De la historia a la física: La trayectoria de Edward Witten

Edward Witten, nacido el 26 de agosto de 1951 en Baltimore, Maryland, es considerado por muchos el físico teórico más brillante de nuestra era. Profesor emérito en el Institute for Advanced Study de Princeton —el mismo lugar donde Albert Einstein pasó sus últimos años—, Witten ha transformado no solo la física, sino también las matemáticas puras, mediante una intuición profunda que une conceptos aparentemente dispares. Su trayectoria vital es un ejemplo fascinante de cómo un camino intelectual tortuoso puede conducir a descubrimientos revolucionarios, y su obra plantea preguntas éticas y educativas sobre el rol de la teoría en la ciencia contemporánea.

La juventud de Witten no presagiaba su destino científico. Hijo de Louis Witten, un físico teórico especializado en gravitación, y de Lorraine Witten, Edward creció en un entorno intelectual, pero inicialmente se inclinó hacia las humanidades. Se graduó en historia en la Universidad Brandeis en 1971, con un minor en lingüística, y llegó a publicar artículos en revistas como The Nation y The New Republic. Incluso trabajó brevemente en la campaña presidencial de George McGovern en 1972. Sin embargo, a los 22 años, un cambio radical lo llevó a la física: ingresó en Princeton, donde obtuvo su doctorado en 1976 bajo la supervisión de David Gross (futuro Nobel). Este giro ilustra una lección educativa valiosa: la curiosidad intelectual no siempre sigue rutas lineales, y la interdisciplinariedad puede enriquecer profundamente el pensamiento científico.

La carrera de Witten despegó rápidamente. En los años 80, se convirtió en una figura central en la teoría de cuerdas (ver en otros posts), que postula que las partículas fundamentales no son puntos, sino diminutas cuerdas vibrantes en dimensiones extras. Sus contribuciones incluyen avances en supersimetría, teoría cuántica de campos topológica y dualidades gauge/gravedad. Pero su momento culminante llegó en 1995, durante la "segunda revolución de las supercuerdas": en una conferencia en la Universidad del Sur de California, Witten propuso la M-teoría, una framework unificador que reconciliaba las cinco versiones aparentemente incompatibles de la teoría de cuerdas, incorporando membranas (branas) y una undécima dimensión. Esta idea no solo revitalizó el campo, sino que sugirió un camino hacia una "teoría del todo" que unifique la relatividad general de Einstein con la mecánica cuántica.

Lo extraordinario de Witten es su impacto en las matemáticas. En 1990, se convirtió en el primer y único físico en recibir la medalla Fields —el premio más prestigioso de las matemáticas, equivalente al Nobel. El galardón reconoció contribuciones como la prueba del teorema de energía positiva en relatividad general (1981), su interpretación de invariantes de nudos vía integrales de Feynman, y el desarrollo de la teoría cuántica de campos topológica, que inspiró invariantes como los de Seiberg-Witten para manifolds de cuatro dimensiones. Witten ha dicho: "La ciencia es una forma de pensar mucho más que un cuerpo de conocimiento". Sus ideas han impulsado ramas enteras de la geometría y la topología, demostrando cómo la física puede fertilizar las matemáticas abstractas.

Entre sus numerosos premios figuran el MacArthur Fellowship (1982), el Premio Kyoto (2014), el Breakthrough Prize (2012) y, recientemente, el Lifetime Award en Ciencias Básicas (2024). En 2025, Witten continúa activo: ha publicado notas introductorias sobre termodinámica de agujeros negros y dictado masterclasses en Hamburgo sobre este tema, explorando cómo los agujeros negros, clásicamente "sin pelo", se comportan cuánticamente como sistemas termodinámicos complejos.

Desde una perspectiva ética y filosófica, la obra de Witten invita a la reflexión. La teoría de cuerdas, pese a su elegancia matemática, carece aún de predicciones experimentales verificables, lo que ha generado debates sobre el estatuto de la ciencia teórica. ¿Es legítimo perseguir teorías bellas sin contraste empírico inmediato? Witten defiende que "una buena teoría no solo es elegante y hermosa, sino que hace predicciones precisas", pero reconoce que la M-teoría permanece incompleta. Esto plantea cuestiones educativas: ¿cómo enseñar física avanzada en un mundo donde la experimentación es costosa y las teorías especulativas dominan? Además, su humildad intelectual —ha admitido que la conciencia podría permanecer un "misterio" irreducible a la física— nos recuerda que la ciencia no lo explica todo, fomentando un enfoque interdisciplinario que integre filosofía y ética.

En un blog dedicado a ciencia, tecnología, ética y educación, la figura de Witten ejemplifica el ideal de un pensador que trasciende fronteras. Su vida nos enseña que la perseverancia en preguntas profundas, aun sin respuestas inmediatas, puede redefinir nuestra comprensión del universo. Como él mismo ha reflexionado, "la esencia de la física son los conceptos, el deseo de entender los principios por los que funciona el mundo". En un tiempo de crisis epistemológicas, Witten nos inspira a cultivar esa curiosidad rigurosa y abierta.

Cuentos navideños que ninguna IA podría imaginar jamás

Para un blog que navega entre la tecnología y la lírica, hay que seguir creando cuentos y no basta con decir que la IA "no tiene sentimientos". Hay que explicar por qué su arquitectura probabilística choca contra la pared de la íntima experiencia humana. Con sempiterna nostalgia y bajo el árbol de Navidad, tirando de humanidad y generatividad, sin recurrir al prompt de turno, el reto es describir la fragilidad humana en una época de solidaridad.

Cierto que vivimos, y lo que se avecina es impensable, en la era de la "creatividad estadística". Hoy, cualquier modelo de lenguaje de gran tamaño (LLM) puede redactar, en segundos, un cuento sobre un reno que pierde su nariz roja o un robot que descubre el significado de la generosidad. Son relatos impecables, con una estructura de tres actos perfecta y una moraleja reconfortante. Sin embargo, todos comparten un aroma común: el de la media aritmética. Son historias nacidas del promedio de todo lo que ya se ha escrito.

La trampa de la perfección algorítmica. La Inteligencia Artificial trabaja mediante la predicción del "siguiente token más probable". Si le pides un cuento navideño, acudirá a los patrones de Dickens, a la estética de Coca-Cola y a la estructura de las películas de sobremesa. El resultado será acogedor, pero carecerá de "astillas".

Lo que la IA no puede imaginar no es la magia, sino la belleza de lo que no encaja. El silicio no entiende la melancolía de un juguete roto que, precisamente por estar roto, se convierte en el favorito. No comprende que la Navidad no ocurre en el árbol perfecto de Instagram, sino en el espacio entre lo que esperábamos y lo que realmente sucedió.

El cuento que ninguna IA escribiría jamás. Imaginemos un relato titulado "La Caja de Luces Fundidas". En él, no hay rescates heroicos ni milagros deslumbrantes. Trata sobre un niño que, al ayudar a su abuela a decorar un árbol raquítico, descubre una caja de bombillas viejas que ya no encienden.

Una IA resolvería el conflicto haciendo que las luces brillen por arte de magia o que el niño aprenda una lección sobre el reciclaje. Pero el cuento humano "imposible" para la IA sería aquel donde las luces siguen fundidas, y el clímax consiste en la abuela describiendo el color de cada una de esas bombillas muertas basándose en los recuerdos de los inviernos de 1964 o 1982.

El valor pedagógico no está en la resolución (el "output"), sino en la transmisión de la pérdida y la persistencia de la memoria a través de lo inútil. La IA, diseñada para la optimización y la resolución de problemas, tiene dificultades intrínsecas para valorar lo que no sirve para nada, que es, a menudo, donde reside lo sagrado.

Ética y Educación: El derecho al "error" humano. Desde una perspectiva educativa, delegar nuestras historias a la IA conlleva un riesgo ético: la homogeneización del asombro. Si alimentamos a los niños solo con relatos generados por modelos que evitan el riesgo, la ambigüedad y el dolor real, estamos atrofiando su capacidad para procesar la complejidad de la vida.

La educación humanista debe defender el "cuento con errores". Ese relato que un padre inventa antes de dormir, donde se equivoca de nombre, donde la trama no tiene sentido lógico, pero donde hay un hilo de verdad biológica y una conexión emocional que ningún servidor en la nube puede procesar. La IA no puede imaginar este cuento porque no tiene cuerpo; no sabe lo que es el frío en los pies, el olor a mandarina o el miedo irracional a que el tiempo pase demasiado rápido.

Pero la Navidad, en su esencia más profunda y pedagógica, no es un promedio. Es una anomalía. Es el territorio de lo que los científicos cognitivos llaman qualia: la experiencia subjetiva e intransferible de lo vivido. La genuina Navidad es, en términos técnicos, un glitch (un error) en el sistema de la lógica productiva. Es el momento en que decidimos que el tiempo de estar con otros vale más que la eficiencia.

La Navidad es, entre muchas otras cosas, un laboratorio emocional. Un espacio donde se mezclan memoria, imaginación, tradición y deseo. Y, sin embargo, en plena era de la inteligencia artificial, surge una pregunta que parece inocente pero que abre un debate profundo: ¿puede una IA imaginar un cuento infantil navideño que no esté ya contenido, de algún modo, en sus datos?

La cuestión no es trivial. Los cuentos infantiles son artefactos culturales que condensan valores, miedos, aspiraciones y contradicciones de una sociedad. No son solo historias: son pedagogía emocional. Y la Navidad, con su mezcla de magia, nostalgia y ritual, es un terreno especialmente fértil para esa pedagogía.

La imaginación humana como territorio irreductible. Un cuento infantil navideño que la IA jamás podría imaginar no es necesariamente un cuento complejo, ni oscuro, ni filosófico. Podría ser, paradójicamente, algo muy sencillo: una historia nacida de una vivencia íntima, de un gesto irrepetible, de un recuerdo que no está en ninguna base de datos.

Imaginemos, por ejemplo, que una niña de siete años inventa un cuento sobre un calcetín que se siente solo porque todos los demás tienen dueño, y que en Nochebuena descubre que su misión no es guardar regalos, sino calentar los pies fríos de quienes llegan tarde a casa.

La Navidad como territorio de lo no cuantificable. La Navidad es un fenómeno cultural saturado de símbolos: luces, villancicos, rituales familiares, expectativas, tensiones, reconciliaciones. Una IA puede describirlos, clasificarlos, analizarlos. Pero no puede experimentar la mezcla contradictoria de emociones que provoca una mesa llena de gente que se quiere y se irrita a partes iguales.

El cuento imposible en este extraño tiempo de algoritmos y villancicos. Quizá el cuento infantil navideño que la IA jamás podría imaginar no sea un cuento concreto, sino un tipo de cuento: aquel que nace de una vivencia irrepetible.

El cuento que surge cuando un niño observa cómo su abuelo, que siempre fue serio, se emociona al colgar un adorno antiguo. O cuando una madre inventa una historia improvisada para consolar a su hija en una noche de tormenta. O cuando un adolescente decide escribir un cuento para un hermano pequeño que aún cree en la magia.

Esos cuentos no están en ninguna base de datos. No pueden inferirse estadísticamente. No pueden replicarse. Son cuentos que existen porque alguien estuvo allí. Porque alguien sintió algo. Porque alguien quiso contarlo. Y esa es, quizá, la lección más importante: la imaginación humana no es sustituible porque no es transferible.


Relación entre nivel de rating y duración en ajedrez digital

Quienes diariamente, todos los días, jugamos ajedrez online, tenemos preferencias de tiempo por partida en función del nivel de juego que tengamos. Los de juego medio, en mi caso al menos, solemos preferir duraciones de un máximo de 10 minutos cada oponente, denominado Rapid. Pero,... ¿qué dice la ciencia sobre la correlación entre el ELO y el reloj?

En la última década, el ajedrez ha experimentado una metamorfosis digital sin precedentes. Plataformas como Chess.com y Lichess no solo han democratizado el acceso al juego, sino que han generado una base de datos masiva sobre el comportamiento humano bajo presión. Una de las preguntas más fascinantes para la psicología del deporte y la ciencia de datos es: ¿Cómo se correlaciona el nivel de un jugador con la duración de las partidas que elige? 

Para desentrañar esta cuestión, debemos mirar más allá del simple tablero y entender cómo nuestro cerebro procesa la información en diferentes escalas temporales. 

La dicotomía cognitiva: Sistema 1 vs. Sistema 2El psicólogo Daniel Kahneman (ver en otros posts), en su obra Pensar rápido, pensar despacio, describe dos sistemas de pensamiento. El Sistema 1 es rápido, intuitivo y emocional; el Sistema 2 es lento, deliberativo y lógico.

En el ajedrez de Bullet (menos de 3 minutos) o Blitz (entre 3 y 10 minutos), el nivel del jugador está fuertemente correlacionado con su capacidad de reconocimiento de patrones (Sistema 1). Los grandes maestros no "calculan" cada jugada en un Blitz; "sienten" la posición gracias a miles de horas de estudio que han cristalizado en intuición pura.

Por el contrario, en ritmos Rapid o Classical, el nivel se correlaciona con la profundidad del cálculo y la resistencia cognitiva (Sistema 2). Aquí, la correlación entre el ELO y la precisión aumenta significativamente.

La competitividad de los "Pools" o grupos de jugadores. Un fenómeno observado en ambas plataformas es que la fuerza relativa de un rating de 2000 puntos no significa lo mismo en todas las categorías.

Blitz como el estándar de oro: En la mayoría de las plataformas, el nivel de Blitz suele ser el más "duro". Esto se debe a que la mayoría de los jugadores titulados (GMs, IMs) pasan el mayor tiempo en esta categoría. Un jugador de 2000 en Blitz suele ser técnicamente más fuerte que uno de 2000 en Rapid.

La inflación en el ritmo Rapid: Históricamente, los ritmos más lentos en línea han atraído a jugadores más ocasionales o principiantes que necesitan tiempo para evitar errores groseros ("blunders"). Esto crea una curva de nivel donde el ELO tiende a estar más inflado en comparación con las modalidades rápidas.

La curva de la edad y la fatiga digitalLa correlación entre nivel y tiempo también está mediada por la biología. Los jugadores más jóvenes suelen dominar las categorías de tiempo ultra-rápido (Bullet). Sus reflejos y su velocidad de procesamiento visual les permiten compensar, en ocasiones, una comprensión estratégica ligeramente inferior.

A medida que el nivel de los jugadores aumenta (hacia la élite), la brecha entre su rendimiento en Blitz y Clásico tiende a cerrarse. Un Gran Maestro de élite es capaz de mantener una precisión asombrosa incluso con solo segundos en el reloj, algo que un aficionado simplemente no puede replicar.

¿Por qué los mejores prefieren (a veces) lo más rápido? Podría parecer contraintuitivo que un "ajedrez culto" prefiera el Blitz, pero para el experto, el tiempo reducido actúa como un destilador de esencia. En partidas de un minuto, sólo sobrevive lo que el jugador realmente ha interiorizado. No hay tiempo para la duda. Para la ciencia de la educación, esto demuestra que la verdadera maestría no es solo saber resolver un problema, sino haber automatizado la solución.

Conclusión: El equilibrio del aprendizajeLa correlación es clara: a mayor nivel, mayor es la capacidad de mantener la precisión en ritmos cortos, pero también mayor es el respeto por el ajedrez lento como la base del conocimiento. Para el estudiante de ajedrez, la recomendación educativa es clara: el ritmo Rapid construye el conocimiento, mientras que el Blitz pone a prueba la solidez de lo aprendido.

El ajedrez online nos ha enseñado que el reloj no es solo un límite, sino un espejo de nuestra arquitectura mental. Ya sea que prefieras el vértigo de un Bullet o la meditación de una partida diaria, estás participando en uno de los experimentos cognitivos más grandes de la historia.

Otros muchos posts sobre ajedrez.

El éxito explicado a los nietos (y recordado a todos)


Con los años he aprendido que la vida no se gana como una carrera, ni se mide con trofeos. Por eso quiero dejaros estas ideas sencillas, como pequeñas luces para el camino. No son órdenes ni lecciones, sino fórmulas de abuelo, acompañados de ejemplos para cuando dudéis.

1.  El triunfo en la vida no reside en sacar siempre buenas notas, sino en aprender sin rendirseComo cuando un problema se resiste y, aun así, volvéis a intentarlo.

2.  El triunfo en la vida no reside en llegar el primero, sino en no abandonar el caminoComo cuando termináis un partido cansados, pero orgullosos de haberlo dado todo.

3.  El triunfo en la vida no reside en acertar siempre, sino en saber decir “me equivoqué”Como cuando pedís perdón y reparáis lo que se rompió.

4.  El triunfo en la vida no reside en tener muchas cosas, sino en querer bien todo lo que importaComo ese libro antiguo, ese juguete roto o esa amistad que cuidáis con cariño.

5.  El triunfo en la vida no reside en que os miren, sino en portaros bien cuando nadie os observaComo devolver algo que no es vuestro sin esperar aplausos.

6.  El triunfo en la vida no reside en hablar más, sino en escuchar mejorComo cuando atendéis de verdad a quien os cuenta algo importante, porque de todo el mundo se puede aprender algo.

7.  El triunfo en la vida no reside en evitar los días tristes, sino en aprender de ellosComo cuando un mal día no os quita las ganas de volver a empezar con más valor al siguiente.

8.  El triunfo en la vida no reside en no tener miedo, sino en avanzar con valentíaComo cuando os atrevéis a probar algo nuevo por primera vez. 

9.  El triunfo en la vida no reside en correr para llegar cuanto antes, sino en disfrutar de cada pasoComo nuestros paseos tranquilos, donde lo importante no es alcanzar la meta, sino conversar.

10.  El triunfo en la vida no reside en controlarlo todo, sino en confiar y ayudarComo cuando echáis una mano en casa o en el colegio sin que nadie os lo pida.

Guardad estas palabras sólo si os sirven. Los mayores ya hemos vivido lo suficiente para saber que lo mejor que puede dejar un abuelo o una abuela no son consejos perfectos, sino afecto, ejemplo y tiempo compartido.

Qué hace que un regalo navideño sea inolvidable y eterno?

En una época dominada por el consumismo acelerado, donde las listas de deseos en aplicaciones y las campañas publicitarias nos bombardean con objetos brillantes y efímeros, hemos sintonizado con un artículo reciente en The New York Times (en su edición en español, lectura obligada) nos invita a una reflexión profunda y conmovedora. Bajo el título "600 lectores nos contaron sobre sus regalos más memorables. Estos son los trece mejores", el texto recopila testimonios reales de cientos de personas que compartieron no los regalos más caros o lujosos que recibieron, sino aquellos que han permanecido grabados en su memoria y en su corazón décadas después.

Lo fascinante de esta selección no radica en el valor monetario, sino en el valor humano. Los 13 regalos destacados tienen un denominador común: son expresiones auténticas de amor, atención, sacrificio y conexión. No se trata de gadgets tecnológicos o joyas ostentosas, sino de gestos que revelan la esencia de la familia, la amistad y los valores éticos que deberían guiar nuestra vida, especialmente en fechas tan significativas como la Navidad.

Entre las historias destacadas, encontramos un padre que, en tiempos de escasez económica, regaló a su hija un simple viaje en tren para ver las luces navideñas de la ciudad. No era un juguete caro, pero ese tiempo compartido, las conversaciones en el vagón y la maravilla compartida ante el espectáculo luminoso se convirtieron en un recuerdo imborrable. Otra lectora recuerda el regalo de su abuela: una caja con recetas familiares manuscritas, acompañadas de anécdotas personales. Ese obsequio no solo transmitió sabores y tradiciones culinarias, sino un legado de amor intergeneracional, reforzando el sentido de pertenencia y continuidad familiar.

Otros relatos enfatizan el poder de la atención personalizada. Un esposo que, sabiendo la pasión de su pareja por la lectura, dedicó meses a restaurar un libro antiguo deteriorado. O un amigo que organizó una sorpresa colectiva para ayudar a alguien en un momento difícil, recordándonos que la verdadera amistad se manifiesta en actos de solidaridad desinteresada. Hay también regalos que implicaron sacrificio: padres que renunciaron a sus propias necesidades para priorizar las de sus hijos, enseñando implícitamente lecciones de generosidad y humildad.

Estas narraciones nos confrontan con una verdad ética fundamental: el regalo perfecto no se mide en euros o dólares, sino en el impacto emocional y moral que deja en quien lo recibe. En un mundo donde el consumismo navideño genera estrés, deudas y desperdicio ambiental, estas historias proponen una alternativa virtuosa. Regalar tiempo —una tarde dedicada exclusivamente a un ser querido—, atención —escuchar de verdad, conocer los deseos profundos del otro— o experiencias compartidas fortalece los lazos familiares y de amistad de manera mucho más duradera que cualquier objeto material.

Desde una perspectiva ética, inspirada en pensadores como Aristóteles o en las tradiciones cristianas que subyacen a la Navidad, el dar debe ser un acto de virtud: generosidad sin expectativa de reciprocidad, prudencia al evitar el exceso y justicia al considerar las necesidades reales del otro. Estos regalos inolvidables encarnan precisamente eso: no buscan impresionar, sino conectar. Enseñan a los niños valores como la gratitud (al valorar lo intangible), la empatía (al ponerse en el lugar del otro) y la responsabilidad (al entender que el verdadero lujo reside en las relaciones humanas).

En este blog dedicado a la familia, la amistad y los valores éticos, estas historias nos recuerdan que la Navidad es una oportunidad para cultivar lo esencial. En lugar de agotarnos en centros comerciales, ¿por qué no invertir en crear recuerdos? Una carta escrita a mano expresando aprecio, una tradición familiar revivida, un acto de servicio desinteresado... Estos son los regalos que trascienden el tiempo y que, años después, evocan sonrisas y lágrimas de emoción.

Que esta Navidad nos inspire a ser más intencionales en nuestros dones. Al fin y al cabo, los regalos más memorables no ocupan espacio en un armario, sino en el alma. Y en un mundo cada vez más digital y efímero, eso es un tesoro incalculable.

¿Qué regalo inolvidable que exprese amistad y gratitud has recibido o dado tú? Comparte en los comentarios; quizá tu historia inspire a otros a redescubrir el verdadero espíritu navideño. 

Para acertar con regalos verdaderamente inolvidables, abandonando el materialismo navideño, abundamos en nuestra obstinada insistencia siempre de "regalar tiempo y atención", la mejor ofrenda (ver en muchos porfiados posts).