Sola en la noche, con el miedo de la oscuridad, el susurro de llantos, lágrimas, gritos, desfiles de cadáveres, la noche que venía, sola entre tantos muertos, sola sobre los escombros de su ciudad, sola y abandonada por todos, la de Omayra fue una muerte anunciada y televisada. Cuentan que, cuando llegaron los reporteros, estaba agachada sobre un flotador (la cámara de un neumático) que colocaron bajo sus brazos como único recurso, sintió las voces, levantó la carita y les miró. Intentó una sonrisa. "¡Ay...!", dijo pero no lloró, y los periodista afirmaron que "no nos miró con súplica, no estaba derrotada, había mucho de valentía en su mirada". No dijo que le dolían las piernas sino que simplemente no las podía mover. "Siento frío", parece que dijo con una mirada profunda, entre resignada y triste, pero se le veía tranquila, valiente: "Era una niña toda coraje", escribió entonces Cristina Echandía.
"Tengo miedo que el agua suba y me ahogue porque yo no sé nadar, aunque soy aquí de tierra caliente", balbuceó. En un momento apoyó su rostro sobre el neumático, como para descansar y estuvo así unos cinco minutos, después, otra vez levantó el rostro y pronunció unas frases un poco incoherentes y ya sus ojos estaban más rojos y se notaba algo de delirio. "Tengo sed", dijo e intentó tomar un poco de aquella agua putrefacta: "Se lo impedimos y le pasamos otro vaso de agua", recuerdan los periodistas que asistieron impotentes a su agonía.
Los socorristas regresaron y se volvieron a ir, tras señalar que era imposible tratar de sacarla por la fuerza, porque eso sería destrozarla de la cintura para abajo o por lo menos perdería los pies. Dijeron que era indispensable traer la motobomba para sacar el agua y poder proceder a retirar la materia que la aprisionaba.
Cuando los helicópteros pasaban sobre ella, Omayra levantaba sus ojos enrojecidos y los miraba alejarse. "Te juramos, Omayra, que vamos ya a traerte la motobomba para sacarte de aquí" le decían los socorristas para darle un poco más de tranquilidad pero la niña les respondió: 'Váyanse a descansar y vuelvan a sacarme" Entonces, las crónicas cuentan que le dieron la espalda y se fueron todos llorando, con rabia, como odiando a Dios, a los hombres y a la naturaleza. Por fin, llegó la motobomba en un helicóptero, pero funcionó de manera lenta, y a veces se obstruía por el barro; a esa hora, ya Omayra escasamente podía mantener los ojos abiertos, le habían quitado su blusita de color azul y yacía con su espalda descubierta. Hasta las cinco de la mañana había estado sufriendo delirios y cantado y contado chistes a los médicos y socorristas que la acompañaron durante la noche.
Al principio de la noche, habían pasado ya tres días, estuvo todavía consciente, sosteniendo conversaciones coherentes, pero después de la una de la madrugada comenzó a delirar, cantaba canciones extrañas y un testigo relata que hacia las tres de la mañana le dijo que "ya el Señor la estaba esperando". "Después cantó la canción de los pollitos", recuerda el socorrista, que fue su acompañante durante tres noches de agonía y muerte.
Omayra Sánchez era fuerte, simpática, valiente y hacía sonreír entre lágrimas cuando la televisión transmitía las dramáticas imágenes, y siempre mostró una presencia de ánimo sorprendente. Estaba triste por no poder asistir al examen de matemáticas que tenía aquel 13 de noviembre, triste pero sonriente a las decenas de cámaras, todas impotentes, sin poder hacer nada. Entre ellas la de Frank Fournier, quien tomó la fotografía que todavía hoy nos anuda la garganta y nos encoge el alma. "Cuando se tomó esa foto, Omayra ya estaba agonizando, murió pocas horas después", recuerda Fournier que la valora porque "sirvió para destacar la irresponsabilidad y falta de coraje de los políticos del país".