Entre otras propuestas solidarias, al detectar que no disponían de juguetes hemos comprado algunos, pero no hemos podido regalarles uno a cada escolar. Mediante esta donación buscamos financiación para donar a cada uno de los 200 niños y niñas un juguete de 10 euros.
La mayoría de estos niños y niñas son criados por sus abuelas, ya que sus padres fallecieron de VIH (SIDA). Por desgracia, esta misma enfermedad se ha propagado a muchos de estos pequeños.
Por nuestra parte, os garantizamos la correcta utilización del dinero. Para ello, una vez que concluya la recaudación, realizaremos un vídeo donde mostraremos la compra de todos los juguetes y su distribución entre la infancia más pobre de Groblershoop.
De este modo, y agradeciendo de antemano vuestra solidaridad, no volveremos a recurrir al juego de la silla para rifar los juguetes, ya que nos aseguraremos de que cada niño o niña reciba su juguete.
Los mejores juguetes son aquellos que permiten descubrir a los niños algo misterioso y desconocido, con alguna sorpresa en la misma simplicidad de su diseño. Hoy traemos dos casos de pura Física Recreativa.
1.- Tubos sonoros, por menos de dos euros. Son tubos flexibles de
plástico corrugado de 76 cm de longitud y 2’5 cm de diámetro, abiertos por ambos extremos. Si lo cogemos por un
extremo y lo hacemos girar emite un sonido de aproximadamente 220 hercios. Es su
tono fundamental. Si aumentamos la velocidad de giro aparece su primer armónico,
un La de 440 hercios. Dándole todavía más deprisa conseguimos los siguientes
múltiplos de 660, 880, 1100 y hasta el de 1320 hercios, seis notas en total.
Veamos un cálculo sencillo para el nivel de Bachillerato, explicado en este artículo de Vicente López García
Parque de las Ciencias de Granada. En los tubos abiertos se
forman vientres en ambos extremos y un nodo en el centro en el caso de la vibración
fundamental, es decir, que dentro del tubo cabe media longitud de onda. Los vientres
sobresalen ligeramente de los bordes por lo que se acepta que media longitud de onda
corresponde a la longitud del tubo más la mitad del diámetro del mismo. En este caso,
1/2 λ = (76+1’25) cm = 77’25 cm. Por tanto, λ= 145’5 cm.
Como la frecuencia (v) es igual a la velocidad de propagación dividida por la longitud
de onda (λ) y el sonido se propaga en el aire a 340m/s, tenemos que el tono
fundamental de este tubo es:
v = 340m/s : 1’545m = 220 hercios.
En la realidad el tubo se alarga
ligeramente al girarlo rápidamente y
la afinación no es perfecta.
Podemos naturalmente
acortar los tubos para conseguir
otros conjuntos de notas.
Queda algo por explicar. ¿Por qué
suenan los tubos, o quién sopla por esta manguera? En los
instrumentos de viento hay que
insuflar aire mediante los pulmones
o un fuelle y este aire hace vibrar una lengüeta. En éstos, la vibración se consigue por el corrugado del tubo pero,
¿quién empuja al aire a fluir por el tubo? Es el Efecto Venturi, de nuevo la Física. La
diferencia de velocidad entre un extremo casi fijo, el que sujetamos con la mano, y el
otro que está girando produce una diferencia de presión que empuja al aire. Cuando
aumentamos la velocidad, aumenta esa diferencia de presión, el flujo es más intenso y
el tubo pasa a vibrar con el siguiente armónico.
2.- Pingüino tentetieso de playa. En este caso a 5 euros la unidad, por el sobre coste de oportunidad de alguien avispado que los vende en la misma playa, demostrando cómo flotan y cómo la brisa marina (de día) y las olas los arrastra hasta la orilla, siempre mantiniéndose enhiestos. Funcionan sobre el agua y sobre tierra lógicamente.
Hay muchas formas de tentempiés, de muy fácil construcción. La explicación físicapuede descubrirse en artículos como el de J. Güémez. La condición de estabilidad de un tentetieso, su particularidad más interesante,
se puede establecer diciendo que su centro de masas debe encontrarse por debajo de
su punto de apoyo.
En un tentetieso de bola o como nuestro pingüino, su punto de
apoyo se encuentra por debajo de su centro-de-masas. Sin embargo, su equilibrio
es estable. En este caso, lo que sucede es que las condiciones geométricas, la forma
de esfera de su parte baja, implican que, ante cualquier perturbación, el centro de
masas ascendería. Es ésta, finalmente, la condición más general de
equilibrio de un tentetieso, que su centro de masas se eleve cuando su equilibrio se
vea perturbado. La gravedad se encargará de que vuelva a descender y la energía
que se le ha proporcionado mantendrá la oscilación.
Abuelo (aitxitxe) a punto de regalar un perrito a su nieto.
La antesala de la felicidad, imagen que Banksy tuiteó el 28 de noviembre de 2017 esta foto antigua de 1955 de autoría desconocida y en blanco y negro (aunque la hemos coloreado para este post, y otros la han animado). Describe inmejorablemente una inmediata sorpresa, con un gran regalo o una gran noticia. Su nombre en inglés, "A few seconds before the happiness" (Unos pocos segundos antes de la felicidad).
No importa la calidad de la fotografía, porque representa esos momentos de calma tensa, de ilusión y de esperanza. Momentos que se nos quedan en la retina de nuestra caja del tiempo y de los recuerdos, esos instantes imborrables y mágicos que se conducen a la felicidad.
Un spot navideño de hace un año de una reconocida marca de juguetes.
Un recordatorio de que los progenitores son claves,... y los juguetes también.
Las navidades son época de juguetes para niños y jóvenes: La elección preferible está al alcance de todos. Como abuela y maestra retirada, he comprobado con gran disgusto que los grandes almacenes reiteran un grave error en los gruesos catálogos que distribuyen por doquier con todo tipo de juguetes para cada edad. Junto a los juguetes clásicos, algunos demasiado sexistas, destaca la profusión de artefactos modernos que casi juegan solos. Compruebo con pesar que cada año está más ausente el mejor de todos los regalos posibles, adaptado a todas las edades infantiles y juveniles: el libro. Cuando se escucha tantas quejas de la juventud que sólo saber jugar con videojuegos o tumbarse en el sofá ante la televisión y cuando nuestros índices de lectura en escolares y adultos están a la cola de Europa, sería muy aconsejable que ningún padre ni abuelo de hoy en día olvidasen que el libro es el mejor juguete. Los libros descubiertos a tiempo son objetos mágicos que actúan eternamente como fuente inagotable de alegría, educación, cultura y vida.
Nos encantan, desde el aitxitxe (abuelo, que soy yo) hasta la más pequeña nieta los juguetes que son medio puzzles, medio mágicos y con un coste de un euro. Como este "Suspension Frame" que consta de 56 piezas (incluidas tres cadenas) y que está recomendado desde los 8 años.
Es un rompecabezas fácil de construir, divertido en cualquier mesa, que nos recuerda (como apuntó Aitor) a las Torres Colón de Madrid con un edificio suspendido cuya construcción de pisos creció desde arriba hacia abajo,... Pero esto será otro post sobre arquitectura, cuando empezaron la casa por el tejado, que pronto publicaremos.
A partir de este año 2021, el 25 de enero será el Día Mundial del Robot#WorldRobotDay
Hoy, 25 de enero de 2021, ha sido una fecha esperada. Se cumple un siglo desde que el dramaturgo checoKarel Capek acuñara la palabra 'robot' . Cada aniversario del fallecimiento de Karel Capek(el 25-12-38), se acumulan juguetes-robots en su tumba, en Praga.
El concepto 'robot' apareció su inmortal obra teatral R.U.R., Rossum's Universal Robotsescrita en 1920, que se estrenó en esa fecha. En tan solo dos años, la representación fue traducida a 30 idiomas y se representó con éxito en Londres y en numerosas ciudades de los Estados Unidos. En Nueva York, por ejemplo, se realizaron 184 actuaciones en una producción en la que debutaron en Broadway interpretando a robots mudos los actores Spencer Tracy (luego con más de 50 películas en su haber, 2 Oscars y 9 nominaciones) y Pat O’Brien (que haría más de 100 películas en su carrera).
El término 'robot' tiene su raíz en la Iglesia Tradicional Eslava, siendo su referencia la palabra rabota, que significa servidumbre de trabajo forzado, esclavo, siervo,... Es decir, el término robot tiene ecos en el sistema feudal de explotación de la tierra y, al parecer, fue una sugerencia de su hermano el pintor Josef Ĉapek, que propuso roboti.
Con ello, Ĉapek quería referirse a unos trabajadores, producidos por la referida R.U.R., que son capaces de hacer todo lo que puede hacer un ser humano, pero que éste no quiere hacer. Para ello, se les dota de todos los materiales y avances fisiológicos, químicos o biológicos. De todo, menos de alma, de voluntad. La palabra fue traducida como robot al inglés.
Es interesante este origen.
Claro que antes se llegaron a construir entidades mecánicas, articuladas y con más o menos aspecto antropomórfico como los autómatas de ajedrez (ved el post El Turco); pero eran concebidas como juguetes para élites exclusivas, o como entretenimiento de ingeniosos técnicos y científicos. En cualquier caso, lo que destacaba de ellas es su parecido con el ser humano. La divina ambición humana de crear un hombre, de adquirir las competencias de un dios. Ĉapek, además de darles nombre, los pasó del juego, la feria o el entretenimiento, al campo del trabajo.
Eran esclavos de los hombres y, con ello, deja caer la crítica al momento histórico en el que vive: los robots somos nosotros, es como nos están produciendo industrialmente a nosotros, para que, a su vez, trabajemos industrialmente. Eran los tiempos en que el concepto sociedad de masas se concreta, en el que la producción industrial de bienes duraderos estandarizados –sin alma, desde la perspectiva artesanal- toma las riendas de la economía, y, sobre todo, de ideologías (futuristas, en cuanto línea artístico-estética) totalitarias como el comunismo y el nacionalsocialismo.
De hecho, se ha interpretado la obra de Ĉapek como una sutil e irónica crítica a estos regímenes políticos.
A partir de aquí, el imaginario de los robots se nos ha mostrado atravesado de ambivalencias, que nos llegan a lo más profundo, como sociedad y como seres humanos. Algunos esquemas se repiten. Es el caso de la reflexión especular entre ser humano y robot. Los segundos como reflejo desalmado de los primeros. Pero, a la vez, la creación de seres desalmados solo puede ser obra de seres desalmados. Los robots nos devuelven nuestra imagen.
Como en toda dialéctica, se desemboca en la síntesis, en una convergencia entre tesis y antítesis, entre humanos con alma y robots desalmados. Esto llega a la actualidad. Así, se puede interpretar la reflexión del filósofo John Danaher, al analizar la relación que se establece con los robots sexuales. Se establece una dialéctica entre deshumanización, inicial de los robots, que lleva a la deshumanización de los propios hombres –aunque parezca paradójico- que tiende a resolverse con la humanización de los robots, proyectando sobre ellos unos sentimientos de los que carecían de fábrica.
Tal esquema es el que puede atribuirse a la mítica película Blade Runnerde Ridley Scott, aunque no exactamente con robots, sino con androides: los replicantes –esclavos fabricados por Tyrell Corporation- son fabricados para ser más humanos que los humanos; pero sin sentimientos y para llevar a cabo las funciones y misiones más peligrosas. Son declarados ilegales, tras un motín, lo que ya indicaba un límite a su subordinación y, sobre todo, que no estaban carentes de sentimientos y dignidad.
Incluso, más sentimientos y dignidad que la de sus creadores y, posteriormente, perseguidores.
Ahí está también el otro esquema frecuentemente utilizado, el de la rebelión de los robots. Al fin y al cabo, se hace eco de su origen, de la rebelión de los esclavos, de los siervos. Esquema que está en la popularizada propuesta de Asimov y sus leyes, que eran una especie de venda antes de la herida, ante el potencial peligro de rebelión de los robots: ningún robot causará daño a un ser humano o permitirá, con su inacción, que un ser humano sufra daño; todo robot obedecerá las órdenes que le den los seres humanos, a menos que esas órdenes entren en conflicto con la primera ley, y todo robot debe proteger su propia existencia, siempre que esa protección no entre en conflicto con la primera o la segunda ley.
Leyes lógicas de protección, salvo por un pequeño problema: los seres humanos son contradictorios y hacen robots para ir a la guerra y acabar con la vida de otros seres humanos, bajo el argumento de que estos últimos seres humanos amenazan de muerte a los primeros. Las reglas de los robots saltan por los aires.
Hoy, 25 de enero, también se cumple el aniversario de la primera muerte causada por un robot en 1979. Robert Williams, de Michigan, fue el primer humano asesinado por un robot. Tenía 25 años. El accidente en la Ford Motor Company dio lugar a una demanda de 10 millones de dólares. El jurado deliberó durante dos horas y media antes de anunciar la decisión contra Unit Handling Systems, una división de Litton Industries. Ordenó al fabricante del robot de una tonelada que mató a Williams que pagara a su familia 10 millones de dólares. Williams estaba sacando una pieza de un almacén cuando el brazo del robot le golpeó en la cabeza, matándolo al instante. En la demanda, la familia alegó que el robot no tenía ningún mecanismo de seguridad, ni siquiera un ruido de advertencia para avisar a los trabajadores de que estaba cerca.
En nuestros días de Cuarta Revolución Industrial, los robots han dejado de ser un juguete y han saltado de la ficción a la realidad. Están aquí, aun cuando equipados con las mismas amenazas que describieron escritores y cineastas. La inteligencia artificial es ya más eficaz y, en cierta forma, más inteligente para muchas tareas que muchos seres humanos. Si lo que se quiere es una respuesta inteligente, pregunta a Siri, en lugar de a tu cuñado.
Ahora bien, si lo que se busca es una respuesta emocional, la cosa está más igualada.
Cien años después de su nacimiento en los diccionarios, los robots amenazan con quitar el trabajo a millones de personas. Cuando, desde el Foro Económico Mundial, su fundador Klaus Schwab apunta los empleos del futuro, serán aquellos que, de momento, todavía serán inaccesibles a la capacidad laboral de los robots. Una sociedad en la que la mayor parte de la producción está en manos de los robots es una sociedad muy distinta a la actual.
La cuestión está ahí y pone patas arriba cuestiones como la fiscalidad, la relación entre renta (para vivir) y trabajo, las relaciones personales y un largo etcétera de prácticas, reglas, instituciones y perspectivas de análisis que, hoy, nos parecen casi naturales. Se empiezan a discutir, por ejemplo, los derechos de los propios robots, empezando por los derechos laborales.
Como en otros muchos aspectos relacionados con la transformación digital, la pandemia ha acelerado la demanda de robots, de máquinas inatacables por un ente biológico –como un virus- que hubieran sido capaces, de haberse acelerado su producción, de cosas como traernos la comida a casa, llevar a cabo las denominadas tareas esenciales, realizar tareas sanitarias, dar aire para la respiración de los más necesitados o incluso investigar las evoluciones del virus y su propagación o, tal vez algo más accesible y sin connotaciones de ciencia ficción, como mantenernos constantemente informados del estado de nuestros próximos internados en las urgencias de un hospital o una residencia de ancianos. Como en el caso del cuñado, nos darían información; pero no comunicación,... O sí, como los hace el avatar de Empathic Project (véase el post de hace unos días).
En apenas dos meses con nuestro "TResla", TeslaModel 3 hemos recorrido más de 7.000 km, recargando gratuitamente en diversos cargadores, y sólo conectado unos minutos en nuestra casa más habitual, incluidos los 12 SuC SuperCargadores o SuperChargers de Tesla que se relacionan en el orden de visita:
SuperCargador de Getafe, Madrid (España). Dos veces en dos viajes distintos. Hotel Elegance Getafe con muy poco servicio de cafetería. Todos, los ocho, stalls con conector CCS.
SuperCargador de Rivabellosa Álava (España). Dos veces en dos viajes distintos. Una zona muy desatendida en fines de semana, los sábados desde las 18:00 por tratarse de un polígono industrial, Arasur.
SuperCargador de Albacete (España). Zona de parada de autobuses, con mucho gentío y lo que conlleva, pero gran tienda de juguetes para adquirir regalos baratos y originales.
SuperCargador de Murcia (España). Excelente por servicios en el intricado Centro Comercial la Nueva Condomina.
SuperCargador de Valencia (España). Pocos, sólo cuatro, postes de recarga, pero buen Hotel Posadas de España para desayunar o cenar.
SuperCargador de Zaragoza (España). Cerrado con barrera que abren automáticamente, con un restaurante de carretera (de batalla) en El Cisne, pero amplio y siempre abierto.
SuperCargador de Bayonne (Francia). Dos veces. Junto al Restaurante Loreak, donde se puede disfrutar de una buena comida.
SuperCargador de Futurescope Poitiers (Francia). Imagen superior. Buen lugar para parar, entrando con barrera en el parking final del Novotel Poitiers Site du Futuroscope, con restaurante con sala de juegos,... Todos los conectores adaptados a CCS.
SuperCargador de Bordeaux Merignac (Francia). Requiere un código de 4 dígitos para levantar la barrera, fácilmente localizable en los foros de Tesla. Zona industrial en las afueras de Burdeos con poco servicio de comidas en el Novotel si se trata de un fin de semana.
Una tarde nevada de enero de 1910, alrededor de cien profesores y estudiantes avanzados de matemáticas de la Universidad de Harvard se reunieron en una sala de conferencias en Cambridge, Massachusetts, para escuchar a un orador llamado William James Sidis. Nunca antes se había dirigido a una audiencia y al principio se sintió avergonzado y un poco incómodo. Sus oyentes tenían que prestarle mucha atención, porque hablaba con una vocecita que no se escuchaba bien y puntuaba su charla con risas nerviosas y estridentes. Un mechón de cabello rubio le caía sobre la frente y unos penetrantes ojos azules se asomaban desde lo que uno de los presentes describió más tarde como un rostro "parecido a un duendecillo". El orador vestía medias de terciopelo negro. Tenía once años.
A medida que el niño se familiarizó con el tema, su timidez se derritió y llegaron a los oídos de sus oyentes las palabras más notables que jamás habían escuchado de labios de un niño. William James Sidis había elegido como tema de su conferencia "Cuerpos de cuatro dimensiones". Incluso en este selecto grupo de caballeros eruditos, hubo quienes fueron incapaces de seguir todos los procesos del pensamiento del niño. Para los legos que estaban presentes, la cuarta dimensión, como se demostró esa noche, debía de haber encajado perfectamente en su definición coloquial: "un reino especulativo de relaciones incomprensiblemente involucradas". Cuando todo terminó, el distinguido profesor Daniel F. Comstock del Instituto Tecnológico de Massachusetts se sintió impulsado a predecir a los periodistas, que habían escuchado con profundo desconcierto, que el joven Sidis crecería hasta convertirse en un gran matemático, un líder famoso en el mundo. de Ciencia.
William James Sidis, que a la edad de once años apareció en las portadas de los periódicos de todo el país, era un estudiante de Harvard en ese momento. Para explicar cómo llegó allí, debemos mirar a su padre, el fallecido Boris Sidis. Nacido en Kiev en 1868, el padre Sidis llegó a este país, aprendió inglés y fue a Harvard, donde se graduó en 1894. Su especialidad era la rama de la psicoterapia que se ocupa de aliviar las enfermedades nerviosas y los desajustes mediante sugestión mental. Escribió un libro titulado "La psicología de la sugestión" y estaba muy interesado en los experimentos para transmitir la sugestión mediante el estado hipnótico. Creía que en los primeros años el cerebro es mucho más susceptible a las impresiones que en la vejez. Cuando nació su hijo en 1898, nació, por así decirlo, en un laboratorio. Boris Sidis dirigía entonces un instituto psicoterapéutico en Brookline, Massachusetts. Era un admirador y amigo del fallecido William James, y le puso a su hijo el nombre de ese gran psicólogo.
Boris Sidis comenzó sus experimentos con su hijo cuando el pequeño William tenía dos años. Parece que indujo una especie de estado hipnoidal mediante el uso de bloques alfabéticos. Los rápidos resultados que obtuvo deleitaron su mente científica. El niño aprendió a deletrear y leer en unos meses. Al cabo de un año podía escribir tanto en inglés como en francés en la máquina de escribir. A los cinco años había compuesto un tratado de anatomía y había ideado un método para calcular la fecha en que había caído cualquier día de la semana durante los últimos diez mil años. Boris Sidis publicó varios artículos en revistas científicas describiendo los logros de su bebé. A los seis años, el niño fue enviado a una escuela pública de Brookline, donde sorprendió a sus maestros y alarmó a los demás niños al superar siete años de escolarización en seis meses. Cuando tenía ocho años, William propuso una nueva tabla de logaritmos, empleando 12 en lugar del habitual 10 como base. Boris Sidis publicó un libro sobre su increíble hijo, llamado "Filisteo y genio", y entró en Quién es quién en Estados Unidos .
El niño maravilloso tenía nueve años cuando su padre intentó matricularlo en Harvard. Podría haber aprobado los exámenes de ingreso con facilidad, pero las autoridades universitarias, sorprendidas y avergonzadas, no le permitieron realizarlos. Continuó realizando sus maravillas en casa y comenzó a estudiar latín y griego. No le interesaban los juguetes ni ninguno de los placeres normales de los niños pequeños. Los perros le aterrorizaban. "Si veo un perro", le dijo William a alguien en ese momento, "debo huir. Debo esconderme. Me gusta el gato. No puedo jugar, porque mi madre tendría que estar allí todo el tiempo, porque de la posibilidad de que pueda ver un perro." Su principal recreación parece haber sido viajar en tranvía con sus padres. El mayor Sidis le explicó los traslados y le interesó por los nombres de calles y lugares. Incluso antes de cumplir cinco años, William había aprendido a recitar todas las horas y estaciones de un complejo horario ferroviario. De vez en cuando recitaba horarios para los invitados mientras otros niños recitaban rimas de Mamá Ganso o cantaban pequeñas canciones. Quienes lo recuerdan en aquellos años dicen que tenía algo de la intensidad de un adulto neurótico.
En 1908, a la edad de diez años, a William James Sidis se le permitió matricularse en Tufts College, en Medford. Viajaba diariamente desde Brookline con su madre, quien estaba tan interesada en su fenomenal desarrollo mental como su padre. Siempre iban y venían de la universidad en tranvía. El joven asistió a Tufts durante un año y finalmente, en 1909, cuando tenía once años, Harvard le permitió matricularse allí como estudiante especial. Se matriculó como estudiante de primer año al año siguiente, y así se convirtió en miembro de la promoción de 1914. Cotton Mather, en 1674, se había convertido en estudiante de primer año de Harvard a la edad de doce años, y probablemente debido a este distinguido precedente, William Sidis se le permitió matricularse a esa misma edad. Era una fuente de asombro para sus compañeros de estudios y para el profesorado; algunos de los periódicos asignaron periodistas para cubrir "el caso Sidis".
Se pierde en el registro cómo se convenció a William para hablar ante los eruditos eruditos en enero de su primer año en Harvard, pero se sabe que mostró un gran interés en escuchar las conferencias de otros y se unió fácilmente a las discusiones grupales sobre metafísica. En su tiempo libre empezó a componer dos gramáticas, una latina y otra griega. Sin embargo, la presión de sus estudios y su repentina fama comenzaron a hacerle efecto, y no pasó mucho tiempo después de su notable discurso cuando sufrió un colapso general.
Su padre dirigía un sanatorio en Portsmouth, New Hampshire, en ese momento, y William fue trasladado allí de urgencia. Cuando finalmente regresó a Harvard, estaba retraído y tímido; no se le pudo persuadir para que volviera a dar una conferencia; Comenzó a mostrar una marcada desconfianza hacia la gente, miedo a la responsabilidad y una inadaptación general a su vida anormal. No se relacionaba mucho con los estudiantes y huía de los periodistas, pero estos lo arrinconaron, por supuesto, el día de su graduación como Licenciado en Artes en 1914. Tenía dieciséis años. Entonces vestía pantalones largos y se enfrentaba a los periodistas que bajaban al Yard con menos sensación de vergüenza que cuando era un niño con bragas. Pero en él se habían desarrollado claras fobias. "Quiero vivir la vida perfecta", dijo William a los periodistas. "La única manera de vivir la vida perfecta es vivirla en reclusión. Siempre he odiado las multitudes". Por "multitudes" no fue difícil leer "gente". Entre los que se graduaron con William James Sidis ese día se encontraban Julius Spencer Morgan; Gilbert Seldes; y Vinton Freedley y Laurence Schwab, los productores de la comedia musical. Los periodistas no les prestaron atención.
A los dieciséis años, William James Sidis era un chico grande y, cuando ingresó en la Facultad de Derecho de Harvard, ya no era la figura incongruente que había sido. Los periódicos tenían poco interés en sus idas y venidas. Asistió discretamente a la facultad de derecho durante tres años y aparentemente fue un estudiante brillante, pero su principal interés eran las matemáticas, y en 1918 aceptó un puesto de profesor en una universidad de Texas. Su fama le precedió, pero incluso si no lo hubiera sido, la extrema juventud de este profesor de matemáticas habría sido suficiente para convertirlo en una curiosidad. Se encontró en el centro de un interés que le molestaba y le consternaba. De repente renunció a su puesto y regresó amarga y silenciosamente a Boston, donde vivió en la oscuridad durante algunos meses.
Fue el 1 de mayo de 1919 cuando el nombre del joven Sidis volvió a ocupar las primeras planas de los periódicos. Con una veintena de jóvenes más, participó en una manifestación comunista en Roxbury y fue llevado ante el tribunal municipal como uno de los cabecillas del grupo y, de hecho, el mismo individuo que había portado la horrible bandera roja en su desfile. En el estrado de los testigos, Sidis demostró ser más franco y sincero que discreto. Anunció ante un tribunal estupefacto que para él no había más dios que la evolución; Cuando se le preguntó si creía en lo que representa la bandera estadounidense, dijo que sólo hasta cierto punto. En un momento dado, para instrucciones del magistrado, se lanzó a explicar la forma de gobierno soviética. Su inclinación marxista se había desarrollado durante un período de varios años. Cuando los Estados Unidos entraron en la guerra, se declaró objetor de conciencia y en varias ocasiones expresó la opinión de que los problemas del mundo eran causados por el capitalismo.
Un policía que había ayudado a disolver el desfile de los radicales identificó a Sidis como el hombre que llevaba la bandera roja. El oficial dijo que le había preguntado a Sidis por qué no llevaba la bandera estadounidense, y que Sidis respondió: "¡Al diablo con la bandera estadounidense!". Al regresar al estrado, el famoso prodigio negó vehementemente haber hablado alguna vez con el testigo y haber dicho alguna vez a nadie: "¡Al diablo con la bandera estadounidense!" Repitió que se oponía a la guerra y que creía en una forma de gobierno socializada. Después de una pausa, anunció que, en realidad, había llevado una bandera estadounidense, tras lo cual, ante el asombro de la sala del tribunal, sacó una bandera estadounidense en miniatura de su bolsillo. Fue condenado a dieciocho meses de cárcel por incitación a disturbios y agresión. Apeló y, mientras estaba en libertad bajo fianza de 5.000 dólares, desapareció del estado en el que había sorprendido a profesores eruditos y a policías patrióticos. Marcó el comienzo de un nuevo y curioso modo de vida para el joven.
Durante los cinco años siguientes, William James Sidis parece haber logrado la "vida perfecta" de la que había hablado el día de su graduación: la vida de reclusión. Aparentemente vagaba de ciudad en ciudad, trabajando como empleado, o en alguna otra función menor, por un salario que sólo le permitía subsistir. En 1924 volvió a aparecer en las noticias cuando un periodista lo encontró trabajando en una oficina en Wall Street, por veintitrés dólares a la semana. Estaba consternado al ser descubierto. Dijo que todo lo que quería era ganar lo suficiente para vivir y trabajar en algo que requiriera un mínimo de esfuerzo mental. Los últimos periodistas que bajaron a su oficina para entrevistarlo no lograron verlo. Había dejado su trabajo y había vuelto a desaparecer.
Dos años más tarde, en 1926, Dorrance & Company, una editorial de Filadelfia que imprime libros "vanidosos", es decir, libros publicados a expensas de los autores, publicó un volumen llamado " Notas sobre la colección de transferencias". Fue escrito por un tal Frank Folupa. Frank Folupa, según descubrió un periodista despiadadamente ingenioso, no era otro que William James Sidis. Nuevamente lo atropellaron y lo entrevistaron. Anunció que durante mucho tiempo había sido un "peridromófilo", es decir, un coleccionista de transferencias de tranvía. Él mismo había acuñado la palabra. Su libro (ahora agotado) tenía trescientas páginas y era un tratado erudito y laborioso sobre el origen, la naturaleza y la clasificación de nada más y nada menos que los trozos de papel que los conductores de tranvía entregan a los pasajeros cuando solicitan transbordos. Muchos psicólogos y analistas deben haber estado interesados al leer en los artículos que el genio del niño precoz que había asombrado al mundo académico dieciséis años antes había florecido de esta manera extraña. El libro es digno de examen. Sidis escribió un prefacio al volumen, que comenzaba así: "Este libro es una descripción de lo que es, hasta donde sabe el autor, un nuevo tipo de pasatiempo, pero que a primera vista parece tan razonable como , tan interesante y tan instructivo como cualquier otro tipo de colección de moda. Esta es la colección de transferencias de tranvías y formas afines. El propio autor ya ha recopilado más de 1600 formas de este tipo." El prefacio revela, en otro lugar, que el autor no carecía de cierto humor. "Podemos mencionar", decía, "el interés geográfico y topográfico, tanto en la exploración como en el análisis de las transferencias mismas. También están las interesantes luces que una colección de este tipo arroja sobre la política en la que necesariamente están involucradas las empresas de tránsito". ; aunque difícilmente recomendamos que este interés político se lleve lo suficientemente lejos como para inducir al coleccionista a tomar partido en tales disputas. Y nuevamente: "Uno puede encontrar mucha diversión con las transferencias: se dice que un estudiante de la Universidad de Harvard se encontró en una calle coche y, deseando un viaje extra, le pidió al revisor un transbordo. Cuando se le preguntó "¿A dónde?" "En cualquier lugar", dijo. El conductor le guiñó un ojo y dijo: "Está bien". Te transferiré a Waverly. Posteriormente se rieron del estudiante cuando contó la historia y se le informó que el asilo para débiles mentales estaba ubicado en Waverly ". Sidis también incluyó en su prefacio algunos versos que había escrito cuando tenía catorce años. Comienzan:
Desde los trenes subterráneos en Central,
se toma un transbordo y se va
a Allston o Brighton o
a Somerville, ya sabes;
En los automóviles desde Brighton, haga transbordo
al metro de Cambridge este
y tome un tren hasta Park Street
o Kendall Square, al menos.
"Conocemos", concluye el autor, "a alguien a quien realmente le ayudó a tomar el camino correcto al recordar un fragmento de uno de estos versos". El libro analiza todo tipo de transferencias: tipos estándar, tipo Ham, tipo Pope, tipo Smith, tipo Moran, transferencias Franklin Rapid, transferencias Stedman. De este último (para darle una idea), el Sr. Sidis escribió: "Transferencias Stedman: esta clasificación se refiere a un tipo peculiar elaborado por cierta imprenta de transferencias en Rochester, Nueva York. Las peculiaridades de la transferencia Stedman típica son el límite de tiempo tabular. ocupando todo el extremo derecho de la transferencia (ver Diagrama en la Sección 47) y la combinación de fila y columna de ruta de recepción (u otras condiciones de recepción) con el medio día que ya hemos discutido en detalle".
Un año después de la publicación de su libro (al parecer sólo se vendió a unos pocos peridromófilos más), Sidis regresó a la ciudad de Nueva York y volvió a conseguir un trabajo como empleado en una empresa comercial. A su habilidad y experiencia en el trabajo de oficina en general, el genio matemático había añadido ahora, irónicamente, la capacidad de operar una máquina sumadora con gran velocidad y precisión, y le gustaba alardear de este logro. Vivía en 112 West 119th Street, donde se hizo amigo de Harry Freedman, el propietario, y su hermana, la señora Schlectien. Sidis ya no está con ellos y no te dirán adónde ha ido, pero te reenviarán cualquier correo que llegue por él. Aprecian al joven y aprecian su deseo de evitar la publicidad. "Tenía una especie de amargura crónica, como mucha gente que ves viviendo en habitaciones amuebladas", dijo recientemente Freedman a un investigador de la curiosa historia de William James Sidis. Sidis solía sentarse en un viejo sofá en la sala de estar de Freedman y hablar con él y su hermana. Sidis les dijo que odiaba Harvard y que cualquiera que enviara a su hijo a la universidad es un tonto: un niño puede aprender más en una biblioteca pública. Con frecuencia hablaba de su pasión por coleccionar transfers. "Él puede decirle cómo llegar a cualquier calle de cualquier ciudad de los Estados Unidos con un solo billete de tranvía", dijo el Sr. Freedman con asombro y admiración. Parece que Sidis mantiene correspondencia con peridromófilos en varias otras ciudades y de esta manera se mantiene al día con la situación del tranvía y los transbordos. Una vez, el joven bajó de su habitación un manuscrito en el que estaba trabajando y le pidió a la señora Schlectien si podía leerle "algunos capítulos". Dijo que resultó ser un libro del tipo "Buck Rogers", sobre aventuras en un mundo futuro de maravillosos inventos. Ella dijo que estaba genial.
William James Sidis vive hoy, a la edad de treinta y nueve años, en un dormitorio del destartalado extremo sur de Boston. Por una fotografía de él y de sus actividades, este disco está en deuda con una joven que recientemente logró entrevistarlo allí. Lo encontró en una pequeña habitación empapelada con el diseño de enormes flores rosadas, considerablemente descoloridas. Había una cama grande y desordenada y un enorme baúl medio abierto. En una pared colgaba un mapa de Estados Unidos. Sobre una mesa junto a la puerta había un paquete de transferencias de tranvía cuidadosamente unidas con un elástico. Sobre una cómoda había dos fotografías, una (sorprendentemente) de Sidis como el niño genio, la otra una chica de rostro dulce con gafas con montura de concha y un elaborado saludo de Marcel. También había un escritorio con una pequeña y antigua máquina de escribir, un Almanaque Mundial , un diccionario, algunos libros de referencia y un libro de la biblioteca que el visitante del joven recogió en un momento dado. "Oh, vaya", dijo Sidis, "esa es sólo una de esas historias de delincuentes". Dirigió su atención hacia la pequeña máquina de escribir. "Puedes cogerlo con un dedo", dijo, y así lo hizo.
William Sidis, de treinta y nueve años, es un hombre corpulento y corpulento, con una mandíbula prominente, un cuello grueso y un bigote rojizo. Su cabello claro cae sobre su frente como lo hizo la noche que dio una conferencia a los profesores en Cambridge. Sus ojos tienen una expresión que varía desde la ingeniosa hasta la cautelosa. Cuando es cauteloso, tiene una especie de dignidad incongruente que de repente se rompe en el alegre abandono de un niño de vacaciones. Parece tener dificultades para encontrar las palabras adecuadas para expresarse, pero cuando lo hace, habla rápidamente, asiente bruscamente con la cabeza para enfatizar sus puntos, hace gestos con la mano izquierda y, de vez en cuando, emite una risa curiosa y jadeante. Parece disfrutar mucho e irónicamente de llevar una vida de irresponsabilidad errante después de una infancia de escrupulosa reglamentación. Su visitante encontró en él cierto encanto infantil.
Sidis trabaja ahora, como de costumbre, como empleado en una casa comercial. Dijo que nunca permanece mucho tiempo en una oficina porque sus empleadores y compañeros de trabajo pronto descubren que él es el famoso niño prodigio y que no puede tolerar un puesto después de eso. "La sola visión de una fórmula matemática me enferma físicamente", dijo. "Todo lo que quiero hacer es ejecutar una máquina sumadora, pero no me dejan en paz". Resultó que una vez le ofrecieron un trabajo en la Eastern Massachusetts Street Railway Company. Parece que los funcionarios creían con cariño que el joven mago de alguna manera sería capaz de resolver todos sus problemas técnicos. Cuando se presentó a trabajar, le presentaron un montón de planos, gráficos y documentos llenos de estadísticas. Uno de los funcionarios lo encontró una hora después llorando en medio de todo. Sidis le dijo al hombre que no podía soportar responsabilidades, ni pensamientos complejos, ni cálculos, excepto en una máquina de sumar. Tomó su sombrero y se fue.
Sidis tiene un nuevo interés que le absorbe actualmente más que los traslados en tranvía. Se trata del estudio de ciertos aspectos de la historia de los indios americanos. Da clases a media docena de estudiantes interesados una vez cada dos semanas. Se reúnen en su dormitorio y se acomodan en la cama y en el suelo para escuchar el intenso pero vacilante discurso del otrora prodigio. A Sidis le preocupa principalmente la tribu Okamakammessett, a la que describe como una especie de federación proletaria. Ha escrito algunos folletos sobre la tradición y la historia de Okamakammessett y, si se le solicita adecuadamente, recitará poesía de Okamakammessett e incluso cantará canciones de Okamakammessett. Admitió que su estudio de los Okamakammessetts fue una consecuencia de su interés por el socialismo. Cuando la joven mencionó la manifestación del Primero de Mayo de 1919, miró el retrato de la niña en su cómoda y dijo: "Ella estaba en ella. Era una de las fuerzas rebeldes". Él asintió vigorosamente con la cabeza, como complacido con esa frase: "Yo era el abanderado", prosiguió. "¿Y sabes qué era la bandera? Sólo un trozo de seda roja". Él soltó su risa curiosa. "Seda roja", repitió. No hizo ninguna referencia a la imagen que tenía de sí mismo en los días de su gran fama, pero su entrevistador supo más tarde que en una ocasión, cuando un alumno suyo le preguntó a quemarropa sobre su precocidad infantil e insistió en una demostración de sus habilidades matemáticas. Sidis logró con dificultad expulsarlo de la habitación.
Sidis reveló a su entrevistador que tiene otro trabajo en marcha: un tratado sobre las inundaciones. Le mostró la primera frase: "California ha adquirido considerable fama gracias a su supuesto clima". Parece que estuvo en California hace unos diez años durante sus andanzas. Su visitante se animó, por fin, a mencionar la predicción, hecha por el profesor Comstock del Instituto Tecnológico de Massachusetts allá por 1910, de que el niño que ese año daba una conferencia sobre la cuarta dimensión a una reunión de eruditos crecería hasta Sé un gran matemático, un líder famoso en el mundo de la ciencia. "Es extraño", dijo William James Sidis, con una sonrisa, "pero, ya sabes, nací el Día de los Inocentes".
―Jared L. Manley (James Thurber) 1
1 En Los años con Ross Thurber escribió: "Era uno de los '¿Dónde están ahora?' serie, para la cual hice la reescritura (Grossett & Dunlap, 1957, p. 210)". Pero Jared Manley era el seudónimo de Thurber. "Bernstein escribe: 'A principios de 1936, Thurber comenzó a escribir (en realidad a reescribir, ya que algunos de los mejores reporteros de The New Yorker, como Eugene Kinkead, estaban haciendo la investigación) una serie de perfiles breves y retrospectivos. Bernstein también revela que Jared L. Manley fue un nombre que Thurber improvisó cuando escribió su primer artículo sobre un viejo boxeador basado en las iniciales del boxeador John L. Sullivan y Manley basado en "el arte varonil de la autodefensa".'" — Privacidad, Información y Tecnología.
2 Norbert Weiner, que estaba en la reunión del club de matemáticas, escribió: "El joven Sidis, que entonces tenía once años, era obviamente un niño brillante e interesante. Su interés estaba principalmente en las matemáticas. Recuerdo bien el día en el Club de Matemáticas de Harvard en el que GC Evans, ahora jefe retirado del departamento de matemáticas de la Universidad de California y amigo de toda la vida de Sidis, patrocinó al niño en una charla sobre las figuras regulares de cuatro dimensiones. La charla habría dado crédito a un alumno de primera o segunda dimensión. estudiante de posgrado de cualquier edad, aunque todo el material que contenía era conocido en otros lugares y estaba disponible en la literatura. El tema me lo había hecho familiar EQ Adams, un compañero de mis días en Tufts. Estoy convencido de que Sidis no tenía acceso según las fuentes existentes, y que la charla representó el triunfo de los esfuerzos sin ayuda de un niño muy brillante ( Ex-Prodigy , Simon & Schuster, p. 131 - 132)".
4 Cfr. Siete mitos del fracaso por Dan Mahony: "Las investigaciones muestran que la mayoría de los niños prodigio llevan vidas productivas. Al igual que Sidis".
Amazonestá repleto de juguetes e inventos (recomendamos muchos con las máquinas de Leonardo da Vinci sobre los que escribiremos próximamente), la mayoría de origen no europeo. El último que hemos realizado con nuestros nietos ha sido este Kit Construcción Barco Botella Modelo Ship ahoy (¡Barco a la vista!) que se recibe en casa en un día por 12,55€.
Se puede hacer con niños entre 3 y 7 años, y un poco de paciencia y cuidado, en algo más de una hora, aunque la calidad del resultado final depende de lo "manitas" que sea el adulto que supervise la tarea (que obviamente no es nuestro caso). Como indica el título completo del producto, y siendo conveniente por tratarse de un juguete infantil, la botella es de plástico que se asemeja al vidrio.
Lo más vistoso de hacer por los más pequeños es disponer la plastilina con la que se hace el mar que da soporte al barquito. Lo más perdurable, aparte de la botella con el barco en su base, es el mismo cofre pirata donde vienen todos los elementos, así como el librito de 32 páginas con las instrucciones y amenas historias de barcos y piratas (aunque sólo viene en inglés).
Una historia que comienza el 29 de enero de 1992, cuando un carguero que había partido de Hong Kong rumbo a América perdió en medio del Océano Pacífico 29.000 juguetes de plástico para la bañera. Esta flotilla de náufragos patos amarillos, castores rojos, ranas verdes y tortugas azules, empezó uno de los periplos más grandes del mundo, casi en todas direcciones.
Así comienza cada Día D, la incruenta batalla de la primera línea de playa: Sombrilla en ristre, antes del alba, pertrechados con sillas y bolsas, se abalanzan espectros jubilados y madrugadores sobre la playa, dignos herederos de Hernán Cortés. Disputan los mejores lugares de cada arenal que, ya no sorprendido, les aguarda como cada mañana. Diligentes y disciplinados, distribuyen sus toallas desplegadas y zapatillas desparejadas para ocupar la máxima superficie, que celosamente protegen con almenas de arena, cual castillos medievales que siempre imaginaron.
Cada familia exhibe su poderío con un blasón que recuenta el número de parasoles, tumbonas y trastos, cuanto más antiguos, voluminosos y oxidados más dignos de respeto. Estos lanceros veraniegos elevan enhiestas sus fundas multicolores para que sean distinguidas por el resto de la prole que, horas después, irán apareciendo por doquier. Los menores, con juguetes; los mayores, con el tesoro principal: las neveras portátiles de peso inimaginable que se ubican en el epicentro de cada sombra.
En ocasiones, con gentes de otras culturas que desconocen quién fue Pizarro, surge el conflicto. Verbal, pero subido de tono y amenazante. Suele concluir cuando, avergonzado el provocador guiri de turno, ha de replegarse ante el graznido acumulado del resto de conquistadores de playa que -como al grito de "A mí la Legión" apoyan el tácito statu quo de las playas carpetovetónicas.
Si el sol arrecia, la familia entera se apelotona bajo la sombrilla, única o concentración de varias. Según la jornada avanza, especialmente en fin de semana, cada vez es más difícil defender el baluarte arenero, aunque haya sido reforzado con ahínco. Los bárbaros del mediodía, sobre todo los autóctonos, no respetan fronteras predefinidas, invadiendo con indolencia, incluso con descaro, zonas adyacentes que se suponían neutrales. Sólo al anochecer se distiende la ocupación y la playa recobra su sosiego, añorando el fin del verano.