- ¿Qué sabíamos de la neurociencia?
- ¿Cuándo oímos hablar por primera vez de la neurociencia?
¿Recuerdas lo eternos que eran los veranos en tu infancia? Esas tardes de agosto parecían no tener fin, repletas de descubrimientos, aburrimiento y aventuras. Sin embargo, hoy, las semanas se disuelven entre tus dedos como azucarillos en el café caliente. De repente es Navidad otra vez, y sientes ese vértigo existencial: alguien ha pulsado el botón de avance rápido en la película de tu vida.
No es simple nostalgia; es neurociencia pura. A medida que envejecemos, nuestro cerebro se vuelve terriblemente eficiente. Se convierte en una máquina de predicción que, para ahorrar energía, deja de "grabar" los detalles de lo cotidiano. Es lo que los psicólogos llaman Procesamiento Predictivo (Predictive Coding). Cuando la rutina se impone y los días son idénticos, la memoria deja de escribir nuevas entradas. El resultado es biológicamente cruel: aunque vivamos muchos años cronológicos, nuestra percepción subjetiva del tiempo se contrae. La vida se siente más corta cuanto más la alargamos.
Pero, ¿y si te dijera que existe una tecnología capaz de frenar esta aceleración? Olvida por un momento los suplementos de moda, las cámaras hiperbáricas o los regímenes espartanos. La herramienta más sofisticada para "hackear" tu percepción temporal y añadir densidad a tus años podría estar acumulando polvo en tu estantería.
El cerebro perezoso y la trampa de la fluidez. Vivimos en la era de la "fricción cero". Las aplicaciones están diseñadas para ser intuitivas; las series de streaming, para ser consumidas en maratón; y los best-sellers, para leerse sin esfuerzo. Esta fluidez es cómoda, pero es letal para nuestra percepción del tiempo.
Cuando consumimos contenido fácil, nuestro cerebro entra en piloto automático. No hay sorpresa, no hay esfuerzo cognitivo, y, por tanto, no hay memoria densa. Es como conducir por una autopista recta: llegas a tu destino sin recordar el trayecto. Aquí es donde la Alta Cultura actúa como un freno de emergencia saludable.
Literatura: El gimnasio de la densidad cognitiva. Leer a autores como Marcel Proust, Virginia Woolf o Thomas Mann (cuyo clásico La Montaña Mágica trata precisamente sobre la distorsión del tiempo) es un acto de resistencia neurológica.
Sus frases largas, subordinadas complejas y metáforas profundas obligan al cerebro a salir del modo predictivo. No puedes "escanear" a Dostoievski; tienes que decodificarlo. Este esfuerzo activa la Reserva Cognitiva, fortaleciendo las conexiones neuronales. Al obligar a tu mente a construir mundos complejos y empatizar con personajes difíciles, estás creando nuevos recuerdos de alta definición.
Al final de una hora de lectura profunda, sientes que ha pasado mucho tiempo. No por aburrimiento, sino por densidad de experiencia. Has vivido una vida ajena, y tu cerebro la ha registrado como propia.
Cine: La atención plena sin meditar. Si la literatura entrena la memoria, el cine de autor entrena la atención. En un mundo de TikToks de 15 segundos y cortes frenéticos que destrozan nuestra capacidad de concentración, el "Slow Cinema" es el antídoto.
El director ruso Andréi Tarkovsky definía el cine como "esculpir en el tiempo". Sus planos largos, donde "no pasa nada" frenético, nos obligan a observar la lluvia, el viento o el rostro de un actor durante minutos. Obras modernas como Perfect Days de Wim Wenders o el cine de Apichatpong Weerasethakul funcionan igual.
Al principio, el cerebro moderno se resiste; busca el siguiente estímulo de dopamina. Pero si aguantas, ocurre la magia: entras en un estado de presencia radical. Al re-calibrar tu atención, el tiempo subjetivo se expande. Una película de dos horas puede sentirse como un viaje de una semana, dejándote una sensación de plenitud que ningún scroll infinito puede igualar.
Hacia una longevidad fenomenológica. La ciencia de la longevidad suele obsesionarse con añadir años a la vida. Pero las humanidades nos enseñan algo más importante: cómo añadir vida a los años. De nada sirve llegar a los 100 años si tu percepción subjetiva es que han pasado en un suspiro. La cultura, el arte difícil, el cine lento y la lectura compleja son las herramientas que nos permiten vivir múltiples vidas dentro de una sola. Son la única máquina del tiempo que funciona de verdad.
Así que, la próxima vez que te sientas culpable por pasar una tarde entera leyendo un clásico o viendo una película antigua en blanco y negro, recuerda: no estás perdiendo el tiempo. Lo estás esculpiendo.
Reto del Fin de Semana: "Esculpir el Tiempo". Te propongo un experimento de neurociencia casera para poner esto a prueba: Este fin de semana, sustituye 2 horas de scrolling en redes sociales (que encogen tu tiempo) por una película de ritmo pausado o 50 páginas de esa novela densa que tienes pendiente.
Observa cómo cambia tu sensación del domingo por la tarde. ¿Se ha sentido el día más largo? ¿Más rico? Si aceptas el reto, comparte este post o tu experiencia con el hashtag #LongevidadNarrativa y desafía a un amigo a frenar el tiempo contigo.
¿Sientes que alguien ha puesto tu vida en velocidad x2? No es solo tu edad. Es tu cerebro entrando en "modo ahorro".
— Mikel Agirregabiria (@agirregabiria) November 29, 2025
La neurociencia lo confirma: cuando tu rutina es predecible y consumes contenido fácil (scroll infinito), tu mente deja de grabar recuerdos nuevos. El tiempo… pic.twitter.com/N3bnGSt15F
@en99palabras La calificación es por la película, no porque se hayan muerto de cancer. En otras noticias: el domingo voy a subir un video donde en una parte salgo d3snud0 👀 no se puede ser artista sin hacer ese tipo de escenas. #cine #peliculas #recomendaciones #tarkovsky ♬ Creepy and simple horror background music(1070744) - howlingindicator
Hashtag: #BBKsasoiko.150, el número mágico de amigos, o de los conventos,... o el grupo humano en el que se desarrolló nuestro #cerebro. Javier Tirapu #Neurociencia en #BBKsasoiko pic.twitter.com/yY6ZEVaDfc— ⚡Mikel Agirregabiria💡 (@agirregabiria) November 4, 2019
Sir Demis Hassabis (Londres, 27 de julio de 1976) es un investigador de inteligencia artificial (IA), neurocientífico, diseñador de juegos de ordenador y maestro de ajedrez británico. Este año 2024, fue galardonado con el Premio Nobel de Química por sus contribuciones al diseño computacional de proteínas, junto a David Baker y John Jumper.
Este científico británico, empresario y experto en inteligencia artificial (IA) es más conocido por ser el cofundador y CEO de DeepMind (ver en otros posts), una de las compañías líderes en el desarrollo de IA, que fue adquirida por Google en 2015. Demis Hassabis tiene un perfil multidisciplinario, un polímata que combina su experiencia en neurociencia, IA y juegos, lo que lo ha convertido en una figura clave en el avance de la inteligencia artificial.
Algunos aspectos importantes de su carrera:
@ourfuturehq Child Prodigy to AI Pioneer: The Story of Demis Hassabis & DeepMind 🧠💡 #ai #demis #deepmind #google #chatgpt ♬ original sound - Our Future
How does #AlphaZero gain understanding of human concepts through chess? ♟️
— Google DeepMind (@GoogleDeepMind) November 17, 2022
Published in @PNASNews, a multi-year collaboration with Grandmaster Vladimir Kramnik reveals how the neural network's representations share surprising agreement with our knowledge: https://t.co/HtvzOjURWH pic.twitter.com/jZHKTI5HG2
I want Demis Hassabis to succeed more than Sam Altman.
— Dinesh (@dineshxofficial) May 9, 2024
He seems genuinely responsible about AGI.pic.twitter.com/YUR7do5oZ1


Esta cita representa una síntesis de su pensamiento sobre el valor del aprendizaje continuo. Es probable que haya sido expresada en alguna conferencia o entrevista pública, y luego ampliamente divulgada en contextos educativos y motivacionales.
Su pensamiento está alineado con el enfoque de la educación a lo largo de toda la vida, promovido por él y por instituciones como Harvard Graduate School of Education, donde ha sido profesor e investigador.
La cita “Aprender es el único antídoto contra la vejez” proviene de Howard Gardner, un influyente psicólogo y neurocientífico estadounidense, conocido principalmente por su teoría de las inteligencias múltiples. Esta frase encapsula su visión del aprendizaje como un proceso continuo que mantiene viva y activa la mente, sin importar la edad.
Howard Earl Gardner nació el 11 de julio de 1943, en Scranton, Pennsylvania, EE. UU. Es Psicólogo, neurocientífico, investigador y profesor en la Universidad de Harvard. Experto en Psicología cognitiva, educación y neurociencia.
Gardner es célebre por haber propuesto en 1983 la teoría de las inteligencias múltiples, que desafía la idea tradicional de una única inteligencia (medida por el coeficiente intelectual). En su modelo, plantea que existen al menos ocho tipos distintos de inteligencia, como la lingüística, lógico-matemática, musical, espacial, corporal, interpersonal, intrapersonal y naturalista.
Esta frase sugiere que el aprendizaje continuo no solo nutre el conocimiento, sino que también preserva la vitalidad mental, emocional y hasta física. Vejez no se refiere aquí solamente al paso del tiempo, sino al deterioro del espíritu, la creatividad y la curiosidad. Aprender algo nuevo —sea un idioma, una habilidad manual o una idea— mantiene activo el cerebro y conectado con el mundo.
Desde una perspectiva neurocientífica, Gardner y otros investigadores han demostrado que el cerebro conserva plasticidad a lo largo de la vida, es decir, la capacidad de reorganizarse y adaptarse. Esta plasticidad se estimula a través del aprendizaje.
En un mundo donde el envejecimiento es muchas veces visto como una pérdida, Gardner propone un enfoque esperanzador: el conocimiento como renovación, como resistencia al estancamiento, como forma de seguir creciendo a cualquier edad. En síntesis: Aprender, el secreto para mantenerse joven, Educación para toda la vida: la receta de Gardner, La juventud del pensamiento se cultiva aprendiendo o “Aprender es vivir”.
Durante siglos la humanidad ha interrogado la naturaleza de la inteligencia humana. Con la irrupción de la inteligencia artificial (IA), esa pregunta se vuelve técnica, ética y social. ¿Qué nos hace realmente inteligentes? ¿En qué se parecen y en qué se diferencian una mente humana y un algoritmo capaz de aprender?
La comparación entre inteligencia humana e inteligencia artificial es hoy inevitable, no solo porque compartan la palabra “inteligencia”, sino porque ambas reflejan modos distintos de procesar información, resolver problemas y generar conocimiento. Y, sin embargo, su naturaleza, origen y límites son profundamente dispares.
La inteligencia humana es producto de la evolución biológica. Surgió hace millones de años a partir de sistemas nerviosos cada vez más complejos, afinados por la selección natural. El cerebro humano —con sus 86.000 millones de neuronas— no fue diseñado, sino que emergió, imperfecto pero sorprendentemente adaptable. La inteligencia humana opera con una eficiencia energética asombrosa: nuestro cerebro consume apenas 20 vatios, mientras que entrenar un modelo de IA avanzado puede requerir megavatios durante semanas. Esta disparidad subraya la elegancia de millones de años de evolución.
La inteligencia artificial, por el contrario, es una creación humana. No nace, se programa. Aunque los modelos actuales de IA generativa, como los grandes modelos de lenguaje o los sistemas de aprendizaje profundo, pueden “aprender” de enormes cantidades de datos, su aprendizaje sigue siendo una simulación inspirada en el cerebro, no una réplica.
La inteligencia biológica es el resultado de la experiencia vivida; la artificial, del cálculo estadístico sobre datos. Donde una siente, la otra estima probabilidades.
Ambas inteligencias comparten un mismo propósito funcional: procesar información para adaptarse o actuar eficazmente en un entorno. Tanto un niño como una IA aprenden por exposición: el primero observa y experimenta; la segunda analiza patrones en los datos. En ambos casos, el aprendizaje consiste en ajustar conexiones —sinápticas o matemáticas— para mejorar el rendimiento.
También comparten rasgos como la capacidad de reconocer patrones, generar soluciones, o incluso crear contenidos nuevos. Los sistemas de IA generativa son capaces de redactar textos, componer música o resolver problemas lógicos de manera similar a la creatividad humana.
Sin embargo, esa semejanza es sólo superficial: la IA imita resultados, no comprende significados. Lo que parece “entendimiento” en una máquina es, en realidad, una correlación estadística refinada.
El abismo entre ambas inteligencias radica en la conciencia. La inteligencia humana está impregnada de emociones, intenciones y contexto social. Cada decisión es una síntesis de razón, memoria, deseo y cultura. Pensamos porque sentimos, y sentimos porque vivimos en comunidad. Los seres humanos experimentan estados subjetivos, emociones y sentido corporal; las máquinas, hoy, no tienen vivencia propia.
Investigadores del ámbito de la neurociencia, como Christof Koch, estudian las bases neuronales de la conciencia y debaten hasta qué punto sistemas complejos podrían exhibir propiedades análogas. La IA, por el momento, carece de experiencia subjetiva. No sabe que sabe. No tiene emociones ni cuerpo, y por tanto no comprende el sufrimiento, el humor ni la ironía más allá de patrones textuales.
Mientras la mente humana entiende los significados desde la experiencia vital, la IA los infiere desde correlaciones numéricas. La diferencia no es solo técnica, sino ontológica: la IA procesa símbolos, pero no vive sentidos.
La inteligencia humana es creativa y ética, pero también limitada por sesgos cognitivos y fatiga. La IA puede procesar volúmenes de datos inmensos sin cansancio, pero replica y amplifica los sesgos presentes en sus datos de entrenamiento. La literatura científica y los artículos de revisión en revistas como Nature Machine Intelligence subrayan la necesidad de métodos explicables y regulación.
La inteligencia humana es limitada por su biología: se cansa, olvida, se deja llevar por sesgos. La IA, en cambio, puede procesar millones de datos en segundos, sin distracciones ni fatiga. Pero la IA también tiene límites profundos: depende de los datos que recibe (y sus sesgos), carece de intuición, y no entiende los valores ni la ética de sus actos.
Por eso, más que competir, ambas inteligencias se complementan. La IA amplifica la inteligencia humana, automatiza tareas, descubre patrones invisibles y permite dedicar más tiempo al pensamiento crítico y la creatividad. El futuro no será de una inteligencia contra la otra, sino de una alianza entre mente y algoritmo, donde lo humano aporte sentido y ética, y lo artificial potencia capacidad y precisión.
Más que una competición, lo prometedor es la colaboración entre dos paradigmas cognitivos: la IA amplifica la capacidad humana para detectar patrones, acelerar descubrimientos y automatizar tareas rutinarias; la humanidad aporta juicio, valores y contexto. El desafío social será gobernar esa alianza para priorizar la dignidad, la justicia y la educación.
Algunos científicos, como el neurocientífico Christof Koch o el filósofo Daniel Dennett, proponen que la frontera entre lo biológico y lo artificial podría diluirse en las próximas décadas. La interfaz cerebro-computadora, la biotecnología y el aprendizaje profundo apuntan a una inteligencia híbrida, donde la mente humana se expanda gracias a la tecnología.
En ese horizonte, el desafío no será técnico, sino moral: ¿cómo preservar la dignidad humana en un mundo donde las máquinas piensan, crean o deciden con nosotros?
"Son buenos para el cerebro el ejercicio físico, la lectura o el ajedrez. El ajedrez ejercita la memoria de trabajo y obliga a reconocer patrones, planificar a largo plazo y tomar decisiones en tiempo real". Fdez Ibáñez Analista de neurociencia aplicada hoy en EL MUNDO pic.twitter.com/Jfb4YAuD7x
— Ismael Sanz (@sanz_ismael) October 30, 2021