La sorpresa surge con la Segunda Ley que restringe las posibilidades que abría la Primera. Resulta que los intercambios de forma de la energía sólo pueden producirse si necesariamente aumenta la entropía, que es… el desorden. Revela que la naturaleza propende inexorablemente hacia el caos. Resulta escandaloso saber que la sórdida entropía implica que no hay límite de máxima temperatura, pero sí de mínima (apenas -273ºC que representa el orden extremo de la materia).
La energía se transforma sólo degradándose, luego todo es irreversible. Los procesos de transformación energética, incluida cualquier forma de vida, caminan hacia un inevitable maremágnum final. Ayer había más orden que hoy y mañana habrá menos. Pocas verdades, filosóficas o científicas, son más angustiosas que este segundo axioma. Surgen dos interrogantes: 1º ¿Deberíamos restringir los libros de Termodinámica sólo a adultos bien formados? 2º Si el desorden es una fatalidad implacable, ¿para qué voy a arreglar mi cuarto de estudio?
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