No es la primera vez que hablamos de la obra "Yo, Claudio", pero no le habíamos dedicado un post como se merece. “Yo, Claudio” es una novela histórica escrita por Robert Graves en 1934. La obra relata la vida del emperador romano Claudio, desde su infancia hasta su ascenso al trono. A lo largo de la narración, el autor describe las intrigas políticas, traiciones y conspiraciones que tuvieron lugar durante los reinados de Augusto y Tiberio.
Claudio, a pesar de sus problemas de salud, se revela como un hombre inteligente y astuto. Logra sortear las trampas de sus enemigos y gobernar con sabiduría y justicia. La novela también ofrece una visión cruda de la Roma imperial, donde la corrupción y la violencia son moneda corriente.
“Yo, Claudio” tuvo una célebre adaptación televisiva en forma de miniserie británica. La serie se emitió en 1976 y consta de 13 episodios. Fue aclamada por su fidelidad al libro y su representación de la vida en la antigua Roma. La historia sigue la vida de la Dinastía Julio-Claudia desde el reinado de Octavio Augusto hasta los últimos días de Claudio, narrada desde el punto de vista de este último.
Los personajes principales son interpretados por actores del teatro shakespeariano, y destacan las actuaciones de Derek Jacobi (Claudio), Siân Phillips (Livia), John Hurt (Calígula) y Brian Blessed (Augusto). Aunque la miniserie fue rodada en vídeo y sin exteriores, ofrece una visión fascinante de la antigua Roma. Puedes verla en plataformas como FilmAffinity.
Herodes es, junto con el propio Claudio, uno de los mejores personajes de la novela y suya es una frase genial:
"Querido Claudio. He conocido listos que se fingían tontos y tontos que se fingían listos. Pero eres el primer caso que he visto de un tonto que se finge tonto. Te convertirás en un dios."
Un 1 de agosto, el del 10 a.C. nace el emperador romano Claudio, luego hoy es un día pintiparado 😃 para volver a recomendar a tope, las geniales #Novelas que le dedicó 🖋️ Robert Graves... 📖 Yo, Claudio 📖 Claudio, el dios, y su esposa Mesalina pic.twitter.com/lzrOBF3jkQ
Listening to Patrick Stewart’s memoir got me checking out I, Claudius (on BBC iPlayer now!) and I’m glad I did. Clearly a big influence on Game Of Thrones, it’s a gripping sprawl of viper-nest politics, with great British actors as Roman power-mongers, scheming each other into… pic.twitter.com/RaeZmEisM5
#CríticaDelDía Yo, Claudio (1976) de Herbert Wise. Una de las series que más ha enganchado recientemente.
Claudio, Emperador de Roma, repasa la que fuera su vida hasta ese momento. Desde su niñez hasta sus últimos días, cómo cambió el poder y las diversas intrigas familiares. pic.twitter.com/DctGl0jyhy
— José Luis Arribas 🎥🎞️ (@ArribasGalaJL) June 11, 2022
Siempre nos han gustado este tipo de chistes: Los que comienzan con algo parecido a ¿Este es el club de…? Aquí hemos recopilado algunos de los mejores a nuestro juicio. Cuando encontremos alguno más, lo incorporaremos a este post.
– ¿Aquí es el club de los ludópatas?
– Bingo.
- ¿El club de los tiquismiquis?
- Club no, a-so-cia-ción.
– ¿Es el Club de los tontos?
– Sí, regístrese
– A ver … llaves .. móvil .. cartera …
– Pase por Dios, pase, llevábamos años esperándole.
—Hola, quería ingresar en el Club de los despistados.
—Pues no creo que tenga problemas para entrar, pero aquí no es.
-¿Es la asociación de exponenciales, logaritmos, senos, cosenos y tangentes?
-Sí.
-¿Quién es usted?
-El presidente en funciones.
- ¿Es aquí el grupo para curar la ludopatía?
- Yo apostaría a que sí.
- Mal empezamos.
-¿Es el club de expresiones utilizadas cuando no sabes el nombre del otro?
- Aquí es, crack.
-¿Paso, artista?
- Claro, campeón.
- Gracias, amigo.
- ¿Mañana es la asamblea del club de los ansiosos?
- Sí, pero pase que ya estamos todos.
- ¿La asociación del rifle?
- Aquí es.
- Apúnteme.
- ¡Hola!,¿este es el club de curiosas?
- ¡Si!
-¿Y quién más hay apuntado?
– Hola. ¿El club de pirómanos?
– Sí
– Bien. Ardo en deseos de conoceros.
– No se apresure. Ya veremos si salta la chispa.
– Hola, ¿es el aquí el club de los mirones?
– Si señor, ¿le apunto?
– No, sólo estaba mirando…
– ¿Es aquí el club de susceptibles?
– Claro
– ¿Cómo que claro?
– ¿Es el Club de la Gente Antisocial?
– Sí.
– ¿Puedo pasar?
– No.
- Hemos montado una asociación de desganados.
- ¿Sin ánimo de lucro?
- Sin ánimo de nada.
- ¿El club de los solteros?
- Esto es un club de jugadores de rol.
- Eso mismo quería decir.
- Bienvenido al club de los chistes malos. ¿Qué le trae por aquí?
No hace mucho tiempo me entretenía imaginándome a aquellos progenitores nuestros que hablaban de sus esclavos adiestrados en trazar caracteres cuneiformes como si fuesen modernos computers. Me entretenía, pero no bromeaba. Cuando hoy leemos artículos preocupados por el porvenir de la inteligencia humana frente a nuevas máquinas que se aprestan a sustituir nuestra memoria, advertimos un aire de familia.
Quien entiende algo del tema reconoce pronto el pasaje del Fedro platónico, citado innumerables veces, en el cual el faraón pregunta con preocupación al dios Toth, inventor de la escritura, si este diabólico dispositivo no hará al hombre incapaz de recordar y, por lo tanto, de pensar.
La misma reacción de terror debe de haber sentido quien vio por primera vez una rueda. Habrá pensado que nos olvidaríamos de caminar. Acaso los hombres de aquel tiempo estaban más dotados que nosotros para realizar maratones en los desiertos y en las estepas, pero morían antes y hoy serían dados de baja en el primer distrito militar. Con esto no quiero decir que, por esa razón, no nos debamos preocupar de nada y que tendremos una bella y sana humanidad habituada a merendar sobre la hierba de Chernobyl; si acaso, la escritura nos ha hecho más hábiles para comprender cuándo debemos detenernos, y quien no sabe detenerse es analfabeto, aunque vaya en cuatro ruedas.
El malestar que producen las nuevas formas de captar la memoria se ha producido siempre. Frente a los libros impresos en mal papel que daba la idea de que no resistiría más de quinientos o seiscientos años, y con la idea de que aquello podía estar ya en manos de todos, como la Biblia de Lutero, los primeros compradores gastaban una fortuna para hacer miniar a mano las iniciales, para, gracias a ello, tener la impresión de poseer aún manuscritos de pergamino. Hoy esos incunables miniados cuestan un ojo de la cara, pero la verdad es que los libros impresos ya no tenían necesidad de ser miniados. ¿Qué hemos ganado? ¿Qué ha ganado el hombre con la invención de la escritura, la imprenta, las memorias electrónicas?
En una ocasión, Valentino Bompiani hizo circular una frase: “Un hombre que lee vale por dos”. Dicha por un editor, podría ser entendida solamente como un eslogan feliz, pero pienso que significa que la escritura (en general, el lenguaje) prolonga la vida. Desde los tiempos en que la especie comenzaba a emitir sus primeros sonidos significativos, las familias y las tribus necesitaron de los viejos.
Quizá primero no servían y eran desechados cuando ya no eran eficaces para la caza. Pero con el lenguaje, los viejos se han convertido en la memoria de la especie: se sentaban en la caverna, alrededor del fuego y contaban lo que había sucedido (o se decía que había sucedido, ésta es la función de los mitos) antes de que los jóvenes hubieran nacido. Antes de que se comenzara a cultivar esta memoria social, el hombre nacía sin experiencia, no tenia tiempo para forjársela y moría. Después un joven de veinte años era como si hubiese vivido cinco mil. Los hechos ocurridos antes de que él naciera, y lo que habían aprendido los ancianos, pasaban a formar parte de su memoria.
Hoy los libros son nuestros viejos. Nos nos damos cuenta, pero nuestra riqueza respecto del analfabeto (o del que, alfabeto, no lee) consisten en que él está viviendo y vivirá su vida y nosotros hemos vivido muchísimas. Recordamos, junto a nuestros juegos de infancia, los de Proust, sufrimos por nuestro amor, pero también por el de Píramo y Tisbe; asimilamos algo de la sabiduría de Solón; nos ha estremecido ciertas noches de viento en Santa Elena y nos repetimos, junto con la fábula que nos ha contado la abuela, la que había contado Scheherezade.
Esto podría dar a alguien la impresión de que, no bien nacemos, somos ya insoportablemente ancianos. Pero es más decrépito el analfabeto (de origen o de retorno) que padece de arterioesclerosis desde niño, y no recuerda (porque no sabe) qué ocurrió en los Idus de Marzo. Naturalmente, también podríamos recordar mentiras, pero leer ayuda a discriminar. No conociendo las culpas de los demás, el analfabeto ni siquiera conoce los propios derechos.
El libro es un seguro de vida, una pequeña anticipación de inmortalidad. Hacia atrás (¡ay!) más que hacia adelante. Pero no se puede tener todo y al instante.
Humberto Eco, Roma1991, Perché i libri allungano la vita. Fue un filósofo y escritor italiano, autor de numerosos ensayos sobre semiótica, estética, lingüística y filosofía, así como de varias novelas, entre ellas "El nombre de la rosa".
Por qué los libros prolongan nuestras vidas por Umberto Eco | Universo Abierto https://t.co/GlzpPYGu5Q
"Chi non legge, a 70 anni avrà vissuto una sola vita: la propria. Chi legge avrà vissuto 5000 anni." [Umberto Eco, Perché i libri allungano la vita in «L'Espresso», 2 giugno 1991]#silentbookclubarona domenica 15 marzo ore 15.00 a La stanza di Vincent nel centro di #arona. pic.twitter.com/oKoGycACrs
Las matemáticasno son sólo un lenguaje. Las matemáticas son un lenguaje más razonamiento. Es como un lenguaje más lógica. Las matemáticas son una herramienta para el razonamiento. De hecho, es una gran colección de los resultados del pensamiento y razonamiento cuidadoso de alguna persona. Mediante matemáticas, es posible conectar una afirmación con otra.
Cita de Richard Feynman (más posts).
También apunto que "A quienes no saben matemáticas les resulta difícil transmitir un sentimiento real en cuanto a la belleza, la belleza más profunda, de la naturaleza... Si quieres aprender sobre la naturaleza, apreciar la naturaleza, es necesario entender el lenguaje en el que ella habla".
Mucho antes, Galileo Galilei (1564 - 1642) señaló que "Las matemáticas son el lenguaje en el que Dios ha escrito el universo".
11.V
Our (second) Mathematician of the Day #MOTD2 is the great Richard Feynman a Nobel prize winner famous for his unusual life style and for his popular books and lectures on mathematics and physics. https://t.co/Np8KO1vLxmpic.twitter.com/PDcibMmhqf
— Mathematics & Statistics St Andrews (@StA_Maths_Stats) May 11, 2024
Hay etapas de la vida en las que solamente cabe refugiarse en la introspección (posts). Entonceses el momento preciso de releer obras como Siddhartha. Es una novela alegórica escrita por Hermann Hesse en 1922 tras la primera guerra mundial. Ya no lo encontré el viejo libro de papel amarillento tantas veces subrayado, sino en PDF fácilmente en Internet.
Relata la vida de un hombre hindú llamado Siddhartha. La obra ha sido considerada por el autor como un «poema hindú» y también, como la expresión esencial de su forma de vida. Muy leída en Oriente como tal, y menos en el mundo occidental.
La novela presenta un registro muy original en el que se unifican elementos líricos y épicos, incluyendo narración y meditación, elevación de la más alta espiritualidad, y, al mismo tiempo, descarnada sensualidad.
El éxito manifiesto del libro llegó luego de una veintena de años de su publicación y pisando los ecos resonantes del Premio Nobel conferido a Hesse en 1946.
Fueron sobre todo los jóvenes, los que hicieron de la figura de Siddhartha un compendio de las inquietudes de los adolescentes, del ansia del encuentro con lo esencial de sí mismo, del orgullo del individuo enfrentado al mundo y a la historia.
Algunas de sus mejores citas:
Escribir es bueno, pensar es mejor. La inteligencia es buena, la paciencia es mejor.
Las palabras no sirven para explicar un sentido secreto.
El mundo mismo, lo que existe a nuestro alrededor y en nuestro propio interior, nunca es unilateral.
Fuera del nirvana no existe nada más: únicamente palpita el vocablo nirvana.
Nirvana no es tan sólo un término. Nirvana es un pensamiento.
¿No había acaso muerto de verdad, desapareciendo para renacer bajo una forma nueva?
Quiero aprender de mí mismo, deseo ser mi discípulo, conocerme.
Había vivido la vida del mundo y de los placeres, pero sin formar parte de esa existencia.
Respiró profundamente y, por un momento, al sentir frío, se estremeció. Nadie estaba tan solo como él.
Es un breve escaparse del dolor de ser yo, una breve narcosis contra el dolor y lo absurdo de la vida.
¡No tengo derecho a juzgar la vida de otro! Tan sólo para mí, únicamente para mí he de juzgar, elegir, rechazar.
Encontramos consuelo, alcanzamos la narcosis, aprendemos artes para engañarnos. Pero lo esencial, el camino de los caminos, ese no lo hallaremos.
Bello y gozoso era el caminar por este mundo, de manera tan infantil, tan despierta, tan abierta a lo cercano, tan confiada.
Olía todo a hipocresía, todo aparentaba tener sentido y felicidad y belleza, mas, sin embargo, todo era ignorancia y putrefacción.
Lo blando es más fuerte que lo duro; el agua es más fuerte que la roca, el amor es más fuerte que la violencia.
El saber es comunicable, pero la sabiduría no. No se la puede hallar, pero se la puede vivir, nos sostiene, hace milagros: pero nunca se la puede explicar ni enseñar.
Le habían capturado el mundo, el placer, las exigencias, la pereza y, por último, también, aquel vicio que por ser el más insensato, siempre había despreciado más: la codicia.
Es lo que los necios llaman magia y creen que es obra de demonios. Nada es obra de los malos espíritus, estos no existen. Cualquiera puede ejercer la magia si sabe pensar, esperar, ayunar.
Caminaba el buda con una sonrisa escondida, sosegada, tranquila, parecida a la de un niño sano; llevaba el hábito y hacía sus pasos igual que todos los monjes, según unas reglas exactas.
Tantas personas, tantos miles de personas poseen la más dulce felicidad. ¿Y por qué yo no? Incluso son personas malas, bandidos y ladrones, y tienen hijos y los aman, y son amados por ellos. Únicamente yo no lo tengo.
Durante muchos años creyó solamente en el río, y en nada más. Había observado que la voz del río le hablaba; de ella aprendió, la voz lo fue educando e instruyendo, el río era su Dios.
Puedo amar a una piedra, a un árbol o a su corteza. Son objetos que pueden amarse. Pero no a las palabras. Por ello, las doctrinas no me sirven, no tienen dureza, ni blandura, no poseen colores, ni cantos, ni olor, ni sabor, no encierran más que palabras.
El mundo no es imperfecto ni se encuentra en vías de un lento perfeccionamiento. No, es ya perfecto en cada instante: cada pecado lleva en sí la gracia, en cada niño alienta ya el anciano, todo recién nacido contiene en sí la muerte, todo moribundo, la vida eterna
La mayoría de los seres humanos, son como las hojas que caen de los árboles, que vuelan y revolotean por el aire, vacilan y por último se precipitan al suelo. Otros, por el contrario, casi son como estrellas: siguen un camino fijo, ningún viento les alcanza, pues llevan en su interior su ley y su meta.
(...) Enseñó la doctrina del sufrimiento; Habló sobre el origen del dolor y sobre el camino para reducir ese dolor. Su oración era sencilla y serena. La vida era dolor, el mundo estaba lleno de sufrimiento, pero se había hallado la liberación del dolor: tal liberación estaba en manos del que seguía el camino del buda.
Esto es lo que pensé y saqué en claro al escuchar tu doctrina. Y es al mismo tiempo la razón por la que seguiré mis peregrinaciones...; no para buscar otra doctrina que sea mejor, pues sé que no existe, sino para irme alejando de todas las doctrinas y de todos los maestros, y alcanzar yo solo mi objetivo o perecer.
No obstante, el mundo mismo, lo que existe a nuestro alrededor y en nuestro propio interior, nunca es unilateral. Jamás un hombre o un hecho es del todo samsara o del todo nirvana, nunca un ser es completamente santo o pecador. Nos parece que es así porque nos hacemos la ilusión de que el tiempo es algo real. Y el tiempo no es real.
Durante su búsqueda, Siddhartha experimentó los extremos de la indulgencia y la severa austeridad, sin hallar satisfacción en ninguno. La revelación llegó al escuchar a un padre instruir a su hijo en la afinación de un sitar: "Si estiras demasiado la cuerda, se romperá; si no la… pic.twitter.com/QB01JuXchu
— My name is M. Only M (@musicandsoularg) April 22, 2024
El naufragio del vapor transatlántico SS Sirio, denominado el Titanicdel Mediterráneo, ocurrió el 4 de agosto de 1906 en las costas murcianas. El barco italiano Sirio, que se dirigía desde Génova a Argentina, embarrancó en unos bajos entre el Cabo de Palos y las Islas Hormigas. Muchos pasajeros dormitaban en cubierta. Otros se hacinaban en la bodega. Los primeros habían comprado su pasaje. Y se habían embarcado en Italia o en Barcelona, donde el buque había hecho escala. Los segundos habían subido en Alcira, una parada no prevista en la ruta oficial, con la connivencia del capitán y la tripulación, previo pago de un soborno.
Sin embargo, antes de llegar a su destino, el Sirio hacía escalas en otros puertos fuera de la ruta oficial para recoger emigrantes ilegales que deseaban viajar a América, incluso si debían alojarse en las bodegas del barco. Algo que posteriormente se descubrió, como era habitual en la época. Después de tocar en Génova y Barcelona, donde recaló oficialmente, el Sirio fondeó frente a Alcira y tenía previsto embarcar más emigrantes en Águilas, Almería y Málaga.
El capitán Giussepe Piccone, con 46 años de experiencia en navegación, estaba al mando del Sirio en lo que sería su último viaje. El barco navegaba de manera inusualmente cercana a la costa cuando, alrededor de las 16:00 horas, encalló. En cuestión de minutos, el Sirio quedó sumergido a popa, con la proa asomando desde el agua y escorado a estribor.
El capitán del barco y los miembros de la tripulación fueron de los primeros en embarcarse en un bote salvavidas, abandonando cobardemente a los pasajeros a su suerte. Nadie organizó la evacuación del Sirio, y se desató el pánico y una lucha feroz por la supervivencia entre los pasajeros. Hasta que el barco se partió en dos y se hundió por completo, pasaron días, durante los cuales el Sirio fue saqueado: equipajes, vajillas, útiles de navegación… Desapareció hasta la caja fuerte, donde se guardaban joyas, dinero, títulos de Bolsa… Fue hallada dos meses más tarde, a 46 metros de profundidad. Estaba vacía.
La avaricia de una compañía naviera tuvo mucho que ver con lo sucedido. Este trágico evento dejó una marca indeleble en la historia marítima y sigue siendo recordado como uno de los mayores naufragios de un buque civil en aguas españolas.
El rescate involucró a personas sencillas, como el patrón Vicente Buiges Ferrando de un pequeño barco laúd -una embarcación de vela latina- llamado Joven Miguel y otros pescadores. Sin embargo, nunca se ha conocido con certeza la lista completa de pasajeros, los fallecidos, los desaparecidos y los rescatados.
Se cree que las estimaciones de alrededor de 580 tripulantes salvados y unos 240 fallecidos se quedan cortas, al no tener en cuenta a los emigrantes ilegales que transportaba el barco.
Hoy en día, la zona donde ocurrió el naufragio es un lugar privilegiado para el submarinismo, un paraíso para los amantes de los pecios. Cuando finalmente el Sirio se hundió el 13 de agosto, aún emergieron numerosos cadáveres. Hasta donde se sabe, no existe un monumento específico dedicado al naufragio del Sirio en las costas murcianas. Sin embargo, la memoria de las víctimas y este trágico evento sigue viva en la historia marítima y en la conciencia colectiva. Aunque no haya un monumento físico, la tragedia del Sirio se mantiene como un recordatorio de la fragilidad de la vida en el mar y la importancia de la seguridad en la navegación.
Los amantes del submarinismo que exploran la zona donde ocurrió el naufragio pueden considerarla como un homenaje silencioso a las personas que perdieron la vida en ese fatídico día. El mar y sus profundidades albergan historias y recuerdos que no siempre están grabados en piedra, pero que permanecen en la memoria de quienes los conocen.
Primer día de abril, lunes de pascua, extrañamente no en Alicante como hubiéramos estado toda la semana santa previa como siempre desde hace 30 años,... Comenzamos un nuevo trimestre, tras unos días de añoranza en los posts de ayer. Nos centraremos en Bilbao, el Athletic y el Guggenheim en esta semana.
Para quienes cursamos dos años de Museología, Experto y Master, toda propuesta y más si es cercana, nos atrae de modo irrefrenable. Para constatar, una vez más, algunos hábitos infalibles de los visitantes novatos: Pasar minutos largos en la primera estancia, repasando las leyendas de los primeros cuadros, de principio a fin. Aquí sucedió lo mismo: Fue imposible fotografiar la biografía de Van Gogh en el primer rellano tras la entrada (post).
Recomendamos esta experiencia, "The Van Gogh Experience Bilbao", para quienes adoren la obra de Vincent Van Gogh y para todo el mundo. Además nos ha descubierto un nuevo museo en Bilbao, Next Museum (también con sedes en Roma, Turón y Milán), que nos conocíamos y que cuenta con notables posibilidades. La única vez que nos permitieron elegir libremente nuevos cuadros para nuestro despacho, elegimos dos obras suyas: Lirios y La noche estrellada.
Sus mejores citas, algunas se proyectan:
Sueño en pintar y luego pinto mi sueño.
Lo que el color es en un cuadro el entusiasmo es en la vida.
No sé nada con certeza, pero ver las estrellas me hace soñar.
No hay nada más verdaderamente artístico que amar a las personas.
Si realmente amas la naturaleza, encontrarás belleza en todas partes.
Admira tanto como puedas. La mayoría de la gente no admiran lo suficiente.
Siempre pienso que la mejor manera de conocer a Dios es amar muchas cosas.
Puse mi corazón y mi alma en mi trabajo, y he perdido mi mente en el proceso.
Las grandes cosas no se hacen por impulso, sino por una serie de pequeñas cosas reunidas.
Elegí conscientemente el camino del perro a través de la vida. Voy a ser pobre. Voy a ser pintor.
Intento cada vez más ser yo mismo, me importa relativamente poco si la gente lo aprueba o lo desaprueba.
Nos ha gustado que dejan fotografiar y grabar libremente. Así como la accesibilidad plena y la tienda de recuerdos a la salida. El precio, correcto, con bonificación a diversos colectivos (niños, mayores,...). Una exposición para acudir sin prisa, mínimo una hora, porque la gran sala requiere su tiempo. Quizá lo que menos nos ha sorprendido ha sido el rato, con entrada y pago adicional, de la gafas de realidad aumentada. Tal vez porque ya conocíamos esas Meta Quest (ver posts previos), que en este caso estaban sin mandos y levemente desenfocadas.
Una tarde nevada de enero de 1910, alrededor de cien profesores y estudiantes avanzados de matemáticas de la Universidad de Harvard se reunieron en una sala de conferencias en Cambridge, Massachusetts, para escuchar a un orador llamado William James Sidis. Nunca antes se había dirigido a una audiencia y al principio se sintió avergonzado y un poco incómodo. Sus oyentes tenían que prestarle mucha atención, porque hablaba con una vocecita que no se escuchaba bien y puntuaba su charla con risas nerviosas y estridentes. Un mechón de cabello rubio le caía sobre la frente y unos penetrantes ojos azules se asomaban desde lo que uno de los presentes describió más tarde como un rostro "parecido a un duendecillo". El orador vestía medias de terciopelo negro. Tenía once años.
A medida que el niño se familiarizó con el tema, su timidez se derritió y llegaron a los oídos de sus oyentes las palabras más notables que jamás habían escuchado de labios de un niño. William James Sidis había elegido como tema de su conferencia "Cuerpos de cuatro dimensiones". Incluso en este selecto grupo de caballeros eruditos, hubo quienes fueron incapaces de seguir todos los procesos del pensamiento del niño. Para los legos que estaban presentes, la cuarta dimensión, como se demostró esa noche, debía de haber encajado perfectamente en su definición coloquial: "un reino especulativo de relaciones incomprensiblemente involucradas". Cuando todo terminó, el distinguido profesor Daniel F. Comstock del Instituto Tecnológico de Massachusetts se sintió impulsado a predecir a los periodistas, que habían escuchado con profundo desconcierto, que el joven Sidis crecería hasta convertirse en un gran matemático, un líder famoso en el mundo. de Ciencia.
William James Sidis, que a la edad de once años apareció en las portadas de los periódicos de todo el país, era un estudiante de Harvard en ese momento. Para explicar cómo llegó allí, debemos mirar a su padre, el fallecido Boris Sidis. Nacido en Kiev en 1868, el padre Sidis llegó a este país, aprendió inglés y fue a Harvard, donde se graduó en 1894. Su especialidad era la rama de la psicoterapia que se ocupa de aliviar las enfermedades nerviosas y los desajustes mediante sugestión mental. Escribió un libro titulado "La psicología de la sugestión" y estaba muy interesado en los experimentos para transmitir la sugestión mediante el estado hipnótico. Creía que en los primeros años el cerebro es mucho más susceptible a las impresiones que en la vejez. Cuando nació su hijo en 1898, nació, por así decirlo, en un laboratorio. Boris Sidis dirigía entonces un instituto psicoterapéutico en Brookline, Massachusetts. Era un admirador y amigo del fallecido William James, y le puso a su hijo el nombre de ese gran psicólogo.
Boris Sidis comenzó sus experimentos con su hijo cuando el pequeño William tenía dos años. Parece que indujo una especie de estado hipnoidal mediante el uso de bloques alfabéticos. Los rápidos resultados que obtuvo deleitaron su mente científica. El niño aprendió a deletrear y leer en unos meses. Al cabo de un año podía escribir tanto en inglés como en francés en la máquina de escribir. A los cinco años había compuesto un tratado de anatomía y había ideado un método para calcular la fecha en que había caído cualquier día de la semana durante los últimos diez mil años. Boris Sidis publicó varios artículos en revistas científicas describiendo los logros de su bebé. A los seis años, el niño fue enviado a una escuela pública de Brookline, donde sorprendió a sus maestros y alarmó a los demás niños al superar siete años de escolarización en seis meses. Cuando tenía ocho años, William propuso una nueva tabla de logaritmos, empleando 12 en lugar del habitual 10 como base. Boris Sidis publicó un libro sobre su increíble hijo, llamado "Filisteo y genio", y entró en Quién es quién en Estados Unidos .
El niño maravilloso tenía nueve años cuando su padre intentó matricularlo en Harvard. Podría haber aprobado los exámenes de ingreso con facilidad, pero las autoridades universitarias, sorprendidas y avergonzadas, no le permitieron realizarlos. Continuó realizando sus maravillas en casa y comenzó a estudiar latín y griego. No le interesaban los juguetes ni ninguno de los placeres normales de los niños pequeños. Los perros le aterrorizaban. "Si veo un perro", le dijo William a alguien en ese momento, "debo huir. Debo esconderme. Me gusta el gato. No puedo jugar, porque mi madre tendría que estar allí todo el tiempo, porque de la posibilidad de que pueda ver un perro." Su principal recreación parece haber sido viajar en tranvía con sus padres. El mayor Sidis le explicó los traslados y le interesó por los nombres de calles y lugares. Incluso antes de cumplir cinco años, William había aprendido a recitar todas las horas y estaciones de un complejo horario ferroviario. De vez en cuando recitaba horarios para los invitados mientras otros niños recitaban rimas de Mamá Ganso o cantaban pequeñas canciones. Quienes lo recuerdan en aquellos años dicen que tenía algo de la intensidad de un adulto neurótico.
En 1908, a la edad de diez años, a William James Sidis se le permitió matricularse en Tufts College, en Medford. Viajaba diariamente desde Brookline con su madre, quien estaba tan interesada en su fenomenal desarrollo mental como su padre. Siempre iban y venían de la universidad en tranvía. El joven asistió a Tufts durante un año y finalmente, en 1909, cuando tenía once años, Harvard le permitió matricularse allí como estudiante especial. Se matriculó como estudiante de primer año al año siguiente, y así se convirtió en miembro de la promoción de 1914. Cotton Mather, en 1674, se había convertido en estudiante de primer año de Harvard a la edad de doce años, y probablemente debido a este distinguido precedente, William Sidis se le permitió matricularse a esa misma edad. Era una fuente de asombro para sus compañeros de estudios y para el profesorado; algunos de los periódicos asignaron periodistas para cubrir "el caso Sidis".
Se pierde en el registro cómo se convenció a William para hablar ante los eruditos eruditos en enero de su primer año en Harvard, pero se sabe que mostró un gran interés en escuchar las conferencias de otros y se unió fácilmente a las discusiones grupales sobre metafísica. En su tiempo libre empezó a componer dos gramáticas, una latina y otra griega. Sin embargo, la presión de sus estudios y su repentina fama comenzaron a hacerle efecto, y no pasó mucho tiempo después de su notable discurso cuando sufrió un colapso general.
Su padre dirigía un sanatorio en Portsmouth, New Hampshire, en ese momento, y William fue trasladado allí de urgencia. Cuando finalmente regresó a Harvard, estaba retraído y tímido; no se le pudo persuadir para que volviera a dar una conferencia; Comenzó a mostrar una marcada desconfianza hacia la gente, miedo a la responsabilidad y una inadaptación general a su vida anormal. No se relacionaba mucho con los estudiantes y huía de los periodistas, pero estos lo arrinconaron, por supuesto, el día de su graduación como Licenciado en Artes en 1914. Tenía dieciséis años. Entonces vestía pantalones largos y se enfrentaba a los periodistas que bajaban al Yard con menos sensación de vergüenza que cuando era un niño con bragas. Pero en él se habían desarrollado claras fobias. "Quiero vivir la vida perfecta", dijo William a los periodistas. "La única manera de vivir la vida perfecta es vivirla en reclusión. Siempre he odiado las multitudes". Por "multitudes" no fue difícil leer "gente". Entre los que se graduaron con William James Sidis ese día se encontraban Julius Spencer Morgan; Gilbert Seldes; y Vinton Freedley y Laurence Schwab, los productores de la comedia musical. Los periodistas no les prestaron atención.
A los dieciséis años, William James Sidis era un chico grande y, cuando ingresó en la Facultad de Derecho de Harvard, ya no era la figura incongruente que había sido. Los periódicos tenían poco interés en sus idas y venidas. Asistió discretamente a la facultad de derecho durante tres años y aparentemente fue un estudiante brillante, pero su principal interés eran las matemáticas, y en 1918 aceptó un puesto de profesor en una universidad de Texas. Su fama le precedió, pero incluso si no lo hubiera sido, la extrema juventud de este profesor de matemáticas habría sido suficiente para convertirlo en una curiosidad. Se encontró en el centro de un interés que le molestaba y le consternaba. De repente renunció a su puesto y regresó amarga y silenciosamente a Boston, donde vivió en la oscuridad durante algunos meses.
Fue el 1 de mayo de 1919 cuando el nombre del joven Sidis volvió a ocupar las primeras planas de los periódicos. Con una veintena de jóvenes más, participó en una manifestación comunista en Roxbury y fue llevado ante el tribunal municipal como uno de los cabecillas del grupo y, de hecho, el mismo individuo que había portado la horrible bandera roja en su desfile. En el estrado de los testigos, Sidis demostró ser más franco y sincero que discreto. Anunció ante un tribunal estupefacto que para él no había más dios que la evolución; Cuando se le preguntó si creía en lo que representa la bandera estadounidense, dijo que sólo hasta cierto punto. En un momento dado, para instrucciones del magistrado, se lanzó a explicar la forma de gobierno soviética. Su inclinación marxista se había desarrollado durante un período de varios años. Cuando los Estados Unidos entraron en la guerra, se declaró objetor de conciencia y en varias ocasiones expresó la opinión de que los problemas del mundo eran causados por el capitalismo.
Un policía que había ayudado a disolver el desfile de los radicales identificó a Sidis como el hombre que llevaba la bandera roja. El oficial dijo que le había preguntado a Sidis por qué no llevaba la bandera estadounidense, y que Sidis respondió: "¡Al diablo con la bandera estadounidense!". Al regresar al estrado, el famoso prodigio negó vehementemente haber hablado alguna vez con el testigo y haber dicho alguna vez a nadie: "¡Al diablo con la bandera estadounidense!" Repitió que se oponía a la guerra y que creía en una forma de gobierno socializada. Después de una pausa, anunció que, en realidad, había llevado una bandera estadounidense, tras lo cual, ante el asombro de la sala del tribunal, sacó una bandera estadounidense en miniatura de su bolsillo. Fue condenado a dieciocho meses de cárcel por incitación a disturbios y agresión. Apeló y, mientras estaba en libertad bajo fianza de 5.000 dólares, desapareció del estado en el que había sorprendido a profesores eruditos y a policías patrióticos. Marcó el comienzo de un nuevo y curioso modo de vida para el joven.
Durante los cinco años siguientes, William James Sidis parece haber logrado la "vida perfecta" de la que había hablado el día de su graduación: la vida de reclusión. Aparentemente vagaba de ciudad en ciudad, trabajando como empleado, o en alguna otra función menor, por un salario que sólo le permitía subsistir. En 1924 volvió a aparecer en las noticias cuando un periodista lo encontró trabajando en una oficina en Wall Street, por veintitrés dólares a la semana. Estaba consternado al ser descubierto. Dijo que todo lo que quería era ganar lo suficiente para vivir y trabajar en algo que requiriera un mínimo de esfuerzo mental. Los últimos periodistas que bajaron a su oficina para entrevistarlo no lograron verlo. Había dejado su trabajo y había vuelto a desaparecer.
Dos años más tarde, en 1926, Dorrance & Company, una editorial de Filadelfia que imprime libros "vanidosos", es decir, libros publicados a expensas de los autores, publicó un volumen llamado " Notas sobre la colección de transferencias". Fue escrito por un tal Frank Folupa. Frank Folupa, según descubrió un periodista despiadadamente ingenioso, no era otro que William James Sidis. Nuevamente lo atropellaron y lo entrevistaron. Anunció que durante mucho tiempo había sido un "peridromófilo", es decir, un coleccionista de transferencias de tranvía. Él mismo había acuñado la palabra. Su libro (ahora agotado) tenía trescientas páginas y era un tratado erudito y laborioso sobre el origen, la naturaleza y la clasificación de nada más y nada menos que los trozos de papel que los conductores de tranvía entregan a los pasajeros cuando solicitan transbordos. Muchos psicólogos y analistas deben haber estado interesados al leer en los artículos que el genio del niño precoz que había asombrado al mundo académico dieciséis años antes había florecido de esta manera extraña. El libro es digno de examen. Sidis escribió un prefacio al volumen, que comenzaba así: "Este libro es una descripción de lo que es, hasta donde sabe el autor, un nuevo tipo de pasatiempo, pero que a primera vista parece tan razonable como , tan interesante y tan instructivo como cualquier otro tipo de colección de moda. Esta es la colección de transferencias de tranvías y formas afines. El propio autor ya ha recopilado más de 1600 formas de este tipo." El prefacio revela, en otro lugar, que el autor no carecía de cierto humor. "Podemos mencionar", decía, "el interés geográfico y topográfico, tanto en la exploración como en el análisis de las transferencias mismas. También están las interesantes luces que una colección de este tipo arroja sobre la política en la que necesariamente están involucradas las empresas de tránsito". ; aunque difícilmente recomendamos que este interés político se lleve lo suficientemente lejos como para inducir al coleccionista a tomar partido en tales disputas. Y nuevamente: "Uno puede encontrar mucha diversión con las transferencias: se dice que un estudiante de la Universidad de Harvard se encontró en una calle coche y, deseando un viaje extra, le pidió al revisor un transbordo. Cuando se le preguntó "¿A dónde?" "En cualquier lugar", dijo. El conductor le guiñó un ojo y dijo: "Está bien". Te transferiré a Waverly. Posteriormente se rieron del estudiante cuando contó la historia y se le informó que el asilo para débiles mentales estaba ubicado en Waverly ". Sidis también incluyó en su prefacio algunos versos que había escrito cuando tenía catorce años. Comienzan:
Desde los trenes subterráneos en Central,
se toma un transbordo y se va
a Allston o Brighton o
a Somerville, ya sabes;
En los automóviles desde Brighton, haga transbordo
al metro de Cambridge este
y tome un tren hasta Park Street
o Kendall Square, al menos.
"Conocemos", concluye el autor, "a alguien a quien realmente le ayudó a tomar el camino correcto al recordar un fragmento de uno de estos versos". El libro analiza todo tipo de transferencias: tipos estándar, tipo Ham, tipo Pope, tipo Smith, tipo Moran, transferencias Franklin Rapid, transferencias Stedman. De este último (para darle una idea), el Sr. Sidis escribió: "Transferencias Stedman: esta clasificación se refiere a un tipo peculiar elaborado por cierta imprenta de transferencias en Rochester, Nueva York. Las peculiaridades de la transferencia Stedman típica son el límite de tiempo tabular. ocupando todo el extremo derecho de la transferencia (ver Diagrama en la Sección 47) y la combinación de fila y columna de ruta de recepción (u otras condiciones de recepción) con el medio día que ya hemos discutido en detalle".
Un año después de la publicación de su libro (al parecer sólo se vendió a unos pocos peridromófilos más), Sidis regresó a la ciudad de Nueva York y volvió a conseguir un trabajo como empleado en una empresa comercial. A su habilidad y experiencia en el trabajo de oficina en general, el genio matemático había añadido ahora, irónicamente, la capacidad de operar una máquina sumadora con gran velocidad y precisión, y le gustaba alardear de este logro. Vivía en 112 West 119th Street, donde se hizo amigo de Harry Freedman, el propietario, y su hermana, la señora Schlectien. Sidis ya no está con ellos y no te dirán adónde ha ido, pero te reenviarán cualquier correo que llegue por él. Aprecian al joven y aprecian su deseo de evitar la publicidad. "Tenía una especie de amargura crónica, como mucha gente que ves viviendo en habitaciones amuebladas", dijo recientemente Freedman a un investigador de la curiosa historia de William James Sidis. Sidis solía sentarse en un viejo sofá en la sala de estar de Freedman y hablar con él y su hermana. Sidis les dijo que odiaba Harvard y que cualquiera que enviara a su hijo a la universidad es un tonto: un niño puede aprender más en una biblioteca pública. Con frecuencia hablaba de su pasión por coleccionar transfers. "Él puede decirle cómo llegar a cualquier calle de cualquier ciudad de los Estados Unidos con un solo billete de tranvía", dijo el Sr. Freedman con asombro y admiración. Parece que Sidis mantiene correspondencia con peridromófilos en varias otras ciudades y de esta manera se mantiene al día con la situación del tranvía y los transbordos. Una vez, el joven bajó de su habitación un manuscrito en el que estaba trabajando y le pidió a la señora Schlectien si podía leerle "algunos capítulos". Dijo que resultó ser un libro del tipo "Buck Rogers", sobre aventuras en un mundo futuro de maravillosos inventos. Ella dijo que estaba genial.
William James Sidis vive hoy, a la edad de treinta y nueve años, en un dormitorio del destartalado extremo sur de Boston. Por una fotografía de él y de sus actividades, este disco está en deuda con una joven que recientemente logró entrevistarlo allí. Lo encontró en una pequeña habitación empapelada con el diseño de enormes flores rosadas, considerablemente descoloridas. Había una cama grande y desordenada y un enorme baúl medio abierto. En una pared colgaba un mapa de Estados Unidos. Sobre una mesa junto a la puerta había un paquete de transferencias de tranvía cuidadosamente unidas con un elástico. Sobre una cómoda había dos fotografías, una (sorprendentemente) de Sidis como el niño genio, la otra una chica de rostro dulce con gafas con montura de concha y un elaborado saludo de Marcel. También había un escritorio con una pequeña y antigua máquina de escribir, un Almanaque Mundial , un diccionario, algunos libros de referencia y un libro de la biblioteca que el visitante del joven recogió en un momento dado. "Oh, vaya", dijo Sidis, "esa es sólo una de esas historias de delincuentes". Dirigió su atención hacia la pequeña máquina de escribir. "Puedes cogerlo con un dedo", dijo, y así lo hizo.
William Sidis, de treinta y nueve años, es un hombre corpulento y corpulento, con una mandíbula prominente, un cuello grueso y un bigote rojizo. Su cabello claro cae sobre su frente como lo hizo la noche que dio una conferencia a los profesores en Cambridge. Sus ojos tienen una expresión que varía desde la ingeniosa hasta la cautelosa. Cuando es cauteloso, tiene una especie de dignidad incongruente que de repente se rompe en el alegre abandono de un niño de vacaciones. Parece tener dificultades para encontrar las palabras adecuadas para expresarse, pero cuando lo hace, habla rápidamente, asiente bruscamente con la cabeza para enfatizar sus puntos, hace gestos con la mano izquierda y, de vez en cuando, emite una risa curiosa y jadeante. Parece disfrutar mucho e irónicamente de llevar una vida de irresponsabilidad errante después de una infancia de escrupulosa reglamentación. Su visitante encontró en él cierto encanto infantil.
Sidis trabaja ahora, como de costumbre, como empleado en una casa comercial. Dijo que nunca permanece mucho tiempo en una oficina porque sus empleadores y compañeros de trabajo pronto descubren que él es el famoso niño prodigio y que no puede tolerar un puesto después de eso. "La sola visión de una fórmula matemática me enferma físicamente", dijo. "Todo lo que quiero hacer es ejecutar una máquina sumadora, pero no me dejan en paz". Resultó que una vez le ofrecieron un trabajo en la Eastern Massachusetts Street Railway Company. Parece que los funcionarios creían con cariño que el joven mago de alguna manera sería capaz de resolver todos sus problemas técnicos. Cuando se presentó a trabajar, le presentaron un montón de planos, gráficos y documentos llenos de estadísticas. Uno de los funcionarios lo encontró una hora después llorando en medio de todo. Sidis le dijo al hombre que no podía soportar responsabilidades, ni pensamientos complejos, ni cálculos, excepto en una máquina de sumar. Tomó su sombrero y se fue.
Sidis tiene un nuevo interés que le absorbe actualmente más que los traslados en tranvía. Se trata del estudio de ciertos aspectos de la historia de los indios americanos. Da clases a media docena de estudiantes interesados una vez cada dos semanas. Se reúnen en su dormitorio y se acomodan en la cama y en el suelo para escuchar el intenso pero vacilante discurso del otrora prodigio. A Sidis le preocupa principalmente la tribu Okamakammessett, a la que describe como una especie de federación proletaria. Ha escrito algunos folletos sobre la tradición y la historia de Okamakammessett y, si se le solicita adecuadamente, recitará poesía de Okamakammessett e incluso cantará canciones de Okamakammessett. Admitió que su estudio de los Okamakammessetts fue una consecuencia de su interés por el socialismo. Cuando la joven mencionó la manifestación del Primero de Mayo de 1919, miró el retrato de la niña en su cómoda y dijo: "Ella estaba en ella. Era una de las fuerzas rebeldes". Él asintió vigorosamente con la cabeza, como complacido con esa frase: "Yo era el abanderado", prosiguió. "¿Y sabes qué era la bandera? Sólo un trozo de seda roja". Él soltó su risa curiosa. "Seda roja", repitió. No hizo ninguna referencia a la imagen que tenía de sí mismo en los días de su gran fama, pero su entrevistador supo más tarde que en una ocasión, cuando un alumno suyo le preguntó a quemarropa sobre su precocidad infantil e insistió en una demostración de sus habilidades matemáticas. Sidis logró con dificultad expulsarlo de la habitación.
Sidis reveló a su entrevistador que tiene otro trabajo en marcha: un tratado sobre las inundaciones. Le mostró la primera frase: "California ha adquirido considerable fama gracias a su supuesto clima". Parece que estuvo en California hace unos diez años durante sus andanzas. Su visitante se animó, por fin, a mencionar la predicción, hecha por el profesor Comstock del Instituto Tecnológico de Massachusetts allá por 1910, de que el niño que ese año daba una conferencia sobre la cuarta dimensión a una reunión de eruditos crecería hasta Sé un gran matemático, un líder famoso en el mundo de la ciencia. "Es extraño", dijo William James Sidis, con una sonrisa, "pero, ya sabes, nací el Día de los Inocentes".
―Jared L. Manley (James Thurber) 1
1 En Los años con Ross Thurber escribió: "Era uno de los '¿Dónde están ahora?' serie, para la cual hice la reescritura (Grossett & Dunlap, 1957, p. 210)". Pero Jared Manley era el seudónimo de Thurber. "Bernstein escribe: 'A principios de 1936, Thurber comenzó a escribir (en realidad a reescribir, ya que algunos de los mejores reporteros de The New Yorker, como Eugene Kinkead, estaban haciendo la investigación) una serie de perfiles breves y retrospectivos. Bernstein también revela que Jared L. Manley fue un nombre que Thurber improvisó cuando escribió su primer artículo sobre un viejo boxeador basado en las iniciales del boxeador John L. Sullivan y Manley basado en "el arte varonil de la autodefensa".'" — Privacidad, Información y Tecnología.
2 Norbert Weiner, que estaba en la reunión del club de matemáticas, escribió: "El joven Sidis, que entonces tenía once años, era obviamente un niño brillante e interesante. Su interés estaba principalmente en las matemáticas. Recuerdo bien el día en el Club de Matemáticas de Harvard en el que GC Evans, ahora jefe retirado del departamento de matemáticas de la Universidad de California y amigo de toda la vida de Sidis, patrocinó al niño en una charla sobre las figuras regulares de cuatro dimensiones. La charla habría dado crédito a un alumno de primera o segunda dimensión. estudiante de posgrado de cualquier edad, aunque todo el material que contenía era conocido en otros lugares y estaba disponible en la literatura. El tema me lo había hecho familiar EQ Adams, un compañero de mis días en Tufts. Estoy convencido de que Sidis no tenía acceso según las fuentes existentes, y que la charla representó el triunfo de los esfuerzos sin ayuda de un niño muy brillante ( Ex-Prodigy , Simon & Schuster, p. 131 - 132)".
4 Cfr. Siete mitos del fracaso por Dan Mahony: "Las investigaciones muestran que la mayoría de los niños prodigio llevan vidas productivas. Al igual que Sidis".
Este fin de semana hemos disfrutado, y madrugado, con el ajedrez el domingo y el balonmano el sábado con uno de nuestros nietos. Es admirable toda la organización que se activa para que este universo de competiciones funcione durante tantos y tantos días festivos.
Especialmente queremos felicitar a laFederación Vizcaína de Ajedrez por todo el personal y material que mueve para elCampeonato Escolar de Ajedrez de Bizkaia 2024 con doble sede. Es una delicia ver el entusiasmo de las niñas y niños que, a pesar de las horas y de las inclemencias, están divirtiéndose con deportes tan variados.
El deporte escolar es una fórmula muy valiosa para fomentar valores tanto a nivel personal como social. Las virtudes que se cultivan a través de la participación en este ecosistema de actividades deportivas son tan variadas como instructivas:
Ética, porque es deporte fomenta la transparencia y la honestidad.
Afán de superación compitiendo, ante todo, con sus propios límites.
Autodisciplina, dado que se requiere autorregulación y compromiso.
Trabajo en equipo, al colaborar con otros para lograr objetivos comunes.
Responsabilidad, para cumplir con horarios, entrenamientos y compromisos.
Aceptación de reglas, pues cada deporte obliga a conocer y respetar normas y reglamentos.
La clave de la educación, al comprender que se aprende más en la derrota que en el triunfo.
Perseverancia, porque la constancia y la dedicación son esenciales para alcanzar metas deportivas o vitales.
El mito de Prometeo es una historia de la mitología griega que narra cómo este titán ayudó a los humanos al darles el fuego que robó de los dioses. Prometeo era un titán muy inteligente y bondadoso, que se preocupaba por el bienestar de los mortales. Un día, vio que los humanos vivían en la oscuridad y el frío, sin poder cocinar sus alimentos ni defenderse de las fieras. Entonces, decidió subir al monte Olimpo, donde vivían los dioses, y robar una chispa de fuego de la forja de Hefesto, el dios del fuego y la metalurgia. Con una caña hueca, Prometeo escondió el fuego y lo bajó a la tierra, donde lo entregó a los humanos. Así, les enseñó a usarlo para calentarse, iluminarse, cocinar y fabricar herramientas y armas.
Pero Zeus, el rey de los dioses, se dio cuenta del robo y se enfureció con Prometeo. Zeus consideraba que el fuego era un privilegio de los dioses y que los humanos no debían tenerlo. Por eso, castigó a Prometeo de una forma terrible: lo encadenó a una roca en el Cáucaso, una montaña muy alta, y envió un águila gigante a devorarle el hígado cada día. Como Prometeo era inmortal, su hígado se regeneraba cada noche, y el águila volvía a atacarle al día siguiente. Así, Prometeo sufrió un tormento eterno por haber ayudado a los humanos.
El mito de Prometeo tiene varios significados e interpretaciones. Algunos lo ven como una metáfora de la rebeldía, la creatividad y el progreso de la humanidad, que gracias al fuego pudo desarrollar la civilización y la cultura. Otros lo ven como una advertencia de los peligros de desafiar a los dioses y de usar el fuego sin control, lo que puede provocar destrucción y sufrimiento. También se puede ver como una reflexión sobre el sacrificio, la solidaridad y el amor de Prometeo hacia los humanos, a los que quiso ayudar aun a costa de su propia vida.