Quizá el mejor exponente secular de una cultura longeva y dispersada sea la china, con variantes dialectales de millones de hablantes y con aún más millones de comensales en sus restaurantes chinos, presentes en cualquier rincón de los cinco continentes. Algo parecido, aunque en menor extensión, sucede con las tradicionales lengua y gastronomía japonesas. Incluso, la lengua y cocina francesas son de gran predicamento, más la segunda que la primera, especialmente entre la refinada élite cultural de muchas naciones occidentales.
No siempre van parejas la universalidad de idioma y cocina. Un contraejemplo es la cocina vasca, mucho más conocida y reconocida que la lengua vasca (euskara). Otro caso es el inglés, la más generalizada y planetaria “lengua vehicular”, que no se corresponde en absoluto con la presencia de “comida inglesa” en ningún lugar del mundo, ni siquiera en el Reino Unido. Sólo se salva el desayuno inglés (English breakfast), imprescindible para sobrevivir al ayuno obligado tras ver los británicos “fish and chips” (pescado rebozado con patatas fritas). No en vano, el escritor francés Pierre Daninos apuntó con saña que “los ingleses inventaron la sobremesa para olvidar la comida”. La paradigmática variante anglosajona de “fast food” (comida rápida o basura), sí podría considerarse el exponente globalizado de la cocina… norteamericana. Este tipo de nutrición de subsistencia, sin exquisitez gastronómica, no facilita la sobremesa (propia de "slow food").
Afortunadamente, en la sobremesa puede emplearse lenguas de origen cultural distinto al de la gastronomía degustada. No en vano vivimos un siglo multilingüe, intercultural y multiétnico. Algunos ya estamos añorando algunas sobremesas plurilingües tras una variada comida internacional, que con suerte propiciarán las próximas vacaciones…
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