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Cicatrices


El valor de una persona se juzga por sus cicatrices.

Dicen que Dios cuando nos evalúe no analizará nuestro currículo, ni nuestras medallas, ni nuestro patrimonio. Dicen que Dios nos valorará por la memoria de nuestras cicatrices. Las cicatrices miden no sólo las heridas que hemos sufrido, sino cómo las hemos curado. La existencia seguro que nos proporcionará más o menos cortes dolorosos de infelicidad, pero las cicatrices son curaciones de vitalidad y de deseo de luchar contra la injusticia y por mejorar las condiciones de vida nuestras y de los nuestros.

La misma experiencia no es sino una cicatriz. Todos vamos acumulando cicatrices, algunas en la piel, y muchas en el alma. Causadas por errores propios o ajenos, pero su cicatrización demuestra que en todos los casos supimos vencer o sobrellevar las dificultades. Las cicatrices deben mostrarse con orgullo, porque siempre nos recuerdan un episodio de superación.
Cuentan la historia de un niño que cayó al estanque de los cocodrilos en un zoológico. Su madre se asomó al borde del pozo y pudo asir a su hijo por el brazo, cuando las mandíbulas de un reptil ya le apresaban las piernas. El caimán era muy fuerte, pero el amor de madre sacó fuerzas de flaqueza y arrebató al cocodrilo su pieza. El niño sobrevivió a las desgarradoras heridas y pudo volver a caminar. Fue noticia famosa su recuperación. Todavía en el hospital, cuando los periodistas le pidieron fotografiar sus cicatrices, el niño se remangó la manga y mostró orgulloso las marcas de las uñas de su madre, quien no soltándole había salvado su vida.

El relato anterior nos recuerda que las heridas las sanamos con la ayuda de los demás, y especialmente de nuestra familia. De hecho nuestra madre nos dejó a todos, absolutamente a todas las personas, una imborrable cicatriz, la primera, que debe recordarnos su sacrificio al darnos la vida. Es una preciosa cicatriz, visible en el centro de nuestro tronco. Frecuentemente olvidamos su bendito origen maternal, y hasta lo confundimos con nuestro yo cuando nos miramos demasiado… el ombligo.

La cultura del Kintsugi como el arte de la resiliencia

El kintsugi (金継ぎ o reparación dorada), también conocido como kintsukuroi (金繕い o reparación en oro), es una técnica tradicional japonesa que consiste en recomponer objetos de cerámica rotos utilizando barniz mezclado con polvo de oro, plata o platino. En lugar de ocultar las grietas o rupturas, el kintsugi las resalta, convirtiendo la imperfección en una parte valiosa y hermosa de la historia del objeto. 

Esta filosofía kintsugi refleja la idea de que las cicatrices y los defectos no deben ocultarse, sino que pueden ser una parte esencial de la belleza y la historia de algo o alguien. Kintsugi está profundamente ligado a conceptos. Las personas rotas no se descartan, ni se desechan; se reparan y sus cicatrices al igual que los objetos reparados con Kintsugi las hacen más valiosas y bellas. 

El resultado es una pieza que no solo ha sido reparada, sino transformada en algo único y valioso gracias a las marcas de su rotura. Las grietas doradas resaltan con elegancia los detalles de la pieza, mostrando la belleza de las imperfecciones y el arte de la restauración.

El kintsugi  es una perfecta materialización artística de la virtud de la resiliencia (posts varios), que demuestra que la naturaleza y los seres humanos somos capaces de adaptarnos y recuperarnos de cualquier proceso traumático.

@batsaaziel #kintsugi #reparate #repararse #reparation #resiliencia #resilience ♬ Believe (Inspirational Background Music) - Fearless Motivation Instrumentals

Crónica de Marcelo en el mundo real (II)

Gracias a la editorial Random House Mondadori, por mediación de Bloguzz, hemos podido disfrutar de este obra con algo de antelación respecto a su próxima fecha de lanzamiento: el viernes 4 de septiembre de 2009. Tras una lectura que se hace muy fácil (tres madrugadas de dos horas y media), sus trescientas páginas dejan un persistente sabor muy agradable. Hablan de amor, educación, aventura, fantasía,... con un lenguaje ameno y un relato variado. Las vivencias de Marcelo, su protagonista "especial" (en el espectro autista se acercaría a una "síndrome de Asperger"), nos revelan la complejidad de la vida, de cualquier adolescente, en cualquier familia, en cualquier sociedad.
El libro es una novela, pero contiene poesía en prosa. La bondad de alguien como Marcelo choca con la realidad de la vida, y el estruendo nos conmociona. Las características de Marcelo permiten a quienes leemos esta obra apreciar con mayor nitidez lo que acontece en el despertar de la juventud, cuando se avecina el encuentro con ese mundo real fuera del entorno familiar o del contexto escolar.
Marcelo descubre -lenta pero intensamente- qué es amar, se debate entre las viejas y las nuevas lealtades (que finalmente entrelaza), comprende que la imperfección existe en el mundo y aprende a navegar contra el oleaje de la procelosa realidad. Marcelo nos enseña mucho del ser humano: Nos enseña a perdonar, a olvidar, a proseguir, a reflexionar, a continuar, a avanzar,...
"Marcelo en el mundo real" es un perfecto regalo para niños y jóvenes, y para quienes han olvidado con la edad que la vida es bella, aún con sus cicatrices, sus penas, sus desdichas,... Libro recomendado para las navidades, para el cumpleaños de alguien joven, para alegrar las tristezas, para cantar a la vida y para hallar la belleza en nuestro alrededor.
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Algunos datos y curiosidades adicionales:
  • No se cita expresamente el "síndrome de Asperger" hasta la página 60 de la "edición anticipada", que cuenta con 300 páginas y otras dos finales con una nota del autor.
  • En la página 90 se advierte una grave errata, con un error físico que Marcelo jamás cometería. Al hablar de la tabla periódica, el protagonista dice: "Es una tabla de todos los elementos químicos ordenados por el número de átomos (protones, debería decir) que contienen".
  • La música citada en la página 231, la que quiso escuchar la madre de Jasmine en su agonía, Gymnopédies del compositor Erik Satie, fue el título de una de las libros que leímos y analizamos el verano pasado, obra de nuestro amigo bloger Fernando García Pañeda.
  • El dilema con intriga final, casi detectivesco, se resuelve de modo que no citaremos, pero sí indicaremos que habíamos imaginado un final más complejo y glorioso (que estaríamos dispuestos a compartir con quienes lean el libro y lo analicen en los comentarios).
  • [Avance del libro en un post anterior. Inclusión en nuestros goodreads.com (libros recomendados).]

Colecistectomía en personas mayores: pros y contras a saber

Este jueves 25-9-25, tras sufrir un cólico biliar el día anterior (y otros episodio similar del 9 de mayo, que no identificamos entonces), me han practicado una colecistectomía o extirpación de la vesícula biliar mediante una cirugía de laparoscopia convencional. Ha sido en la excelente Clínica Zorrotzaurre del IMQ en Bilbao. La colecistectomía (extirpación quirúrgica de la vesícula biliar) es una de las operaciones más frecuentes en personas mayores, sobre todo por cálculos biliares o complicaciones asociadas. 

Afortunadamente, gracias al equipo de los Doctores Poma y Corcóstegui, así como de todo el personal sanitario del IMQ, y tras tres noches hospitalizados ya estamos recuperándonos en casa. Como toda cirugía, tiene ventajas y desventajas que conviene conocer:

Pros (ventajas)

  1. Elimina el dolor y las crisis biliares. – Se acaban los cólicos biliares, que suelen ser intensos y recurrentes.
  2. Prevención de complicaciones graves. – Evita colecistitis aguda, pancreatitis biliar o ictericia obstructiva.
  3. Mejora la calidad de vida. – La mayoría de pacientes puede volver a una vida normal y sin restricciones severas.
  4. Cirugía segura y con recuperación rápida– Hoy suele hacerse por laparoscopia, con menos dolor postoperatorio y cicatrices pequeñas.
  5. No se necesita la vesícula para vivir– El hígado sigue produciendo bilis de manera continua, por lo que la digestión se mantiene.
Vistas desde la Clínica Zorrotzaurre del IMQ en Bilbao

Contras (posibles inconvenientes)

  1. Cambios digestivos. – Algunas personas sufren diarreas, gases o digestiones pesadas, sobre todo con comidas grasas.
  2. Dieta más delicada– Aunque se puede comer casi de todo, conviene moderar grasas, fritos y comidas muy pesadas.
  3. Síndrome poscolecistectomía (poco frecuente). – Dolor abdominal, acidez o diarrea persistente en un pequeño porcentaje de pacientes.
  4. Mayor riesgo de litiasis en vías biliares. – Raro, pero pueden aparecer piedras en los conductos tras la cirugía.
  5. Efectos en personas mayores o con otras enfermedades. – La cirugía, aunque segura, siempre tiene riesgos anestésicos y de recuperación.

En resumen: Lo positivo es que quita el dolor y previene complicaciones graves. Lo negativo es que puede dejar cierta sensibilidad digestiva, sobre todo con comidas grasas, aunque en la mayoría de casos se controla con dieta saludable. Ahora habrá que seguir un régimen cuidadoso (post siguiente), especialmente el primer mes.

Vistas desde la Clínica Zorrotzaurre del IMQ en Bilbao

Buena o mala suerte

Ludger Sylbaris fue un caso extremo de la conocida historia que narra aquello de quién sabe si algo es buena o mala suerte. El 8 de mayo de 1902, el volcán del Monte Pelée estalló y en un instante aniquiló a los 30.000 habitantes del puerto de St. Pierre, quienes habían sido tranquilizados por el alcalde en plena campaña electoral. Murieron todos, excepto un joven negro, Auguste Ciparis, encerrado en una celda de castigo provista únicamente de una diminuta ventana enrejada. Fue descubierto cuatro días después por las brigadas enviadas desde la capital de la Martinica. Indultado y convertido de improviso en un Lázaro renacido, pasó a llamarse Ludger Sylbaris hasta su muerte en 1929. Fue exhibido como estrella renombrada del circo Barnum&Bailey, donde mostraba sus cicatrices producidas por el tórrido aire volcánico.

"Tres Gymnopedias" de Fernando García Pañeda (I/III)

Prometimos a nuestro amigo de Aprendices, Fernando García Pañeda, en la pasada Feria del Libro de Bilbao una lectura reposada y análisis de su tercera obra, "Tres Gymnopedias". Hoy, ahora, he leído la primera parte, la de la hermana mayor Emma. De un tirón, en apenas media hora gozosa. Inicialmente, pensé en Twittear la lectura; pero la historia que nace lenta, intimista y un tanto deprimente (al menos, para este luminoso verano), pronto nos atrapa con algo tan improbable como el diario (o delirio) de una mujer castigada, resentida y que trata de rehacer su vida con el insólito recurso de la maternidad. La ternura del relato, y la solidaridad que despiertan estas tres (cuatro) almas femeninas, obligan a proseguir la trama que se va desvelando y que protagonizan estas mujeres, muy reales, muy cotidianas, muy cercanas, muy nuestras, con esa sinceridad que se aprecia cuando sintoniza con las cicatrices que todos llevamos por el desgaste de la vida. Sólo estas primeras páginas acreditan la destreza narrativa de Fernando García Pañeda, su validez escritora, su sensibilidad humana. Prefiero degustar el libro, en tres jornadas consecutivas que aquí relataré, para acompasar el ritmo de la existencia descrita con el relajo del estío, que concita concurrencias espacio-temporales inexcusables,... Hay que convivir con otras lecturas, con otros encuentros, con otras amistades,... Pero este libro, como concluye la primera parte nos brinda una enseñanza inigualable y poética, que ahora cito, cuando la nueva madre comprende que ahora"estamos aprendiendo a querernos...". [Abajo, un vídeo de la Red Ning de Blogs y Libros con el esquema del libro recomendado] Web oficial de la obra. Technorati tag: .

Releyendo a clásicos, como Cervantes o Joyce

Los autores clásicos que aborrecimos en la educación secundaria, por qué merecen una segunda oportunidad en la etapa adulta. Cómo leer a Joyce (otros posts) y a Cervantes (otros posts) sin morir en el intento (y por qué ahora sí nos gustarán). Don Quijote y Ulises no eran aburridos: Sólo que entonces éramos demasiado jóvenes. La redención de las grandes obras tras la obligatoriedad de la secundaria. Quizá los odiamos a los 16 años… hoy los necesitamos a los 30, 50 o 70 años. Ahora sin exámenes ni resúmenes obligatorios: hoy daremos una guía para redimirlos.

Muchos, no todos, guardan cicatrices literarias de nuestra adolescencia. Para muchos, el Quijote representa tardes interminables descifrando un castellano impenetrable, mientras que Ulises —si tuvieron la desgracia de encontrárselo en bachillerato— equivale a un trauma permanente. Pero ¿y si el problema nunca fueron ellos, sino el sistema que nos obligó a leerlos cuando aún no estábamos preparados?

El fracaso pedagógico: cuando enseñar mata el placer La educación secundaria comete un error fundamental al abordar los clásicos: los trata como deberes morales en lugar de experiencias estéticas. Se nos impone la lectura de obras maestras con el mismo espíritu con que se administra un medicamento amargo pero necesario. El resultado es predecible: generaciones enteras asocian a Cervantes con el aburrimiento y a Joyce con la incomprensión.

El problema radica en la brecha cognitiva y experiencial. Un adolescente de 15 años carece del bagaje vital para apreciar la melancolía de Don Quijote contemplando su biblioteca en llamas, o la densidad del monólogo interior de Molly Bloom. La ironía cervantina requiere haber conocido el desengaño; la experimentación joyceana exige familiaridad previa con las convenciones narrativas que dinamita. Pedirles a los estudiantes que disfruten estas obras es como esperar que un novato aprecie el jazz avant-garde sin haber escuchado nunca música. Lo que no nos dijeron es que Leopold Bloom también es obscenamente divertido, tierno y sucio.

Además, la metodología es desastrosa. Los clásicos se diseccionan en busca de "temas" y "recursos literarios", convirtiendo la lectura en una autopsia. Se fragmenta el texto en capítulos obligatorios, se exigen resúmenes que demuestren que se ha leído (aunque no se haya comprendido), y se evalúa mediante exámenes que miden memorización, no sensibilidad. No es sorprendente que muchos estudiantes terminen odiando precisamente aquello que debería liberarlos.

La relectura adulta: Descubrir lo que siempre estuvo ahí Volver al Quijote con treinta o cuarenta años es una revelación. Lo que en la adolescencia parecía un ladrillo polvoriento se transforma en una comedia sofisticada sobre la naturaleza de la ficción y la realidad. El humor de Cervantes —sutil, compasivo, profundamente humano— cobra sentido cuando uno ha vivido lo suficiente para reconocer sus propias quijotadas: esos momentos en que la imaginación choca contra el mundo real.

La madurez permite apreciar la ternura con que Cervantes trata a su protagonista enloquecido. Don Quijote no es simplemente un loco ridículo, sino un idealista conmovedor en un mundo pragmático y desencantadoSus fracasos resuenan porque todos hemos sido derrotados por la realidad. Su dignidad, incluso en el ridículo, nos conmueve porque reconocemos en él nuestra propia vulnerabilidad. Alonso Quijano no es solo un loco; es un hombre que se niega a aceptar que el mundo es un lugar gris, burocrático y sin magia. Su lucha es la lucha contra el cinismo. Y Sancho Panza deja de ser el tonto glotón para convertirse en la representación de la lealtad más pura. La relectura adulta revela que el Quijote es un libro sobre cómo mantener la dignidad cuando la realidad te dice que eres irrelevanteEso es algo que un adolescente difícilmente puede captar, pero que un adulto siente en los huesos.

Con Joyce ocurre algo similar, aunque más extremo.  Ulises es objetivamente difícil, pero la dificultad es parte de su placer. Leerlo como adulto, sin la presión de un examen inminente, permite saborear su virtuosismo lingüístico, su ambición enciclopédica, su humor escatológico y su celebración de lo ordinario. Leopold Bloom, caminando por Dublín durante un día cualquiera, se convierte en un héroe moderno precisamente por su normalidad. Pero esa revelación exige paciencia, curiosidad y cierta experiencia de vida. Joyce es, ante todo, divertido y profundamente humano.

Cómo leerlos ahora: estrategias para la segunda oportunidad: 

Busca alternativas: Escuchar audiolibros como puerta de entrada o lee en grupo, para compartir dudas y descubrimientos enriquece la experiencia.

Elimina la obligación. Lee sin presión, sin calendario, sin necesidad de "terminarlo". Los clásicos no son montañas que conquistar, sino territorios que explorar.

Busca ediciones comentadas. Una buena introducción y notas al pie pueden iluminar referencias oscuras sin infantilizar al lector. Para el Quijote, la edición del Instituto Cervantes es accesible; para Joyce, las guías de lectura son prácticamente necesarias.

Acepta la dificultad. No entenderlo todo no es fracaso, es parte del proceso. Joyce escribió Ulises para mantener ocupados a los críticos durante siglos. No necesitas descifrar cada alusión para captar su belleza.

Lee en voz alta. Cervantes y Joyce escribieron con un oído exquisito para el ritmo y la sonoridad. Escuchar el texto añade una dimensión que la lectura silenciosa pierde.

Contextualiza sin academicismo. Comprender la España del siglo XVII o la Irlanda colonial enriquece la lectura, pero no te conviertas en historiador. Una biografía breve de los autores suele bastar.

Los clásicos que odiaste en el instituto no eran los culpables. El momento era erróneo, el enfoque era equivocado, y tu yo adolescente simplemente no estaba listo. Ahora sí lo estás. Dale a Cervantes y a Joyce —y a todos esos libros que abandonaste con resentimiento— la segunda oportunidad que merecen. Puede que descubras que el problema nunca fue la literatura, sino cómo te enseñaron a no amarla.

Síndrome de Dorian Gray en Silicon Valley: Séneca o Biohacking

¿Por qué estamos obsesionados con vivir para siempre si no sabemos en qué ocupar un domingo por la tarde? Nos hemos convertido en los gerentes de nuestra propia biología. Si te levantas hoy y lo primero que haces no es mirar por la ventana, sino consultar una aplicación que te dice qué tal has dormido (porque tu propia sensación de descanso ya no tiene autoridad), bienvenido: eres parte del “Yo Cuantificado”.

Vivimos en la era de la optimización total. Desde los protocolos de longevidad de millonarios tecnológicos como Bryan Johnson (otros posts nuestros) —quien gasta dos millones de dólares al año para tener los órganos de un adolescente— hasta el uso casual de nootrópicos y medidores de glucosa en personas sanas. El cuerpo ha dejado de ser el templo del espíritu para convertirse en un hardware defectuoso que necesita parches constantes, updates y mantenimiento preventivo.

El cuerpo como máquina, la educación como software. Esta visión mecanicista no se queda en el gimnasio o en la farmacia; ha infectado nuestras escuelas y bibliotecas. En la educación moderna, cada vez se habla menos de "formación del carácter" o de "sabiduría" y más de "adquisición de competencias", “rendimiento cognitivo” y "eficiencia". Tratamos a los estudiantes como discos duros que hay que desfragmentar y llenar de datos útiles para el mercado.

Si un niño se distrae mirando una mosca, buscamos una etiqueta diagnóstica y una solución química para "reoptimizar" su atención. Hemos olvidado lo que el filósofo Byung-Chul Han (otros posts) llama "el aroma del tiempo": la capacidad de demorarse en las cosas, de aburrirse, de contemplar sin un fin productivo.

La literatura como resistencia a la eficiencia. Aquí es donde los libros —los buenos, los difíciles, los lentos— se vuelven revolucionarios. Leer En busca del tiempo perdido de Proust o enfrentarse a la densidad de Thomas Mann es, bajo la óptica moderna, una pérdida de tiempo imperdonable. No es eficiente. No te hace más rico. No baja tu cortisol de inmediato.

Sin embargo, la literatura nos recuerda una verdad incómoda que el biohacking intenta ocultar: somos finitos, somos falibles y vamos a morir. Los estoicos, como Séneca, no buscaban la inmortalidad física, sino la robustez moral. En su tratado Sobre la brevedad de la vida, Séneca nos advierte: "No es que tengamos poco tiempo, sino que perdemos mucho". Pero su definición de "perder tiempo" no era dejar de trabajar para mirar las nubes; era precisamente lo contrario: gastar la vida en ocupaciones vanas, en la ansiedad por el futuro, en la obsesión por controlar lo incontrolable.

El miedo detrás del dato. ¿Qué hay detrás de esta obsesión por medir nuestros pasos, nuestras calorías, nuestras fases REM y nuestra variabilidad cardíaca? Miedo. Un pánico profundo al azar y a la decadencia.

Al tratar de convertirnos en máquinas biológicas perfectas, estamos extirpando lo que nos hace humanos: la vulnerabilidad, la pasión (que etimológicamente significa "sufrimiento" o "padecer") y el placer no utilitario. Comer ya no es un acto cultural y hedónico, es "ingesta de macros". Leer no es un diálogo con los muertos, es "procesamiento de información".

Conclusión: La rebelión de lo inútil. No estoy en contra de la ciencia ni de la medicina. Aspiro a la longevidad (centenares de posts). Vivir más y mejor es un triunfo de nuestra especie. Pero hay una línea delgada entre cuidar el vehículo y olvidar el viaje.

Quizás la verdadera salud hoy en día no se mida en un reloj inteligente. Quizás la salud mental resida en la capacidad de leer un poema sin buscarle la utilidad, en comer un trozo de pan sin pensar en el pico de glucosa, y en aceptar que nuestras arrugas y cicatrices no son errores del sistema, sino el mapa de que hemos estado aquí, de que hemos vivido, y de que, afortunadamente, no somos robots. Dejemos de optimizar un poco. Empecemos a vivir.

Niños enemigos


¿La exaltada seguridad debe prevalecer sobre los derechos humanos?



Publican los periódicos la horripilante noticia, perdida en la sección de información internacional, de que el Gobierno Bush libera a 3 niños de Guantánamo porque "no poseen información válida y ya no representan una amenaza para la seguridad nacional”. Estos “enemigos” tenían entre 11 y 13 años cuando fueron capturados hace 24 meses en Afganistán, donde serán retornados con la ayuda de una ONG. Según el ejército norteamericano “la edad no es un factor determinante. Nosotros detenemos a combatientes enemigos que atacan a nuestras fuerzas armadas o ayudan a quienes lo hacen”, y aseguran las fuentes militares que la campaña de presiones encabezada por grupos de derechos humanos de todo el mundo no ha influido en su decisión de liberarlos, que se produce únicamente porque ahora se les considera “no peligrosos”.

Estos críos, junto a otro centenar de chiquillos que no alcanzan ni la edad de la preadolescencia, han permanecido incomunicados al igual que todos los prisioneros en el campo de concentración de Guantánamo. Mientras la lenta justicia estadounidense estudia varios recursos sobre la constitucionalidad de la detención indefinida de estos presos sin que les formulen cargos y acepta, a instancias del abogado representante de la administración Bush, Ted Olson (el mismo que convenció a los magistrados en 2000 de que Gore no debía ser el presidente), el desquiciado argumento de que “otorgarles el derecho a defensa a los sospechosos de terrorismo interferiría con los interrogatorios claves para la seguridad nacional”.

Estos sucesos son repulsivos, ¿o sólo nos lo parece así a algunos? El fatídico 11-S se evaporaron todas las esencias democráticas del mundo occidental y se propagó algún extraño virus (no aquel ántrax del que nunca se volvió a hablar), que ha pervertido nuestras almas en pro de la idolatrada seguridad, y parece que ya ni la infancia es inocente. Muchos jamás aceptaremos la culpabilidad de un niño, ni un castigo de alejamiento de su familia y entorno. Milton dijo que “de todas las personas, los niños son las más imaginativas porque se entregan sin reservas a todas las ilusiones”. Esos niños procedían de familias talibanes y, simplemente, querían a sus padres. Eso no es un delito.

Se agolpan los pensamientos de educadores y filósofos que supieron valorar la infancia y cuyas enseñanzas parece que hemos olvidado: Da un poco de amor a un niño y ganarás un corazón. Debe cultivarse en la infancia preferentemente sentimientos de independencia y dignidad. El amor es para el niño lo que el sol para las flores: No basta pan: necesita caricias para ser bueno y para ser fuerte. Los niños necesitan más de modelos que de críticos. El niño es como un barro suave donde puedes grabar lo que quieras... pero esas marcas se quedan en la piel... esas cicatrices se marcan en el corazón... y no se borran nunca. Terminemos con dos axiomas: Los niños usan los puños, hasta que alcanzan la edad en que pueden usar el cerebro, de Robert Browning y la de Juvenal: El niño es acreedor al máximo respeto.

Riqueza verdadera

Descubriendo la grandeza de algunas gentes, que por nuestra pereza y simpleza suele pasarnos desapercibida.

Todos los días, mi esposa Carmen y yo paseamos por Getxo. Nuestro recorrido predilecto va desde el Puente Colgante hasta el Puerto Nuevo, donde la elegante y variada arquitectura capitula ante la belleza natural de la costa vasca. En apenas dos kilómetros pueden verse desde gigantescos barcos mercantes que navegan por la Ría Nervión-Ibaizabal hasta gráciles veleros o ferries por el Abra de Bilbao, tres playas y varios monumentos históricos junto a palomas y gaviotas, pero lo mejor es la gente con la que te encuentras.

Ayer caminando en nuestro trayecto habitual, descubrimos que vivimos entre personas “ricas”. Pero “ricas” de verdad. Queremos compartir nuestro hallazgo, porque en todas las sociedades y en todos los pueblos hay “gente acaudalada”, pero no son necesariamente los “millonarios en dinero” que creemos por ser tan visibles. La genuina riqueza se disfraza, muy a menudo, de enfermedad, de pobreza, de flaqueza, de torpeza y de crudeza en la corteza. Porque la auténtica fortaleza reside interiormente en la sutileza de la agudeza, en la certeza de la entereza y en esa nobleza que sólo otorga la proeza de sobrevivir.

Quizá sea grandeza y delicadeza, mejor que riqueza, lo que caracteriza a estas personas de firmeza y gentileza, de dureza y pureza, de belleza con tristeza, justeza y largueza. Sólo los niños “reconocen” a esas personas que se han hecho “grandes”, día a día, porque cabeza, listeza, destreza, franqueza y realeza se acumulan únicamente ganando la batalla cotidiana de la existencia, atesorando arrugas que son las cicatrices de la experiencia.

Si aún no lo has entendido, quizá necesites unas horas más, unos meses más o unos años más. Con suerte al final serás tan ‘rico’ como cualquier anciano, y todo lo comprenderás. Porque no hablamos de riqueza económica, sino de riqueza en pasado, en alegría compartida, en vida subsistida y transmitida. Nos referimos a los “verdaderos ricos” que son los abuelos de la Tierra, los aristócratas de la Vida, los añosos vencedores del Tiempo.

Artículo ilustrado en: http://mikel.agirregabiria.net/2005/riqueza.htm