pasadas las décadas te los reencontrabas, te denegaban el crédito.

Viajábamos en minúsculos coches sin cinturones de seguridad ni air-bag, durante viajes de 8 horas con cuatro adultos y cuatro niños en un 600, sin síndromes de la clase turista. Éramos responsables de nuestras acciones y arreábamos con las consecuencias. Si transgredíamos alguno de los numerosos preceptos, nuestros padres no sólo no nos protegían, sino que además nos castigaban aparte. Tuvimos media libertad, mucho fracaso, poco éxito y moderada responsabilidad, pero aprendimos a crecer con todo ello.

Ha pasado la mayor parte, pero quizá no la mejor, de la vida familiar y profesional. Nuestros hijos son insufribles y eternos adolescentes, nuestra pareja ha engordado casi tanto como nosotros, y ya estamos plenamente instalados en esa burguesía postmoderna y acomodada,… que tanto se parece a la de nuestros abuelos y que fue mejor que la de nuestros sufridos padres. Nuestros rutinarios paseos con la parienta, esos recorridos de café con leche en café con leche (descafeinados por supuesto), con muchas paradas, permiten a los comerciantes poner en hora sus relojes cuando nos ven desfilar puntualmente cada atardecer. Nuestra carrera laboral ya ha acumulado suficiente mediocridad como para no quitarnos el sueño las pasadas aspiraciones, que han envejecido más prematuramente que nosotros. Ya sabemos adónde vamos a llegar, y eso con suerte: a la prejubilación. Pero nos sentimos bien, nada de esa "sensación de que la vida se me está escapando". Chispeantes, seguimos creciendo. Los pies, por ejemplo, cada vez están más lejos y cada día te cuesta más llegar hasta ellos, sobre todo el izquierdo. Cierto que ya no podemos pasar de los tres platos en las alubiadas, y que crecen los periféricos de ayuda (gafas de presbicia, y pronto audífonos), pero hay otras ventajas: Vas perdiendo la vergüenza, y desarrollándose una “cara dura” con la edad,…, y disminuye drásticamente el riesgo de morir… joven.

Comenzamos a adivinar lo que se nos avecina en las próximas décadas. Los ruiditos que nos acompañan a cada movimiento, sobre todo de alzada. Disfrutamos de ese sueño “camembert”, plagado de periodos de insomnio, y cuando te levantas recuerdas eso de que si no te duele nada, es que ya estás muerto… El tango dice que “veinte años no es nada”, pero “cincuenta años” otorgan una madura lucidez,… que estremece. Nosotros que fuimos testigos de la carrera por la Luna, pertenecemos a la maldita “generación sándwich”, de selectividades dobles, de “mili” larga, siendo jóvenes cuando se llevaban los veteranos y llegando a expertos cuando mandan los novatos. Fuimos obedientes con nuestros padres y con las demás autoridades de turno, y ahora nos tienen en jaque nuestros hijos a los que, en general, malcriamos por miedo a repetir nuestra historia. Debimos aprender a liberarnos de muchos prejuicios y cuando lo conseguimos, resulta que estábamos cargados de años. Pero disfrutamos de regalos tardíos, como redescubrir y recuperar la música de los ’70 por Internet y ver a la siguiente generación cometer nuestros mismos errores. La nostalgia empieza a invadirnos y cada vez nos parecemos más a nuestros progenitores, e incluso a nuestros abuelos. Pronto añoraremos cuando hablábamos… todo seguido, y no recordaremos a ese tal “Al..zheimer”, y se acerca el día en el que ingresaremos en esos grupos de “ancianas de los dos sexos”. - “Es cruel”, digo, y mi mujer replica: - “Sí, para ellas”.

La vejez es lo más inesperado que le sucede al hombre y llega sin ser invitada. Sólo comienza cuando se pierde la curiosidad y cesa de indignación por todo lo que está mal a nuestro alrededor. La madurez, incluso la vejez bien llevada, puede ser el tiempo de nuestra dicha. La felicidad es el antídoto de la edad. ¡Seamos felices! 
[Cumpleaños para un 3 de abril,....]

Más obras, Sr. Alcalde

©Mikel AgirregabiriaUn mensaje a mi Alcalde: Quiero obras en mi calle.

Vivo en Las Arenas, un enclave de Getxo con bellos paisajes. En mis paseos y viajes a otros próximos parajes, como el populoso Romo, veo mejoras notables en sus calzadas y calles. También aprecio las quejas, desleales, de sus habitantes sin claves que no dejan de lamentarse de que las obras tarden.

A mí no me importan las molestias. No me importa que no aparque. Quiero que peatonalicen mi calle o, al menos, que amplíen las aceras las cuadrillas municipales. Que levanten las calzadas. También me valen los más subterráneos garajes, aunque no compre parcela por mi parte: Así otros retirarán sus coches de mi saturada calle.

Con esperanza le indico un detalle a mi apreciado Alcalde. La calle Gobela, en sus números impares, necesita más acera cerca de la vía Eduardo Coste. Prometo no querellarme por ruidos desagradables. No seré un vecino inaguantable, como otros ingratos a quienes, ante el dislate de quejarse por el trabajo de mejora, siempre les señalo mi frase de debate: “Que te calles, que es por nuestras calles”.

Versión final en: mikel.agirregabiria.net/2005/obras.htm

La velocidad mata

©Mikel AgirregabiriaUna medida simple que inmediatamente salvaría millones de vidas en las carreteras.

El 17 de agosto de 1896, Bridget Driscoll, una mujer de 44 años, se convirtió en la primera víctima mortal de un accidente de tráfico frente al Crystal Palace de Londres. Fue atropellada por un vehículo que iba “a gran velocidad”, según afirmó un testigo. Posiblemente fuera a 8 millas/hora (12,8 km/h), cuando debía respetar un límite máximo de 4 mph. El joven chofer, que ofrecía paseos para mostrar el incipiente invento, trataba de impresionar a una pasajera igualmente joven. Durante la investigación, el magistrado encargado afirmó: “Esto no debe volver a ocurrir nunca más.” 

Desde entonces, más de cuarenta millones de personas han muerto a causa del tráfico rodado. Según un informe publicado conjuntamente por la Organización Mundial de la Salud (OMS) y el Banco Mundial en abril de 2004, "los accidentes causan anualmente 1,2 millones de muertos y 50 millones de heridos o minusválidos”, siendo la segunda causa mundial de mortalidad de personas entre 5 y 29 años y la tercera entre 30 y 44 años. 

La velocidad, por sí sola, es el mayor factor de riesgo en la carretera. En el mundo occidental, casi cuatro de cada diez percances mortales (37%) se provocan por exceder los límites permitidos de velocidad. La velocidad produce múltiples efectos peligrosos, como una visión reducida del conductor (“efecto túnel”), un menor tiempo de reacción, una mayor distancia de frenado, así como un incremento de la gravedad y frecuencia de los accidentes. Las posibilidades de sobrevivir a un choque son ínfimas para un ocupante a 200 km/h, o para un peatón a 80 km/h. 

Las leyes de la Física dictan inexorablemente que la energía cinética absorbida en una colisión se incrementa con el cuadrado de la velocidad de impacto. En otras palabras, la gravedad de los accidentes aumenta desproporcionadamente con la velocidad. Investigaciones canadienses demuestran que elevar la velocidad legal, máxima simplemente desde 70 mph (112 km/h) hasta 75 mph (120 km/h), provoca un aumento del 35% en la mortalidad vial. Otros estudios constatan que "la mayor parte de las paraplejías y tetraplejías se producen entre los 100 y 130 km/h, por encima de este límite, la velocidad mata". La OCDE ha estimado que un solo kilómetro/hora añadido de velocidad promedio en una vía eleva en un 5% las lesiones y en un 7% los accidentes fatales. Así, con una reducción de sólo 5 km/h., en la Unión Europea cada año podrían evitarse 11.000 muertos y 180.000 heridos. 

El accidente de tráfico es una maldición evitable. Especialmente evitando el exceso de velocidad, que es uno de los pocos factores de la seguridad vial que podríamos controlar voluntariamente nosotros mismos. Pero no lo hacemos colectivamente. Son muy numerosos los conductores multados por velocidad excesiva, cuya probabilidad de verse envueltos en accidentes sube un 59% respecto de la media (según el informe Stradling de 2002). Hoy día quienes circulan más rápidos no son sino los más insensatos, inconscientes de actuar como criminales potenciales. 

¿Por qué tolerar esta tragedia colectiva? Cada día, jóvenes o familias enteras dejan su vida en el asfalto por imprudencia propia o ajena,... y por desidia de todos (autoridades, conductores, ciudadanos,….). Se adoptan acertadas decisiones como el carné por puntos, los controles de alcoholemia o de uso de cascos y cinturones, o la proliferación y generalización de dispositivos de seguridad activa y pasiva (airbags, ABS, ESP, sillas infantiles,…), pero son medidas insuficientes ante un veloz parque móvil que supera crónicamente los límites de seguridad. 

La delgada línea entre la vida y la muerte se desvanece cuando circulamos a gran velocidad, o en medio de un tráfico ajeno que no respeta los límites y que nos rodea a velocidades inadecuadas. Para evitar la sangría de muertos en las cunetas, es preciso derribar el hipócrita culto a la velocidad, propio del mundo frenético en el que vivimos. Bastaría con añadir el más simple de los dispositivos de seguridad: un limitador de la velocidad. Con reguladores (o tacógrafos) incorporados de serie en todos los vehículos, que impidiesen circular a más de 120 km/h (quizá permitiendo breves subidas hasta 140 por razones de seguridad activa), se reducirían millones de muertos y heridos, con su insoportable dolor derivado e incluso su incalculable coste económico. 

Con la instalación de un simple limitador de velocidad aplicado a escala universal, de coste irrelevante e incorporado de serie, todos viviríamos más y mejor. Esto ya se hace en camiones, en marcas de lujo (pero con la barrera a 250 km/h) o en toda la gama de modelos Renault (pero sólo con avisador y una restricción opcional). Además con la velocidad autolimitada infranqueablemente a 140 km/h, nos ahorraríamos los complicados radares de multas y perderían sentido los coches de más 120 CV o las motos de más 60 CV. ¿Por qué anuncian y venden vehículos rebasan sobradamente el máximo permitido de 120 km/h? ¿Por qué no humanizamos el tráfico rodado, y con ello la calidad de vida contemporánea?
Conduce más despacio